editorial

  • La zona céntrica es también la más antigua de la ciudad, y sus redes de agua potable y cloacas necesitan ser reemplazadas. Se requieren planes progresivos de sustitución.

Las redes sanitarias, en riesgo de colapso

Las redes de agua potable y los desagües cloacales de buena parte de la ciudad han cumplido -con creces- su vida útil. Las continuas roturas de esas viejas cañerías son una realidad que muchas veces se empeñan en negar quienes toman decisiones sobre su mantenimiento.

Otro inconveniente es el de los corralitos que obstaculizan el tránsito. Es verdad que los cercos constituyen un grave problema vial, pero también se debe prestar atención a la crisis sanitaria, ya que si pronto no se hace algo, el colapso de esas instalaciones será definitivo.

Cuando no sea posible hacer lo que se hace hoy, es decir poner parches y más parches a unos conductos que ya no tienen la misma resistencia a la presión del agua y a los cambios de temperatura y las vibraciones de cuando fueron soterrados, los problemas serán mucho mayores a las incomodidades que sufre la circulación de los vehículos.

A los funcionarios provinciales de Aguas Santafesinas cada invierno, les llegan pruebas del pésimo estado de conservación de esas redes. El clima frío aumenta las quebraduras, las fisuras y sobre todo los descalces de suplementos y acometidas a los domicilios, que cuentan con otros materiales modernos, de difícil unión a los antiguos.

Es durante los meses de muy bajas temperaturas cuando -históricamente- más labores deben realizar las cuadrillas de obreros de la empresa estatal encargada de proveer agua potable y claocas. Es en esos días, cuando se suelen suceder daños en acueductos principales del sistema, que entonces sí hacen que los habitantes de la ciudad tomen conciencia de todo el sarro y las incrustaciones ferrosas que dejan apenas una pequeña luz para que pase el agua potable.

La ciudad de Santa Fe, además de reparaciones sobre el centenar de pérdidas de agua y sus corralitos, necesita respuestas de fondo: planes de largo aliento, programas de reemplazo progresivo, que hagan que en el mediano o en el largo plazo exista una red renovada tanto para la distribución del líquido vital como para la recolección de las aguas sucias.

Por ahora, las autoridades sólo se ocupan de la exterioridad del problema. Apenas se destinan recursos materiales y humanos a combatir los “afloramientos” de agua una vez que éstos ya han destrozado el pavimento. En realidad, sólo una parte de las pérdidas de agua potable terminan por aparecer sobre el asfalto: otras tantas simplemente drenan, continuamente, hacia las napas subterráneas, llevandose consigo suelos y dinero.

En rigor, cada pérdida de agua es una pérdida de recursos naturales, pero también financieros porque -en términos económicos- Assa alimenta desde su planta potabilizadora un sistema que -al tener innumerables puntos de fuga- necesita de muchos más litros de agua que los que finalmente consumen los santafesinos.

El sistema de distribución que inyecta agua a una red que no pude contenerla se completa con la casi total ausencia de medidores de caudales domiciliarios. Y ese círculo no virtuoso completa un circuito siempre deficitario.

Debe prestarse atención a la crisis sanitaria que implicará -si pronto no se hace algo- el colapso definitivo de las viejas redes de agua potable y cloacas de la zona céntrica.