Arte y comida

Las latas de sopa de Andy Warhol

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Graciela Audero

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En 1810, el francés Nicolas Appert, confitero de renombre en París, publica el libro El arte de conservar durante varios años todas las sustancias animales y vegetales, donde expone que esterilizando los alimentos en botellas cerradas herméticamente se los puede guardar mucho tiempo sin que pierdan sus ventajas nutricionales. Su texto representa una revolución tecnológica: la invención de la conserva. Hasta entonces, la conservación de los alimentos se conseguía, por tiempo limitado, a partir del secado al sol, la salazón, el ahumado, el agregado de vinagre o alcohol, azúcar o grasa.

Rápidamente, el libro de Appert se transforma en el breviario de las fábricas de conserva. Pero es en Inglaterra, primer país productor de hojalata, donde aparece la “lata de conserva”. Y luego, en los Estados Unidos, surge la idea de enlatar comidas preparadas, entre las cuales está el plato más antiguo: la sopa. Preparación líquida y caliente, de carácter rústico y familiar, sus antecedentes más remotos son las papillas de cereales de la antigüedad, mientras que los más modernos son trozos de pan sobre los cuales se echa caldo, vino o salsa, de donde proviene la expresión “ensopar”. Hoy la sopa es un caldo a base de carne, pescado o verduras, espesado con fideos, crutones o arroz, que puede ser casera, de fabricación industrial, o una entrada gourmet en un restaurante de alta gama.

Probablemente, cuando miramos las simples latas de conserva reproducidas muchísimas veces por Andy Warhol no nos surgen muchos comentarios. No obstante, atraen la mirada de manera hipnótica por su reproducción idéntica y diferente. El efecto adictivo es provocado por la variación de colores vivos sobre un motivo de la vida cotidiana: unas banales latas metálicas. La marca Campbell es una institución en Estados Unidos; creada en 1897, acompaña la mesa de la middle class, especialmente la sopa de tomates cuyo embalaje rojo y blanco se transformó en una referencia icónica tanto para las familias como para los admiradores del Pop Art. Inspirado en esa marca, Andy Warhol pinta en polímero sintético sobre lienzo conjuntos alegres y muy coloridos.

En los años 1960, el artista que domina de manera excelente las técnicas de la serigrafía seudoindustrial, produce obras con latas de sopa cerradas y abiertas, con sus etiquetas perfectas, rotas o sin ellas, junto a tazones o abrelatas. A veces, también objetos relacionados con la sopa, como las Cajas de jugo de tomates Campbell. Es decir, reproducciones de objetos diarios susceptibles de pasar a la posteridad, de grabarse como marcas indelebles en el imaginario de todo el planeta, de legitimar la cultura popular y comercial y de definir el concepto de Pop Art. Hoy los cuadros de Warhol se venden en varios millones de dólares. Nada mal para una sopa popular.

Con sus cabellos platinados, Andy Warhol supo hacer de su nombre y de su look una marca que encarna incontestablemente la cultura pop de las décadas 1970-80. Nacido en Pittsburgh, en 1928, su vida es un torbellino ininterrumpido de fiestas, drogas, sexo en compañía de rock stars, aristócratas y celebrities. En 1960, dibujante publicitario en New York, realiza sus primeras obras como artista plástico inspirado en comics. Es la época del gran consumo, y la pintura norteamericana, dominada hasta ese momento por el arte abstracto, recobra el gusto por el realismo. Con esta base, Warhol pintará incansablemente los símbolos de la sociedad de consumo: latas de sopa Campbell, botellas de Coca-Cola, frascos de ketchup Heinz, bananas, dólares... Cuando en 1962 participa, con Roy Lichtenstein, en la gran exposición The New Realist realizada en New York, la corriente de la cultura pop queda creada, y Warhol será su gran provocador.

Desde entonces, el publicista genial desarrolla su marca de fábrica: las series multiplicadas innumerables veces con imágenes de famosos como Elvis Presley, Marilyn Monroe, Mao Tse Tung... En 1964 inaugura uno de los lugares míticos de la Big Apple y de la contra-cultura: The Factory, en la calle 47, donde se reúnen artistas plásticos, músicos, cineastas, stars como The Rolling Stones y Bob Dylan, y ricos y pobres de lujo gravitan a su alrededor.

Y entre la gente que lo rodea está nuestra compatriota Marta Minujín, quien relata: “En el 85 le propuse pagarle la deuda externa argentina con choclos, que yo consideraba oro latinoamericano. Fui a su casa de la calle 34, llevé los choclos, hice una montaña, pusimos dos sillas y nos sacamos diez fotos”. En una de las sillas se sentó la reina del pop argentino, Marta Minujín, y en la otra el rey del pop norteamericano, Andy Warhol, y así surgió la serie fotográfica titulada El pago de la deuda externa, que se exhibe en el Malba de Buenos Aires. No es la única creación de Minujín en la cual objetos comestibles son protagonistas. Entre sus proyectos tendientes a desacralizar mitos populares, la artista desarrolla la serie de “arte comestible”: El Obelisco de pan dulce (1979), La Venus de queso (1981), La Estatua de la Libertad de frutillas (1985) y otras, a las que hay que sumar la más reciente: El Lobo marino de alfajores (2014), instalación comestible que recrea íconos marplatenses, ubicada en el frente del flamante Museo de Arte Contemporáneo de La Feliz.

Personaje enigmático y fascinante, gravemente herido de bala víctima de un atentado en 1968, Andy Warhol muere en 1987 como consecuencia de una sencilla operación de vesícula biliar.

El efecto adictivo es provocado por la variación de colores vivos sobre un motivo de la vida cotidiana: unas banales latas metálicas.