Una vida difícil llena de sueños

Cada jornada, con frío o calor, María sale a buscar el sustento para sus hijos. Así podría empezar la historia de miles de mujeres. Pero ésta transcurre en un carro, el lugar de trabajo son las calles de la ciudad y la fuente de ingreso es todo lo que pueda ser útil para usar o vender.

TEXTO. ANA MARIA ZANCADA. ilustración. lucas cejas.

 

Hace doce años, María tocó a mi puerta pidiendo botellas, papeles, algo para comer. Cuando abrí la puerta me encontré con una mujer joven de ojos claros y piel tostada. Empujaba una especie de caja de madera con ruedas donde iba poniendo lo que le daban. Dentro asomaba la cabecita llena de rulos de un hermoso bebé y al lado suyo, caminaba una nena de no más de cuatro años. Varios perros alrededor. Desde entonces todas las semanas, salvo que llueva, con frío o con calor escucho su voz en el contestador: “Doña, soy María”.

María tiene ahora 36 años y pensé que tenía que escuchar su historia y darla a conocer. No quiso mostrar su rostro, pero accedió a una entrevista. He tratado de mantener su lenguaje para el relato.

“Yo soy de Santo Tomé. Vivíamos en el barrio El Chaparral. Cuando tenía cinco años murió mi mamá y nos quedamos solos, los cuatro varones, el más chico tenía un año y ocho meses, y yo. Mi papá nos crió a todos. Fui a la Escuela Nilse Ubiedo Nº 1259 de Santo Tomé que estaba a diez cuadras de mi casa, pero no pude terminar porque en 7º grado quedé embarazada de mi primer hijo. Después vino el segundo”.

- ¿Del mismo hombre?

- No.

- ¿Ellos solamente pasaron por tu vida?

- Sí, claro, yo nunca les pedí nada, me las rebuscaba vendiendo naranjas, mandarinas, pastelitos que hacían mis tías.

- ¿Y que te decía tu papá cuando vos quedabas embarazada?

- Se enojaba mucho. Hoy en día me arrepiento porque lo hice sufrir mucho. Luchaba para criarnos. Era buen padre, pero faltaba lo esencial que era mi mamá.

- Después de tener a tus dos primeros hijos, ¿seguías saliendo a vender?

- Sí, con un bolsito, con la mayor alzada y el bebé en un cochecito que conseguí. Iba por el barrio nomás.

- ¿Cuando termina la etapa de Santo Tomé?

- A los 24 años me vine a Santa Fe, porque mi papá tomaba mucho y cuando estaba así maltrataba a mis hijos. Después me pedía disculpas. Pero me cansé. Uno de mis hermanos estaba juntado viviendo en Playa Norte y me vine con él. Yo estaba sola con mis dos chicos y ahí lo conocí a mi marido. El es del norte, de Alejandra. Nos juntamos, no teníamos nada, ni cama pa’ dormir.

- ¿Te enamoraste de él?

- La verdad que sí...

- ¿Lo querés?

- De más...

- ¿Es bueno con vos?

- Sí.

- ¿Qué edad tiene él?

- Me lleva diez años, tiene 45.

- ¿Sentiste que era tu hombre?

- No sé, yo me sentía muy sola, muy desamparada y busqué alguien en quien refugiarme. Después empecé a quererlo. Hoy lo amo, es muy compañero. No toma, no fuma, no se droga... nada, y donde hace una changuita todo es pa’ sus hijos. Yo lo conocí cuando él vino del norte, no tenía nada, solamente traía un bolsito con su ropa.

- Entonces quedaste embarazada.

- Sí, y nos fuimos pa’ Alejandra porque yo tenía que conocer a su familia. El empezó a trabajar en la arrocera, unos kilómetros más allá, que viene a ser Pájaro Blanco. Pero yo no me adaptaba allá. Vivíamos en la casa de mi cuñada. Yo no me adaptaba al campo, a la oscuridad de la noche, ese griterío de bichos afuera. Él se iba a pescar dos o tres noches a la isla y yo me quedaba sola, y ya estaba embarazada.

- ¿Y que pasó con el bebé?

- Rompí bolsa pero no tuve dolores de parto. Me internaron en el hospital de Alejandra. Estuve 24 hs., a la mañana tuve una hemorragia. Como había un solo médico, demoró. Nació el bebé y lloraba mucho, lo quise prender del pecho y no quiso. Me dijeron que tenía un problema respiratorio y me mandaron a Reconquista en una ambulancia. Me separaron del bebé y a la mañana siguiente cuando lo quise ver no me dejaron. “¿Qué pasa con mi bebé?”, preguntaba yo desesperada. “Esperá un poco”, me decían. Me dijeron que había tenido un infarto. Yo estaba solita, me sentía como una oveja perdida, no sabía adonde pertenecía. Después llegó él y fuimos a verlo. Era hermoso. Después me dijeron: “tu bebé falleció”. Mi marido ya se había vuelto y tuvieron que parar el colectivo para avisarle. Me tuve que poner fuerte para consolarlo. Sepultamos al bebé en Alejandra y nos volvimos. Siempre pienso que me gustaría traerlo al cementerio acá, pa’ tenerlo cerca de mí. Desde que falleció no volví nunca más. Ni siquiera lo pudimos anotar pero yo le puse Joel. Eso fue en el 2003. Fue muy doloroso. Han pasado muchos años pero todavía siento el mismo dolor aquí, (se golpea el pecho). A veces me pongo a pensar, cuando estoy mal, no quiero cargar con tantos problemas y me digo: “Dios, ¿por qué a mí? Es un dolor que no pasa, hasta el día de hoy estoy triste. Tantas cosas malas que me han pasado. Perdí a mi mamá, me quedaba sola en mi casa con mis hermanos...

- ¿Qué pasó después que falleció el bebé? ¿Volvieron a Santa Fe?

- Sí, a los ocho meses decidimos volver, nos fuimos a Playa Norte, pero nos corrió el agua, tratamos de ahorrar para comprar materiales, pero nos instalamos allí, frente a Luz y Fuerza, conseguimos chapas, y bueno... Hicimos una habitación grande dividida en dos con tablas que encontramos en la calle, después otra pa’ la cocina pero en invierno es muy fría y en verano nos morimos de calor. Lo único de material es el bañito.

- Y después de Joel hubo más hijos, ¿no?

- Sí, uno de diez, uno de ocho, otro de cinco y el menor de tres.

- Y tu hija mayor también tuvo un bebé.

- Sí, hace casi ocho años. Los crío a todos juntos, vivo para ellos. Somos diez en total y mi hermano que vive atrás.

- Y para dar de comer a tanta gente?

- Yo con $ 20 de puchero y unas papas hago un guiso grande pa’ todos o arroz que les gusta mucho. El más chico protesta cuando le sirvo poquito. Me dice: “Mami, me gustaría tener padres ricos para comer mucho”. “Hijo, es lo que hay, es lo que Dios nos manda”, le contesto.

- ¿Vas a misa?

- No, nunca.

- ¿Son bautizados tus hijos?

- Sí, todos, en Santo Tomé y en Guadalupe.

- ¿Y van a la escuela?

- Sí, todos. Ahora compré lo que pude para preescolar y el mayor que va a la secundaria. A las mochilas las lavé con jabón blanco pa’ que queden bien. Pero al más chiquito todavía no lo puedo dejar en la guardería porque no tiene zapatillitas.

- ¿Cuando empezaste a salir con el carro?

- Hace doce años. Si tengo una monedita para el día me quedo, porque ya me está afectando las piernas y la columna. Pero pienso en que mis hijos tienen que tener algo para cuando se levanten. No tengo leche, no me la dan más porque los chicos ya son grandes. Cuando veo que en las casas no hay nada, aunque esté lloviendo salgo igual. Una vez había llovido durante una semana, no teníamos ya nada, no tenía ni gas, salí igual con el nene. Me tapé con una bolsa, lo puse a él en el carro, bien tapadito y salí. Ese día Dios me ayudó. Volví con un montón de cosas.

* * *

Mientras María habla, la contemplo. No es más que una mujer como tantas otras, aparentemente frágil, pero muy fuerte por dentro. Su vida es una pelea sin cuartel contra el destino que le tocó. ¿Seríamos capaces de hacer lo mismo que ella hace?

Su sueño es una casita de material, con un corral para sus animales, un lugar para sus plantas y abundante comida para su prole. Una madraza que extiende sus brazos para dar cobijo a todos. Es una mujer joven con ilusiones gastadas. Y ni un solo día deja de soñar.

Una vida  difícil llena de sueños