En Familia

Decepción

por Rubén Panotto (*)

[email protected]

A fines del siglo pasado, algunos sociólogos vaticinaron que el siglo XXI sería identificado por el escepticismo y la decepción. La globalización, los grandes cambios culturales y los “destapes” en naciones del Primer Mundo fueron desmoronando paradigmas, costumbres y valores que las personas teníamos como íconos de nuestros sueños y proyectos de vida. Los efectos de estas crisis han estigmatizado a las jóvenes generaciones con un estado casi permanente de decepción y melancolía. La decepción es un sentimiento de desilusión y tristeza, causada por desengaños. Es la unión de dos emociones básicas como la sorpresa y la pena.

Cuando observamos la confrontación entre padres y docentes responsables de la educación de nuestros hijos, cuando la autoridad de los mayores ha desaparecido arrastrando su verdadero significado de “hacer crecer”, cuando nos golpean noticias como la de niños menores de diez años que pierden la vida, o quedan discapacitados, en los médanos de la costa bajo los hierros de un cuatriciclo, sentimos con sorpresa y pena la decepción por aquellos mayores responsables de evitar semejante desatino, como personas sin fundamentos, sin principios, sin valentía para hacer cumplir las normas de convivencia, seguridad y salud social por la que debemos responder padres, referentes políticos y sociales.

¡Qué decepción! cuando nuestros gobernantes, autoridades y personas notables, son descubiertas como corruptas, sucias sus manos de rapiña y codicia; cuando la Justicia se esfuma por atajos de excepciones y franquicias que levantan la ira y el hastío de los simples. ¡Qué decepción! cuando los líderes religiosos de cualquier credo son catalogados de engañadores, aplicando la conocida proclama “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. ¡Qué decepción! cuando algunos programas de televisión nos venden héroes y heroínas en sus habilidades, escritores y estadistas, reconocidos y famosos, y otros programas en los mismos canales nos muestran el lado oscuro y desechable de los mismos personajes. ¡Qué decepción!

Se conoce que cuando la decepción perdura en el tiempo, desencadena un estado de frustración y posible depresión.

Cómo afrontarla

Lo primero es no crear altas expectativas en nuestras relaciones personales, el trabajo, la profesión, el poder, etc. Como seres humanos, la vida está rodeada de situaciones decepcionantes, obstáculos y circunstancias indeseables, que pueden ser útiles para desarrollar capacidades que sacarán lo mejor de nosotros para la victoria. El excesivo apego a las cosas de la vida termina siempre en decepción. En el Sermón del Monte, Jesucristo nos dice: “No acumulen riquezas en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y los ladrones se meten a robar... Porque donde estén sus riquezas allí estará su corazón”. Otra recomendación es no renunciar ante una decepción por nuestro propio error o comportamiento, descalificándonos para continuar. La aceptación propia es un gran valor que ayuda a ser compasivos y desarrollar nuestra fe en Dios para salir renovados y con nuevas ganas de vivir.

En una carta apostólica, Pablo dice que “a los que aman a Dios todas las situaciones les ayudan para el bien... por lo cual somos más que vencedores por medio de Jesucristo que nos amó”.

Por último: no hay que alejarse del mundo por estar viviendo decepciones, porque estamos diseñados para creer y tener esperanza. Jesucristo alerta: “En el mundo tendrán aflicciones, pero confíen porque yo he vencido al mundo”.

Muchas veces aprendemos por medio de los aparentes “fracasos”, porque Dios ha designado que nuestro aprendizaje provenga de las grandes lecciones por ese camino. No obstante, recordemos que en nuestra libertad de decidir, lo hagamos como lo hizo Jesús: “Padre que se haga tu voluntad y no la mía”. ¿No le parece?

(*) Orientador Familiar

Se conoce que cuando la decepción perdura en el tiempo, desencadena un estado de frustración y posible depresión.