Los intérpretes

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Todos los seres humanos estamos a merced de los errores en nuestra relación con la existencia. Lo importante consiste en sacudirse a tiempo y taparse los oídos ante las “tentaciones” de la estupidez. En la ilustración: “Máquina”, de Jean Tinguely.

 

Carlos Catania

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“El error está bien en tanto somos jóvenes; lo terrible es arrastrarlo también consigo hasta la vejez” (Goethe).

Se ha dicho con bastante frecuencia que un ser humano sabio no certifica que algo es verdad hasta que no lo haya demostrado. Hoy en día se afirman y niegan tantas cosas sin fundamento alguno, que pueden oírse los crujidos orquestados de pensamientos falsos, aptos para la difusión de banalidades. Un ejemplo diario proviene de nuestros “pensadores” de la farándula, en realidad “famosos” por sus cacareos e indigencia cerebral. Pero tal contumacia no se limita a ellos. Más bien, como una epidemia, se ha generalizado en la sociedad como un cáncer cultivado, lo que procura elaborar una conciencia oportunista, es decir de plástico y expuesta a los cambios climáticos de nuestros semejantes. Es inevitable la tristeza y el ridículo que segregan quienes permanecen chapoteando en semejantes páramos, atesorando el error como divinas garzas envueltas en huevo. Me sorprendo hablando casi siempre de lo mismo. Es que la urticaria...

Desde luego, todos los hombres somos víctimas de errores en nuestra relación con la existencia. Lo importante consiste en sacudirse a tiempo y taparse los oídos ante las “tentaciones” de la estupidez avinagrada que, en el fondo, no es más que incertidumbre ante la precariedad de sus vidas, con ramalazos de sumisión ante los dioses de la improvisación y el tedio. La música compuesta por las distintas especies de chismografía instintiva, típica comunicación entre enfermos, resuena, si se presta atención, en todos los ámbitos, bien que padecemos y somos parte de una sociedad de virulentos.

Suscribía Pahor que el orden establecido hace que se desvanezca en la gente el conocimiento de la realidad. Una mezcla de anestesia y cocaína. Si se suman las acciones inútiles y las creencias inculcadas con que se desfleca una vida, la vida misma se convierte en nada. Toda superchería en torno de la existencia me repugna al punto de “encerrarme”, pues soy un sujeto inclinado a caer en lo mismo. Como suele decirse, si los que te dije encuentran mis palabras oscuras es porque aún no han salido de su oscuridad. Lean el diario y sigan mirando el desfile. Mientras permanezcan allí, en el país “normal” de lo convencional, sólo podrán contar con mi silencio, pues a mí me ha costado mucho salir.

Los engreídos embusteros de conciencia obtusa y turbia suelen dar la espalda a pensamientos que incomoden su diario existir. Desde esta posición, se encumbran como intérpretes de la vida, lo que, sin ánimo cruel, provoca risa. Penetrado de esta idea, avizoro un artificio sumamente eficaz, consistente en hornear la mentira hasta hacerla comestible. Es fácil clavarle el diente. No tan sencillo vomitarla. No obstante, decía Nietzsche que el problema no es la mentira en que viven tantos seres humanos, sino la inocencia encarnada en el moralismo mentiroso.

Pero si nos referimos al organismo (valga) del hombre, resulta imposible considerarlo aislado del organismo social. Aquél se halla enclavado en un sistema de estereotipos, costumbres, represiones y creencias de las que su neurastenia le impide salir. Pero en realidad ¿se puede?; ¿cómo? Lo veremos al abordar El hombre rebelde, del que Camus dijo todo lo que había que decir. Por el momento, no es difícil captar la mirada rencorosa de criaturas presionadas por ideas que son incapaces de interpretar, sobre todo en lo tocante a realidades colectivas.

Es justo destacar otros rostros, la antítesis de un estado cada vez más extendido. Frente a concepciones y acciones humanistas de gente no simplificada, en cordialidad consigo mismo y con lo rescatable de un mundo digno, me inclino reverente, pues ayudan a respirar aire puro en ambientes intoxicados. Su sabiduría escapa al hacinamiento de erudición y a teorizaciones morales. Saben lo que son y no lo que creen que son, y esto es algo que deberíamos aprender.

Como quiera que sea, los intérpretes postizos, encumbrados representantes de la mala fe, mueren al amanecer acunados por las risas de espectadores silenciosos. Pero como se reproducen constantemente, es necesario identificarlos.

Otro aspecto del problema merece nuestra atención. Sartre sostenía que la conciencia contemporánea parece desgarrada por una antinomia. Existen quienes piensan según el espíritu de análisis, “que concibe los individuos con independencia de sus condiciones reales de existencia”. Todos los hombres son iguales (falso); todos los hombres son hermanos (falso); todos los hombres son libres (falso), etcétera. Esta visión del mundo analítico podría quizás atribuirse la paternidad de lo dicho anteriormente. Lo que merece una investigación y no ya una sucinta y reiterada enumeración.

Veremos qué pasa. Por ahora, punto y aparte.