Nueva publicación con siete autores

Presentaron en el Etnográfico la revista América 22

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El acto se presentación contó con una concurrencia atenta a las exposiciones. Foto: Manuel Fabatía

 

De la Redacción de El Litoral

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Ante una nutrida concurrencia de público se presentó en el auditorio del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe la revista América 22, que edita el Centro de Estudios Hispanoamericanos. La introducción estuvo a cargo del presidente de esta última la institución, Dr. Julio del Barco, y al cabo de sus palabras hablaron los autores de los distintos artículos que integran la flamante publicación.

La ronda de exposiciones se inició con Paula Busso. La profesora de Historia se refirió a la función educativa de los museos, centrando el foco de análisis en la tarea desarrollada al respecto por el Dr. Agustín Zapata Gollán, director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales desde su creación en 1940 hasta 1986, año de su muerte. En todo ese tiempo, además de los propósitos específicos de investigación y estudio, Zapata se preocupó por la divulgación de los resultados y, especialmente, por la transmisión de la historia a alumnos y maestros a través del Museo y las ruinas de Santa Fe la Vieja.

A ese fin siempre se preocupó por la adecuada exhibición de las piezas arqueológicas y la información oral complementaria que permitiera a los visitantes dimensionar y comprender lo que veían. Por eso insistía en el hecho de que las maestras visitaran los sitios antes de recorrerlos con sus alumnos a fin de prepararlas para que la posterior visita escolar se aprovechara al máximo. En definitiva, el trabajo de Busso apunta a la valoración de la función didáctica en la estrategia de difusión del conocimiento por parte del recordado Zapata Gollán.

Fiadores se necesitan

A continuación, las historiadoras Liliana Montenegro de Arévalo y Ana María Cecchini de Dallo compartieron su charla sobre la figura y función del fiador -hasta ahora poco tenida en cuenta- en la realidad de Santa Fe la Vieja. Y al respecto explicaron que en su investigación aplicaron una propuesta metodológica del sociólogo francés Pierre Bourdieu, mediante la que analizaron 76 registros asentados en las actas del Cabildo santafesino respecto del fiador o avalista de la incorporación de nuevos vecinos a los pequeños centros poblados.

Esa función, aunque poco conocida, fue relevante porque viabilizaba la aceptación del nuevo vecino y le permitía ejercer el comercio o acceder a un puesto en la estructura del Cabildo. Así, en el momento en que los presentaban, los fiadores les extendían un crédito, lo que los habilitaba a adquirir compromisos comerciales, de propiedad, participar de cofradías y entablar relaciones sociales que podían terminar en el matrimonio y el compadrazgo.

Un sauce con historia

Luego Beatriz Raquel Creus, directora del Museo Monte de los Padres de Sauce Viejo, puntualizó relatos y motivaciones personales que la llevaron a bucear en las profundidades de la toponimia de Sauce Viejo y a indagar los títulos de tierras originarios de su actual jurisdicción. En esa búsqueda se remontó al paraje de los Calmís, nombre procedente del tiempo de la conquista cuando las tierras de Santo Tomé y Sauce Viejo estaban habitadas por indígenas del grupo timbú. Esa denominación pervivió en los sucesivos documentos de propiedad desde Hernandarias, en 1627, y hasta las ventas realizadas en 1772 por la Junta de Temporalidades que había quedado a cargo de los bienes de la orden jesuítica, expulsada de los dominios americanos de la Corona española en 1767.

Esas tierras habían pertenecido a la estancia de Santo Tomé que administraban los religiosos ignacianos y es el origen del nombre de la vecina ciudad emplazada en la banda occidental del río Salado. En su extensa investigación, Creus revela la secuencia y superposición de títulos de propiedad, pero sobre todo determina la ubicación aproximada del sauce que reiteradamente se toma como referencia para el tendido de las cuerdas castellanas que se empleaban para medir la superficie de los inmuebles. También se refiere a topónimos importantes comprendidos dentro de la estanzuela jesuítica, como el Puesto o Chacarilla de doña Blanca, ubicado sobre la costa del Salado Grande, el Puesto de Las Yeguas, lugar de resguardo de la caballada; el Puesto de La Loma, próximo al arroyo de los Padres, en el lugar conocido como monte de los Padres (topónimo alusivo a los religiosos de Loyola, que aún sobrevive), donde había una posta; y, sobre todo, la Punta del Sauce, que la autora ubica en el barrio actual conocido como Altos del Sauce.

En suma, un trabajo muy interesante de un pueblo que se creía sin historia, y que por añadidura aporta buena información -con el aditamento de varios mapas- sobre el camino terrestre que unía a Santa Fe con Buenos Aires, remoto antecedente de la Ruta Nacional 11 que corre paralela al río.

Algo parecido le ocurrió a la siguiente expositora, María Susana Lazzarini, quien desandó las huellas de la historia de Cayastacito por amor a un lugar vinculado con su familia. Con ese estímulo se internó en busca de las raíces indígenas del topónimo y sus derivaciones hasta llegar al diminutivo que identifica al pueblo actual. Recordó a la reducción de Cayastacito, producto del traslado de un caserío anterior a las orillas del arroyo Naré en 1784. También señaló que el fracaso de los sembrados y la deserción de los indios charrúas que la integraban motivaron un tercer traslado junto al río San Javier, emprendimiento en el que la remanente población charrúa se mezcló con la mocoví. En su artículo, la autora se explaya sobre las figuras de dos misioneros relevantes: el jesuita Florián Paucke (Siglo XVIII), y el franciscano Ermete Constanzi.

La América mestiza

Seguidamente Julio del Barco leyó un texto enviado por la escritora Graciela Maturo que resume su extenso artículo titulado “Ruy Díaz de Guzmán, defensor de la república mestiza”, excelente trabajo sobre el primer historiador del Río de la Plata, quien con la inclusión de recursos novelescos relata la durísima gesta del poblamiento de la cuenca en que vivimos, con especial foco en Asunción del Paraguay y la figura de Domingo Martínez de Irala, el gobernante de hierro que promovió el mestizaje con la etnia guaraní, empezando por él mismo, que tuvo hijos e hijas con numerosas mujeres pertenecientes a los grupos de indios amigos con los que acordó alianzas matrimoniales, políticas y militares de recíprocos beneficios. Precisamente de una de esas uniones proviene Díaz de Guzmán, hijo del capitán Alonso Riquelme, quien luego de apoyar a su tío Álvar Núñez Cabeza de Vaca en su enfrentamiento con Irala, salvará su vida casándose con una de sus hijas mestizas, prenda de la reconciliación. De modo que Díaz de Guzmán era nieto de Irala y sobrino nieto de Cabeza de Vaca, dos potentes personajes de la conquista del Cono Sur, enfrentados por razones políticas pero también por sus respectivas cosmovisiones, ya que el primero era un astuto negociador que se adaptaba a las realidades circundantes, en tanto que el segundo era un español purista que resultó derrotado por la compleja trama de la colosal empresa.

En Guzmán, por tanto, se cruzan las sangres, las ideas y las vivencias de aquel proceso. Y de la visión resultante de esa mezcla nacerá su obra que, en palabras de Maturo, defiende al hombre de la tierra y justifica la Conquista desde la mestización americana, convirtiéndose en un testimonio de la “evangelización constituyente” de los siglos XVI y XVII, sin la cual no puede pensarse la América hispánica.

Los rostros deL Brigadier

Finalmente, el Dr. Jorge Taverna Irigoyen expuso con palabra fluida su empeñoso rastreo de la iconografía del brigadier general Estanislao López, figura referencial de la historia santafesina. Dijo que las imágenes que recuerdan al Patriarca de la Federación, tanto pictóricas como escultóricas, son escasas, y que del retrato más importante, realizado en Santa Fe por el artista saboyano Carlos Enrique Pellegrini a instancias de Juan Manuel de Rosas, sólo queda su huella documental. De modo que es un óleo ausente, en contraste con los que Pellegrini les realizara a la esposa del brigadier, Josefa Rodríguez del Fresno; a su padre, el protomédico Manuel Rodríguez y Sarmiento; al general Pascual Echagüe y a su esposa Manuela Puig, todos los cuales se conservan. No obstante, quizá un apunte a lápiz de Pellegrini haya sido el embrión de una placa litográfica con la efigie de López realizada en el taller de Bacle y Cia.

A la postre, ese grabado se convertirá en la fuente icónica de las posteriores representaciones del gobernador santafesino. En su alocución, Taverna Irigoyen puso de resalto que inició la tarea con gran entusiasmo, pero la terminó con cierta tristeza debido a la dolorosa desaprensión que encontró durante la búsqueda respecto de los bienes patrimoniales subsistentes y, sobre todo, de una figura fundamental en la historia de nuestra provincia y en la difícil construcción del país de los argentinos.