La baronesa de los leones

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Isak Dinesen es el seudónimo con el que Karen Christentze Dinesen firmó su obra literaria.

Una vida signada por el drama y dividida entre su Dinamarca natal y su amada África forjaron una obra literaria reconocida en todo el mundo. Esta es la historia de Karen Christenze Dinesen, o Isak Dinesen, el seudónimo que eligió para escribir.

TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA.

Rungstenlund es una pequeña villa a 30 kilómetros de Copenhague, en Dinamarca. El camino va bordeando la costa de un mar hermoso, muy frío en invierno y verde en verano. El mismo escenario que alimentó la imaginación de Andersen o el escenario inhóspito en que Shakespeare ubicaría a su desolado Hamlet.

Allí se encuentra la casa donde nació Karen Christentze Dinesen, ahora convertida en museo. Hasta allí llegan muchas feministas europeas, atraídas por la aureola de leyenda de esta valiente mujer. El ambiente es tranquilo y al recorrer las distintas habitaciones se siente la fuerte presencia de esa vieja dama que desde las fotografías nos sonríe con un rictus irónico de alguien que ha transitado todos los caminos y ha visto de cerca el rostro del dolor.

EL HOGAR DE LA INFANCIA

Karen Blixen nació el 17 de abril de 1885. Era la segunda hija del militar y escritor Wilhelm Dinesen y de Ingebord Westenholz. Familia de grandes terratenientes, políticos influyentes y comerciantes exitosos, su niñez fue relativamente plácida y feliz hasta los 10 años en que la tragedia cambió rotundamente todo y de un brutal empujón la situó en la cruda realidad que sería luego una constante en su vida.

Cuando Karen tenía 10 años, su padre, atacado de sífilis, se suicida. Allí termina abruptamente su infancia. Su madre, de fuerte carácter, en vano quiso dominar a la niña que, desorientada por el dolor profundo de la pérdida, sólo tuvo una cosa bien en claro: jamás se sometería a los valores burgueses y puritanos del control materno.

El temor a la pérdida del ser amado fue una constante en su vida. Tal vez el temprano contacto con el dolor o su deseo de independencia la llevó a buscar en la pintura y la escritura, una forma de expresión.

En 1907 escribió su primera historia, “Los ermitaños”, que firmó con el seudónimo de Osceola y que publicó una revista danesa. Pero, al no obtener la respuesta esperada, abandonó la escritura para dedicarse a la pintura. Estudió arte en Copenhague, Roma y París.

EL AMOR Y EL DESTINO

Enamorada y rechazada por su primo, el barón Hans von Blixen-Finecke, decide casarse con Bror, el hermano gemelo. En 1913 viaja sola a Africa, y comienza la aventura de su vida, plagada de dolor, frustraciones y soledad.

Bror era irresponsable y mujeriego. Con el dinero aportado por la familia, Dinesen instalan una granja en Ngong, entonces protectorado inglés de África Oriental, cerca de Nairobi. Intentan una producción de café sin ningún conocimiento.

Karen descubre muy pronto que el bueno de su marido no tiene ninguna afición al trabajo y menos a los sacrificios que demanda ese tipo de vida. Asume su soledad y se hace cargo de todo. Traslada a África su estilo de vida europeo, fino mobiliario inglés, vajilla de porcelana y, sobre todo, sus amados libros.

Sin embargo, el entorno la va conquistando: el delicado contorno azulado de las montañas de Ngong, su intenso verde luego de las lluvias, la fidelidad de su servidumbre negra, el hondo misterio de las tribus que habitaban la región, los safaris que le permiten tomar contacto con una naturaleza salvaje y subyugante. Sus largos períodos de soledad son llenados con la lectura, la pintura y la música, mientras toda la responsabilidad de la plantación queda en sus manos.

EL CRUEL ROSTRO DE LA REALIDAD

Pero, a poco más de un año de su llegada a África, descubre que su marido le ha contagiado la sífilis. Cargando su frustración y su dolor debe retornar a Dinamarca para someterse a un tratamiento. Es en esta época cuando comienza a sufrir una anorexia que ya no la dejaría jamás.

A su regreso, sigue al frente de la plantación pero sin Bror, del cual se divorcia. En realidad, se da cuenta de que no lo necesita para nada, aceptando finalmente que sus sentimientos hacia él nunca fueron verdaderos. Corría ya el año 1921.

Y es allí cuando aparece en su vida el verdadero amor en la figura de Denys Finch Hatton, un británico culto, buen mozo y aventurero que -piloteando su avión- surcaba los cielos de África organizando safaris.

Su personalidad independiente cautivó de inmediato a Karen. En el fondo se parecían, compartían gustos en música y literatura. Ella creyó por fin haber encontrado la esquiva felicidad. ‘Él se resistía a entregar su libertad. De todas formas, fueron tiempos de romances y separaciones, abonados por la alegría del regreso.

Pero mientras ella invertía todos sus esfuerzos para llevar adelante su plantación en una lejana tierra, el mundo iba cambiando. La época victoriana concluía, los años entre las dos grandes guerras transcurrían en una Europa que pendulaba entre la frivolidad y las grandes tragedias que se avecinaban. También en África se sentían los coletazos de ese cambio.

1931 es crucial en la vida de Karen Blixen. Finch Hatton se estrella en su avión y la plantación de café se pierde totalmente. Sola, enferma, desolada, no tiene más remedio que abandonar su ínsula africana. Nunca más retornaría.

En algún momento, en esas maravillosas noches compartidas con su amante, habían afirmado que sus cuerpos reposarían juntos en lo alto de alguna verde colina de Ngong. Ahora ella tenía que partir dejando atrás todo lo que había sido una parte muy importante en su vida. Era totalmente consciente de ello. Una solitaria lápida en suelo africano esperaba un regreso que nunca se produjo.

RECUERDOS DE ÁFRICA

Pero Karen Blixen no era mujer para las derrotas. Junto con sus pertenencias, guardó su corazón en una maleta y retornó a Europa. Los 17 años que vivió en África quedaron grabados en ella. Ese avasallante entorno salvaje, la exuberancia de una naturaleza indómita como su voluntad nutrieron su imaginación. Esta mujer tan especial, tan fuerte, se negaba a claudicar ante las derrotas, las ausencias y la misma muerte que la amenazaba en forma permanente.

Instalada en su Dinamarca natal, tuvo que pensar rápidamente en cómo sobrevivir. Sólo había algo que sabía hacer bien: narrar historias. Y comenzó a hacerlo. Tenía 47 años y estaba decidida a ganar esta nueva batalla.

Así nacieron “Siete cuentos góticos”, que en un principio fueron rechazados por los editores daneses. Entonces fue cuando decide firmar con un seudónimo masculino, usando uno de los apellidos maternos: Isak Dinesen y envía el manuscrito a Estados Unidos. Fue todo un éxito. A partir de allí Karen publica relatos, novelas, reflexiones nacidas de los recuerdos de la vida transcurrida en las lejanas tierras africanas, impresiones y sentimientos de una mujer sensible acostumbrada a dialogar con una soledad poblada de sueños.

Llega la fama, su nombre se conoce en todo el mundo. Los famosos la miman, la alaban. Truman Capote, temido por la acidez de sus comentarios confiesa que “Lejos de África” es una de las más bellas autobgiografías que había leído. Hemingway, al recibir el Premio Nobel en 1952, declara que ese honor le hubiese correspondido a “ese extraordinario narrador que es Isak Dinesen”. ¿Acaso no sabía que era una mujer?

La literatura se convirtió en su refugio. El mundo “Civilizado”, la acepta y la celebra mientras ella refugia su soledad y su dolor en cada relato que imagina. Sus “Cartas de África” tienen una carga de nostalgia que conmueve: “... He mirado a los leones a los ojos y dormido bajo la Cruz del Sur y he visto incendiarse la hierba en las grandes praderas que se cubren de fina hierba verde después de las lluvias, he sido amiga de somalíes, kikuyus y masai, he volado sobre las Ngong Hills.”

Pero a pesar de la fama y la gloria que sus libros le proporcionan, la soledad será el manto protector que cubrirá sus últimos años.

EL REGRESO QUE NUNCA FUE

Karen se adapta con resignación a la vida oscura de su Dinamarca natal. Su salud se deteriora, pero ella no se rinde. Sus ojos siguen teniendo la fuerza de siempre. Con ellos se aferra desesperadamente a la vida.

Los finales de alguna manera le infunden temor. El final está asociado siempre a una pérdida, el no saber que hay más allá. Tal vez su mundo infantil quebrado con la pérdida del padre no la abandona jamás. Como una moderna Scherazade va hilvanando sus relatos en un intento por retener su presencia en este mundo.

Su cuerpo se consume, su piel se arruga. Ella pasea su delgadez extrema por el frívolo mundo del espectáculo. La imagen fotográfica inmortaliza el instante compartido con Arthur Miller y dos mujeres con soledades diferentes: Marilyn Monroe y Carson McCullers. Eso fue en febrero de 1959.

No le quedaba mucho. La sífilis y la anorexia se fueron apoderando de su cuerpo cansado. Pero su espíritu no se entregó. Siguió escribiendo, recordando, extrañando los aromas de la tierra africana, la humedad que desprende el pasto luego de la lluvia, las veladas compartidas junto al único hombre que de veras la amó, que supo escucharla y -a su manera- comprenderla.

Karen Blixen se consume lentamente. Es apenas una pequeña luz encendida en el borde una ventana entreabierta. Se extingue tristemente, en silencio, en completa soledad el 7 de septiembre de 1962.

Allá lejos, en Ngong, una solitaria cruz sigue en pie, al tope de una verde colina, acariciada por la brisa cálida que parece decir: “... Aquí estoy, finalmente he vuelto...”.

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Karen Blixen con sus criados en la finca de Kenia, en 1930.

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OBRAS CONSULTADAS

- “La dama gótica”, de Pedro Rey (La Nación, 25 de marzo de 2011)

- “El discreto encanto de leer a Dinesen”, de O. Gallone (Revista Ñ, 30 de abril de 2011).

- “La baronesa africana”, de Alejandro Bellotti (Perfil, 22 de mayo de 2011).

- “Escribir y cazar leones”, de Alicia Genovese (Clarín, 28 de julio de 1994).

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la escritora Con Marilyn Monroe y Carson McCullers.