Lengua viva

Divagaciones

Evangelina Simón de Poggia

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Estaba reflexionando acerca de la palabra “vocación” y de la dimensión semántica que, hoy, le damos. Vocación viene del latín “vocatio” “... inclinación a cualquier estado, profesión o carrera”, entre otros. Pareciera que es una cuestión interna desde lo emocional y mental; es una construcción cultural apoyada en lo etimológico y está bien que así sea. Pero, tengamos una mirada amplia y profunda y recordemos que Dios nos dio capacidades y destrezas junto a una inteligencia, que nos permita encontrar, a poco que nos empeñemos, ese lugar en el mundo en el que lograremos ser seres humanos positivos y trascendentes.

Comprendamos que la fuerza semántica que tenía antaño era muy importante y refería al desarrollo pleno del individuo en esa área soñada desde niños que lo conduciría al logro de la felicidad. Las cosas cambiaron con la evolución del tiempo: nuevas miradas de la ciencia, nuevas necesidades socio-culturales, nuevos posicionamientos del hombre frente a esa nueva realidad... La mentalidad de los adultos-jóvenes de hoy es más pragmática, de tal suerte que muchos no tienen noción de sus intereses vocacionales, van hacia una carrera u oficio pensando funcionalmente o, a veces, circunstancias ajenas a sus deseos los llevan por derroteros no imaginados; en este caso, durante su caminar por la vida, irán descubriendo bifurcaciones que les plantearán lugares y áreas de desarrollo en los que puedan lograr un importante desarrollo intelectual, económico y social que los llevará a alcanzar un estado satisfactorio. “Mi hijo el Doctor” de Florencio Sánchez está perdiendo la vigencia que tuvo en una época, representando maravillosamente el pensamiento socio-cultural del momento, en el que el dominio de la emigración y su problemática fue trascendente. A decir verdad, ¡lo extraño! Nunca está de más un poco de idealismo, nunca está de más tener en un rincón de nuestra mente y nuestro corazón una utopía que nos permita soñar.