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Cambiar a un dormido

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

Seguimos con la ida a la escuela (el tema me pega de cerca, parece), porque en toda casa, o en la mayoría, hay pibes en edad escolar. A mí me toca en suerte una alumna del turno mañana, de las mañanas muy mañanas: debe entrar a las siete y treinta. Y levantarse una hora antes. Esta nota no es para dormidos.

Chiara, o Chiarita, es fantástica y una vez en marcha no para a su acompasada pero rendidora, enrulada y alegre marchita. El tema es levantarla. Cuando voy a despertarla (para entonces, en general, ya me bañé y cambié yo) es un cuerpo inerte y está literalmente desmayada. ya probé muchas fórmulas, desde el enojo a la seducción, desde la amenaza al ruego, y me he quedado con la más práctica y efectiva: la visto yo mismo tanto como puedo y en algún momento, ya cambiada, la paro y el resto lo hace más o menos el instinto. Queda parada y mal camina hacia el baño primero y la mesa donde desayuna después.

Más allá de lo que cada uno piense de la justicia divina, del más allá y de las religiones, yo creo que uno en realidad recibe en vida (el único lapso del que tenemos noticias ciertas) lo que hizo o hace. Este señor, yo, el que suscribe, describe o escribe, hice parir a mis padres, a mi vieja y sobre todo a mi abuela, que tenían la dura misión de despertarme. No es que no me despierte, pero era entonces un prolongador, un estirador del sueño hasta el final del plazo mismo, lo cual fue una preparación inconsciente para el periodismo, hecho de (contra los) plazos y cierres, de adrenalina, de funcionar bajo presión.

Y hoy, en consecuencia, recibo mi castigo y calladito la boca. Yo recuerdo (y pido perdón ahora silenciosa y tardíamente) el rezongo de la nona que me sacudía y me decía “te se hace tarde” y ahora tengo este cuerpo calentito y dormido al que hay que ensartarle la ropa, entre vueltas para un lado u otro, piernas encogidas, entre otros. Todas las habilidades reales y supuestas se me vienen urgentes porque el reloj corre: lateralidad, prensión fina, coordinación temporo espacial entran en juego a la hora de ensayar el difícil arte de vestir a un dormido.

Por ejemplo: arranco con las medias. Parece fácil, pero hay que doblarle la rodilla al cuerpo dormido, y embocar la media en el pie tratando de que el talón aterrice de una en su sitio. de lo contrario, también renegás porque debés girar esa media en el pie girado mientras giran las agujas del reloj que se ríe de tu impericia. Ahí descubrís nuevas habilidades tuyas, porque a veces tenés el desafío de embocar la media correctamente aun cuando tu niña o tu nene está boca abajo. llega un momento que tenés tanta cancha que podés ponerle una media hasta por la cabeza. Pero hay chambones que la dejan irremediablemente al revés (y después la colocación del zapato te pasa factura inmediata) o que, dormidos también ellos, la enchufan en una mano, como si se tratara de un guante.

El pantalón es otra prueba de fuego: jardín de los senderos que se bifurcan, hay que tratar de respetar la equivalencia de dos túneles de tela para dos piernas. Este principio de tan aparentemente fácil enunciación, no tiene un correlato tan simple en la práctica. Tenemos una tendencia natural a embocarle las dos piernas de carne y hueso en una pierna del pantalón. Volver atrás es otra aventura. Tu nena queda lista para correr embolsados, si es que no se derrumba de una cuando intentás pararla.

Luego siguen los zapatos o zapatillas: vos no podés ser tan mal padre de mandarla con los zapatos cambiados, pisando patizamba para afuera la pobre criatura.

Ahí, sostenida la triple entente de media-pantalón-zapato, podés encarar otras partes de la historia, como por ejemplo la remera. Se complica: son tres agujeros para tres partes distintas e igual de dormidas, todas: dos brazos, una cabeza. Jardín de los senderos que se trifurcan, no sabés por dónde empezar primero. Hay gente que tiene la habilidad de hacer todo al mismo tiempo; otros que ponen primero un brazo, otros que ponen primero los dos brazos en simultáneo, otros que eligen la cabeza para arrancar (a veces literalmente: ahí se puede escuchar el primer aia del dormido); hay otros que deben comenzar todo otra vez ante la falla de alguno de los subsistemas anteriores.

Y nos vamos, rapidito para la escuela: la criatura está más o menos cambiada, más o menos desayunada y menos o menos peinada. Crimen y castigo, siento la voz de mi abuela rezongando esta vez burlona: te se hace tarde, te se hace tarde...