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“338171 T.E.”, de Victoria Ocampo

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T.E. Lawrence en su moto Brough, con la que sufrió un accidente que lo llevó a la muerte, en 1935. Foto: Archivo El Litoral

 

Thomas Edward Lawrence (1888-1935) fue oficial del ejército inglés y durante la Primera Guerra Mundial prestó servicios en Egipto promoviendo el alzamiento de las tribus árabes contra los turcos. Victoria Ocampo escribió (originalmente en francés) en 1942 un ensayo biográfico sobre este Lawrence de Arabia bajo el título 338171 T.E.

Lawrence dejó amplios testimonios de sus aventuras en su libro Los siete pilares de la sabiduría, que Victoria publicó (traducido probablemente por ella misma) en Sur y que no se cansaba de elogiar: “Lawrence perdurará más por la rebelión escrita que por la vivida en Arabia... Capaz de pelear con todo su valor y toda su astucia para tomar Damasco, y de escribir enseguida: ‘Tomamos Damasco y tuve miedo. Más de tres días de poder arbitrario hubieran despertado muy pronto en mí la raíz de autoridad'. Miedo de dominar por temor de que la voluntad de poder acabe por esclavizarlo”.

El título del libro de Victoria (que algún incauto creyó que se trataba de un número telefónico) alude al nombre con que Lawrence expresó que querían lo llamaran sus amigos (T.E.) y al número de matrícula que usó en la Real Fuerza Aérea.

El libro se abre (tras la presentación que escribe Juan Javier Negri para la edición actual de Letemendia) con un prólogo del hermano de Lawrence de Arabia, A.W. Lawrence, en el que elogia el libro de Victoria como “el más profundo y mejor equilibrado de todos los retratos de mi hermano. Otras obras se han publicado desde entonces, y algunas utilizando datos personales sobre él, que ella ignoraba, pero la suya conserva su preeminencia y los nuevos datos no han disminuido para nada su validez”.

Y el texto de Victoria, a su vez, se abre con una evocación de la llanura, de esa llanura desmedida, “por su alusión a lo infinito”, que hermana a la pampa y al desierto. Aunque Victoria no conoció nunca personalmente a T.E., “nos hemos encontrado en los libros, en la música que prefería, pero sobre todo en la llanura, en esa llanura donde él se perdía y se buscaba y que pronto se convirtió para él en desierto: ‘El desierto, cuya cotidiana realeza daba valor a cada hombre'”.

Y sigue Victoria entonando un panegírico de esas vastas extensiones sin relieve, en las que “el centro nos sigue, nos persigue, sea cual fuere la dirección de nuestros pasos. No podemos evadirnos. El centro está siempre en el sitio donde estamos, tan mezclado a nosotros, cayendo tan a plomo sobre nuestras cabezas, que desaparece fuera de nosotros, como nuestra sombra a mediodía. Nosotros mismos somos el centro. Pero como si sólo fuéramos, a mediodía, la sombra de nuestra sombra: la sombra de una nada borrada por el sol. Nuestro ir y venir se siente anulado, porque el centro se desplaza con nosotros y el horizonte permanece, por consiguiente, a la misma distancia...”.

Con ese tono, de alto lirismo, se despliega este ensayo-biografía de un hombre que fue y sigue siendo polémico, aunque sus detractores lleven siempre la peor parte, ya que tales críticas, más que deslucir a Lawrence desnudan las mezquinas consideraciones del detractor. En esto también debería verse una unión en los destinos de este escritor y militar del Estado Mayor del Ejército Británico y esta escritora y promotora cultural como no hubo otra (ni otro) en la Argentina, y que hoy sigue despertando aversiones viscerales en mentalidades minúsculas que bajo los rótulos de “oligarca” y “extranjerizante” difaman a una de las figuras más generosas de nuestra historia.