Preludio de tango

“No tengo la culpa”

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Manuel Adet

Es uno de los poemas más trágicos del tango. La letra es de Arturo de la Torre y la música de Carlos Olmedo. De la Torre nació en un pueblo de La Pampa en 1929 y falleció en agosto de 1993. Se me ocurre que lo mejor de su obra es “No tengo la culpa”, poema que quienes lo conocieron a De la Torre, aseguran que es bastante autobiográfico.

“El conventillo” es otro de sus logros poéticos. Se trata de una milonga muy bien interpretada por Edmundo Rivero, al punto que muy bien podría decirse que está escrita para él: “Pero agarré la manía de estudiar la gilería y al primer punto boleao con algún fatoe estudiaó dejarlo en pampa y la vía”. O cuando anuncia: “Di concierto de pianola manyando minga e solfeo y aunque me tengo por feo colgué mi fotografía, donde está la galería de los ases del choreo”.

Pertenecen también a su repertorio temas como “Un juguete nada más”, “Festín”, y la célebre “Milonga del corralón”, con música de Horacio Quintero. A la primera estrofa vale la pena prestarle atención: “Milonga del corralón, de Puente Alsina a la Boca, trae de San Temo el color y de Barracas la copla. Cuando desato mi chata se me hace silbo la boca. Milonga del corralón, milonga siempre milonga”. Para disfrutarla mejor, a esta milonga hay que escucharla en la voz de Rubén Juárez.

“No tengo la culpa” es de todos modos la máxima realización poética de Arturo De la Torre. Acá no hay humor, no hay pintoresquismo ni picardía, y la breve referencia al paisaje es apenas un pretexto para hablar del “infierno que venden alcohol”. No, no es un tango complaciente. Todo lo contrario. Hay dolor, desesperación, fracaso y conciencia de la muerte. “No tengo la culpa” no es un tango para disfrutar en familia, es un tango para escuchar en soledad o en la hora límite de la madrugada.

Conozco dos versiones de este tango. Una con Alfredo Belusi acompañado por la orquesta de José Basso; la otra es de Juan Carlos Granelli un cantor que, no por casualidad, mantiene un estilo muy parecido al de Belussi. Las interpretaciones son excelentes. Si a este tango lo lleváramos al cine, por ejemplo, ésa debería ser la voz del actor designado para interpretar al personaje.

La música es de Olmedo -su nombre verdadero es Delmar Velázquez Childe-, compositor de otro tema clásico de Belussi: “Y no le erré”, con letra de Abel Aznar. “Me sorprende tu manera de tratarme y ese tono cariñoso con que hablás.¡Quién diría que hace poco al amurarme, me mirabas sobre el hombro tan altiva, tan mordaz”. También pertenece a Olmedo, “Mi luna”, con letra de Lito Bayardo.

En la poética tanguera, el alcohol suele estar presente como refugio, escapatoria o sustituto de algo que se perdió. Se bebe para olvidar, para consolarse de los fracasos del amor o los fracasos de la vida, pero “No tengo la culpa” es el más radicalizado, el que no ofrece ninguna esperanza, entre otras cosas, porque el hombre ha renunciado deliberadamente a ella.

A diferencia de otros tangos, la mala de la película no es la mujer. No es ella la que traiciona, miente o abandona Por el contrario, como dice en una estrofa que habitualmente se recita: “Ya sé que sos buena, no sufras no llores, dejá que me marche si el bien es pa vos. El cielo está lindo cubierto de estrellas, yo voy pal infierno que venden alcohol”. La mujer no es la mala, pero convengamos que hay algo de grandeza, de coraje en ese hombre que renuncia al amor y, de alguna manera, a la vida para no hacerla sufrir o porque sencillamente sabe que ya no tiene fuerzas, salvo la de ser leal a su destino.

En la primera estrofa la puesta en escena está planteada sin concesiones y con pinceladas precisas: “Ya sé estoy borracho y he vuelto a la pieza; no muevas la boca te doy la razón, yo soy un bohemio me gusta el scabio, y un tango llorado por un bandoneón”. El personaje en este caso no le habla a la humanidad, a los amigos o a la madre, le habla a ella e intenta explicar algo o justificar lo injustificable: “No tengo la culpa de ser un perdido, jugao en la vida perdí la ilusión, rodé por la vida matando un cariño, ya ves soy el fruto de un árbol sin flor”.

Después sabemos que la escena es una despedida. Él la deja a ella y este detalle también es novedoso en las letras de tango. “No esperés mi vuelta, con esta me marcho, pegado al estaño de algún mostrador, canturreando un tango, batiendo bolazos, de poco a la vida voy diciendo adiós”. ¿Alguna referencia literaria? El cuento de Roberto Arlt, “Esther Primavera”

En algún punto “No tengo la culpa”, recuerda a ese otro tango de Francisco Gorrindo titulado “Mala suerte”, tango que parece escrito especialmente para que Julio Sosa se luzca. “Mala suerte”, recuerda al tango de De la Torre, pero con una diferencia. El personaje de “Mala suerte” está entero, dolorido, pero entero, decidido a ser leal a su destino, un destino que más que el alcohol es la bohemia de amigos, cafetines y milongas. En cambio, el personaje de “No tengo la culpa” está deshecho, no tiene ni busca escapatoria, su único y cercano horizonte es la muerte.

La última estrofa es desoladora y terminante. Después de hablar de las estrellas y del alcohol, anticipa su fin: “Me están esperando, la copa está paga, el vicio me lleva camino del mal, mi sangre me grita que siga la farra, total queda poco la vida se va”. En pocas letras de tango la conciencia de la muerte es tan lúcida y tan desesperada al mismo tiempo.

Pensemos, por ejemplo en “Empinao”, un tango de Rubén Néstor Garello, hecho arte a través de una excepcional interpretación de Goyeneche. “Borrás con tres vasos de tinto tu pena, huís de las luces que quieren herir y hundís a tu sombra que ya tiene sombras, en las semisombras de un bar todo gris”. Impecable. Pero es otro punto de vista, otra perspectiva.

Algo parecido podemos decir del tango de Abel Aznar y Carlos Olmedo que integra el repertorio clásico de Alfredo Belussi. Me refiero a “De puro curda”, un tango que se disfruta mucho, pero que corre el riego de inclinarse más hacia lo pintoresco, al enunciado provocativo, que el nudo trágico que es en definitiva lo que le otorga trascendencia a un poema.

Palabras aparte merece “La última curda”, el tango que al decir de más de un crítico marca una época, un tiempo histórico, el tiempo de la máxima realización metafísica y el límite a esa realización. “La última curda” es un manifiesto, un manifiesto que clausura en 1956 el ciclo abierto con “Mi noche triste”, en 1917. Cuarenta años que explican, otorgan sentido y significado al despliegue histórico del tango. Pero “Yo tengo la culpa”, escapa a esas fronteras. Escrito en 1960, encarna en otros términos la tragedia del hombre, la tragedia que el tango revela sin concesiones