Gato negro

La oveja descarriada

La oveja descarriada

El joven actor Luciano Cáceres es el solvente protagonista que encarna vivezas, destrezas y penurias varias.Lo acompañan Leticia Brédice y Luis Luque.

Foto: gentileza producción

 

Rosa Gronda

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Dos sustanciosas horas dura la curiosa ópera prima de Gastón Gallo que nos cuenta la historia de Cabeza (así lo llaman los amigos), un pibe del interior tucumano que sueña con vivir en Buenos Aires y al que la película presenta, luego de un fragmento inicial que documenta el trabajo en los ingenios azucareros de la década del cincuenta, doblando una esquina de su pueblo. Después lo vemos con enorme esfuerzo correr con su bicicleta a la par del tren que va hacia la Capital: una carrera que siempre pierde, en el intento de saltar al andén como polizonte. Se llama Tito Pereyra y vive una infancia paupérrima en un hogar lleno de necesidades, donde el padre ha dejado a su esposa y a los hijos. Desde pequeño Tito-Cabeza se manifiesta como una oveja descarriada, tiene un angélico hermano que no parece nunca enterarse de las diabluras de ese indómito Caín, de carácter violento pero, eso sí, con una tenacidad a toda prueba.

La primera vez que cumple su sueño de arribar a Buenos Aires, la experiencia es negativa: su madre lo encierra en un reformatorio de mano dura, del que termina escapando en compañía de “Pirata”, otro niño marginal con el que subsisten lustrando zapatos o abriendo puertas de autos, hasta que un hecho puntual los separa y Tito-Cabeza regresa a Tucumán.

Un cartel sobreimpreso avisa que corren los años sesenta y el protagonista (Luciano Cáceres) es ya un joven alto y fornido, que busca trabajo en los ingenios, una especie de infierno por los hornos que procesan la caña, alimentados por el esfuerzo de los peones. Su ambición de superar esas condiciones de vida miserables, lo lleva a tomar otros atajos y no vacila en estafar o hurtar hasta regresar al objetivo de vivir en la Capital, aunque sea en una pensión promiscua, donde duerme con los zapatos puestos por miedo a que se los roben.

Progresivamente se vuelve un obsesivo del trabajo: empieza limpiando baños, sigue vendiendo alfajores al menudeo, hasta que alcanza un mediano bienestar que tampoco le alcanza: como una sed abrasadora, su ambición crece junto con asociaciones non sanctas y más complejas.

La mueca de lo soñado

Si en instancias anteriores Tito-Cabeza había rechazado incorporarse a bandas de ladrones improvisados, progresivamente empieza a ganarse la confianza de prósperos estafadores de guante blanco -con trampas financieras y negocios de plata dulce-, a la luz de la importación abierta de principios de los años ochenta, que funden a la industria nacional. La película expone un vergonzante friso delictivo, protagonizado por hordas de pícaros varios que truecan favores por fuera de la ley. Y nadie queda excluido del entrevero, incluyendo militares, profesionales graduados en Harvard o políticos y comerciantes de distintos niveles.

El personaje se va transformando en cada cambio de traje y domicilio, hasta acabar en una lujosa mansión, con mucama, esposa enjoyada y un solo hijo, al que llama “rey”, aunque solamente le dedica los retazos de tiempo libre que le quedan entre negocios y viajes, atiborrándolo de juguetes para compensar soledades. Entre el registro documental y un realismo que se vuelve expresionista, con alteraciones y visiones, el periplo continúa entre metáforas obvias, lugares comunes, escenas improvisadas y otras construidas con rigurosidad y maestría. Desbordada, desigual, cambiante, pasional, contundente son la andanada de adjetivos que podrían atribuirse a esta película atípica y arbitraria.

Luciano Cáceres asume el enorme esfuerzo del protagonismo y su personaje es convincente pero no conmovedor, algo que sí logra el debutante Santino Gallo, cuando lo encarna en los años infantiles. La moraleja de que el patito feo en el fondo es un cisne y se transformó en un monstruo por las circunstancias no alcanza para justificar al triunfador tramposo, al que le cabe un remate discepoliano a su medida “... somos la mueca de lo que soñamos ser”.

El film es una especie de culebrón histórico, con personajes que entran y salen. Al respecto, resultan muy efectivos y profesionales los desempeños de Luis Luque, Lito Cruz, Favio Posca, Paloma Contreras, Pompeyo Audivert y Leticia Bredici como esa mujer florero, vistosa pero inútil, totalmente manipulable por la enfermiza personalidad del protagónico.

Incluso con sus desaciertos, la sinceridad y convicción con la que está construida hacen de “Gato negro” una película similar a su protagonista, con la misma ambición narrativa operando en el desarrollo de la historia que siempre interactúa con su propia omnipotencia.


buena

“Gato Negro”

(Argentina/2013). Guión y dirección: Gastón Gallo. Intérpretes: Luciano Cáceres, Leticia Bredice, Favio Posca, Luis Luque, Paloma Contreras, Guillermo Arengo, Roberto Vallejos, Germán de Silva. Fotografía: Claudio Beiza. Dirección de arte: María Eugenia Sueiro. Duración: 120 minutos. Apta para mayores de 16 años. Se exhibe en Cinemark.