EDITORIALES Y ESCRITORES. UN RELATO

La guerra de las solapas

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Estanislao Giménez Corte

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I

El escritor de solapas pertenece a una organización internacional de escritores de solapas cuyos méritos, extraordinarios méritos en el arte de la simulación, son, en primer lugar, trabajar a destajo en la negación de su existencia y, en segundo, conspirar secretamente en contra de los libros que reseñan. Para ello, hábilmente, en cada ocasión despiden toda una serie de pobres conceptos genéricos, adjetivos generales y vacuos, que poco y nada dicen sobre el libro en cuestión, como no sea la comunicación de una íntima certeza -en el futuro lector- de que el libro no fue leído o que, por acción de esas desmesuras -se dice por ejemplo que el libro es “provocador”, un “deleite”, que es “desafiante” y el “testimonio de una sensibilidad singular”- es malo. Los escritores de solapas, anónimos, resguardados en ese difuso colectivo inhallable, odian secretamente a los escritores y así perpetran el odio: mediante un código cerrado, aluden a las supuestas virtudes del libro de un modo tan torpe y pobre, en un estilo tan cargado y redundante, que su breve texto sólo puede ser interpretado por los lectores de solapas y no por el resto del vulgo. Los escritores de solapas se reúnen secretamente a leer las locuras que escriben y ríen hasta la extenuación, incrédulos de que su gremio no fuera aún descubierto. El lector común se sorprende ante tal despliegue de tonterías y concluye que mejor hubiese sido no leer la solapa. Pero es más grave todavía: el lector de libros sospecha de una relación al menos poco amistosa entre el autor y el escritor de solapas. El lector común lee en la solapa que tal escritor es “(...) dueño de una prosa decantada” (?), “representante de la nueva narrativa” (?), de “aquilatada trayectoria” (?) , con un “hondo conocimiento” (?) y no puede menos que imaginar la cólera del autor al ver impresas estas referencias generales y sin sentido sobre su trabajo. Los escritores de solapas escriben la nada, sólo que poca gente percibe su broma macabra. Ni siquiera se dan por enterados los titulares de la editorial en cuestión.

II

El lector de solapas pertenece a una organización internacional de lectores de solapas cuyos méritos son, en primer lugar, negar su existencia y, en segundo, simular ilustración allí donde hay, apenas, pobres referencias mnemotécnicas. El lector de solapas odia al lector de libros y, cuestionando gravemente sus ínfulas de ilustración, conversa con él aferrándose apenas al puñado de datos más bien vacíos que escribieron sus amigos, los escritores de solapas. Ambos odian a los escritores y a los lectores de libros. El lector de libros muy a menudo detecta a los lectores de solapas pero, ajeno a cualquier escándalo público, prefiere entrar con él a dibujar vaguedades en el aire. Es, claro, una perfecta simulación: el lector de solapas pretende haber leído; el lector de libros pretende que cree que él ha leído. Los lectores de solapas odian a los lectores de libros y quieren subrayar la pedantería del “buen ilustrado”. Más de una vez han puesto en vergüenza a lectores de libros que, producto de borrachera u olvido, erraron un dato o desconocían el título de un libro. Los lectores de solapas tienen gran memoria, pero no creen en la literatura ni en la ciencia: su misión es denunciar la estupidez insondable de las gentes que se pasean, como quien exhibe un trofeo, refiriendo afectadamente sus lecturas y sus títulos. Quieren echar sal en la herida de estas gentes. Quieren molestar. Los lectores de solapas ejercen el arte de la impostura. Los diferencia de los escritores de solapas una cuestión metodológica: los primeros tienen que actuar en ágapes y brindis su ilustración; éstos últimos sólo escriben y se retiran a reír.

III

Y aquí, finalmente, el horror (Natalia Pandolfo dixit): los periodistas cuyas notas se basan en las solapas de libros. Perezosos que apenas escrutan lo que dijeron los escritores de solapas y, sin entender la broma perfecta, “escriben” sus notas basados en ella. Extraordinario absurdo. El autor, en tanto, queda lejísimo. No sabe, pobre iluso, que ha caído en el simulacro perfecto de la industria: una organización que finge aparatosamente amor e interés por los libros pero que destina segundos mínimos a otear unas páginas, sin entender ni la batalla que se libra entre solapas y contratapas, ni la batalla que ha librado sobre sí el autor.