Antes de ir a clases

Antes de ir a clases

No hay momento del día más decisivo y complejo que el comienzo mismo de la jornada, el espacio abierto por el despertador y que se cierra con la ida de los pequeños a clases. La escuela, es espantoso decirlo así, organiza la agenda de todos. ¡Levantate, te digo, que se hace tarde!

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

Arrancaron las clases y con ella el verdadero tono del año. Uno puede jactarse de que es el trabajo, o el deporte, o la joda lo que marca la vida de cada persona. Pero la realidad es que el verdadero organizador del año es el comienzo (y la continuidad) de las clases. Desde el corazón mismo de tu casa, desde lo ínfimo y lo cotidiano, emerge con poderosa e inflexible periodicidad una suerte de organización, distribución de tareas, afirmación de roles y móvil y encendida mezcla de proyectos individuales y colectivos. Así nomás, de una, te lo dije: manejate.

Así es que en las vidas de las personas, está primero el horario de la escuela y después hacé lo que quieras o puedas con el resto de tu día, tu año, tu vida.

Lo malo del comienzo de clases, es que comienzan nomás, con su apodíctico horario: las siete y cuarto, las siete y media, las ocho o la que se fije: como esas cosas grandes del destino que no manejamos, no le es dado a los hombres opinar, modificar o flexibilizar esa cuestión. El horario de la escuela es como un dios, que sólo requiere adeptos con fe: o creés (y acatás) o no.

Lo otro malo es que tu criaturita (o tus criaturitas en plural) han tenido hasta ayer nomás una brutal y feroz vida de vacaciones, y de golpe tienen el cepo de la escuela, que no admite “un ratito más”. Los tipos, los tipitos, estuvieron estirando la hora de ir a dormir entre jueguitos, compus, play, tele y sobre el final, aun con las difusas advertencias paternas (hasta allí ellos están de vacaciones y vos, si bien vas al laburo, no estás aún en rol de celador o cancerbero de horarios y rutinas), todavía están de joda. No los apacigua ni organiza la tarea de vacaciones, hecha a último momento y contrarreloj, ni el armado de la mochila, ni la búsqueda desesperada de las medias o el guardapolvo correctos... Como esas armas de alto impacto, sólo la escuela detiene esa displicente vida feliz.

Así que a la mañana, hay que remar. Debe remar uno con uno mismo: hasta allí podías estirarte unos minutitos más, hacer fiaca, no afeitarte, pilotearla. Pero con la escuela esperando, tenés una artefacto explosivo con un reloj regresivo implacable y cuyo mecanismo sí funciona. Debe remar uno con su pareja, que también se levanta o debe hacerlo con ritmos y horarios disímiles, diferentes de los tuyos (porque vos además sos “transportista”, remís, joya y siempre -y no nunca- taxi...) y que a veces suma o la complica del todo. Y debe uno remar, sobre todo, con la criatura que lleva tu apellido.

Porque esa persona tiene sueño, está desmayada casi y uno debe acertar el ingreso de las piernas de ella en las piernas de los pantalones en su correcto par y no las dos en un solo carril (es una autopista con dos carriles separados y una rutita angosta en la que se chocan y rozan dos autos); debe enchufar medias en un pie “muerto” y debe embutir una remera tratando de no ahogar ni asfixiar a la pobre criatura, en estado de indefensión. Debería uno, además, acertar de una (pasan los minutos, pasan los minutos...) con los zapatos puestos correctamente. Jodido hacerlos aterrizar a nuestros hijos en sus escuelas con los zapatos cambiados. Se entra al día mal pisado, literalmente.

Luego hay que hacer que aunque sea una gota de agua moje sus tiernos y cerrados ojitos (uno a esa altura putea destempladamente y sin ternura alguna), mientras le metemos a presión un trago de leche y un pedazo de pan con algo. Lavado de dientes, peinado (alabados sean los cabellos lacios, porque de ellos será el reino del peine), emperifollado final, toma final de la mochila ojalá completa, perfume y al auto. Salimos por fin: son minutos, segundos eternos que nos dan el tono del resto del día. Si pasamos más o menos indemnes, vamos a funcionar. Si no, no. Y a ustedes, ¿Cómo les va con este tema? ¿Tienen los deberes hechos? Vamos a organizarnos con las respuestas: fila uno y fila dos. Y saquen una hoja...