editorial

  • Hace veinte años, alrededor de 800.000 tutsis fueron asesinados de manera sistemática, brutal e implacable.

Ruanda: aniversario de una masacre

Se cumplen veinte años del genocidio cometido en Ruanda por el grupo dominante huto contra la etnia tutsi, aunque al respecto habría que señalar que al genocidio étnico se sumó el genocidio político ya que hutos moderados también fueron muertos por el régimen dominante. Las informaciones más discretas hablan de alrededor de 800.000 los asesinados de manera sistemática, brutal e implacable, como lo demuestran las imágenes y las investigaciones que han hecho distintos organismos internacionales.

Como se recordará, el desencadenante de la tragedia que contó como protagonistas al Frente Patriótico de Ruanda (FPR) y el gobierno, se inició cuando el líder del FPR, Paul Kagame, ordenó derribar el avión en el que viajaban los presidentes Juvenal Habyarimana, de Ruanda, y Cyprien Ntaryamira, de Burundi, mediante el empleo de un misil tierra-aire. En un contexto de creciente violencia étnica, la muerte del mandatario atizó la guerra civil e incrementó la violencia en todas las direcciones.

La pregunta a hacerse en este aniversario, es por qué la comunidad internacional permitió aquella masacre y por qué los reclamos fueron tan débiles y las medidas de solidaridad tan ineficaces. Francia, los Estados Unidos de Norteamérica y el Reino Unido de Gran Bretaña no fueron más allá de declaraciones generales. Hoy, la ONU se autocritica por su comportamiento no sólo respecto de las víctimas directas sino de los cientos de miles de refugiados en los países vecinos, muchos de los cuales murieron de hambre y falta de atención médica. Merecen destacarse en cambio, los juicios iniciados por los tribunales internacionales a los masacradores, juicios que incluyen el procesamiento a Kagame, actual presidente del país en el que se produjo el genocidio.

Ruanda es un país de mayoría católica. Importantes autoridades religiosas de esta iglesia intentaron apaciguar los ánimos y refugiaron a los perseguidos, pero también hay que decir que numerosos sacerdotes y monjas fueron cómplices directos o indirectos de los verdugos, tal como lo probaron los tribunales encargados de juzgar a los responsables de las masacres. Conviene tener presente, al respecto, que en su momento Juan Pablo II criticó con duras palabras a aquellos religiosos que olvidaron las enseñanzas evangélicas y se mancharon las manos con sangre inocente.

Dos décadas después, Ruanda se está recuperando de la tragedia, pero las heridas infligidas al cuerpo social aún se mantienen frescas. Si bien tutsis y hutos hoy conviven pacíficamente, los problemas sociales y económicos sigue siendo graves y el clima político está muy lejos de haberse distendido, no sólo en el orden interno, sino también en la región, ya que la violencia está presente en países como Uganda y Kenya. Incluso la propia Europa es escenario de conflictos iniciados en Ruanda, como lo demuestran los reiterados atentados contra dirigentes opositores a Kagame.

La paz en esta atormentada nación sigue siendo muy difícil de establecer, pero el desafío que se le presenta a la comunidad internacional refiere a lo que le corresponde hacer para impedir, en el futuro, otro genocidio, en Ruanda o en cualquier otro punto del planeta.

Hoy, los problemas sociales y económicos siguen siendo graves y el clima político está lejos de haberse distendido.