“El teatro es lo que me salva”

DSC_4403.JPG

A punto de estrenar “Finlandia”, basado en un texto de Ricardo Monti, Rubén von der ThÜsen repasa su historia ligada a los escenarios que lo tienen como protagonista o director.

 

TEXTOS. NANCY BALZA. FOTOS. MAURICIO GARÍN Y ARCHIVO EL LITORAL.

Desde las cabriolas destinadas a niños y niñas encantados con los espectáculos de La Gorda Azul, hasta el Kostia que compone para “El jardín de los cerezos. Suite para cuatro personajes”, pasaron años que sumaron décadas y confirmaron el talento de Rubén von der Thüsen, actor, director y docente santafesino, quien descubrió su vocación por casualidad en un taller de la Escuela Industrial Superior, dictado por Carlos Falco, y hoy afirma que no podría cambiar el teatro por otra cosa. Menos mal: con 47 años de edad y sumado el tiempo transcurrido desde sus días en la secundaria, son más de tres décadas de trayectoria. Dos obras en cartel; una de ellas, “Ricardo, una farsa”, a punto de representar a la provincia en la Fiesta Nacional del Teatro (Jujuy, 2 al 11 de mayo) y una más a punto de estrenarse (“Finlandia”, 9 de mayo) ubican al santafesino en un excelente momento artístico.

Von der Thüsen no actúa desde siempre, pero casi. “Soy técnico constructor nacional y estudié un año de Arquitectura”, responde cuando se le pide que empiece por el principio. E inmediatamente aclara que aquel trayecto académico, donde abrazó definitivamente el teatro, le sirve muchísimo, “primero porque estudié en una escuela hermosa donde aprendí a razonar y además porque aquel aprendizaje me sirve para diseñar espacios, para la escenografía, para moverme y ubicarme, y saber qué entra y qué no entra en el escenario cuando estoy en el rol de director”. Es que, como ya se dijo, no sólo actúa; también dirige y enseña en la Escuela Provincial de Teatro y en un taller de actuación ante cámara, que dicta en la Treinta Sesenta y Ocho junto a Agustín Falco, egresado de la Escuela de Cine. “Es totalmente distinta la actuación del teatro y el lenguaje audiovisual”, reflexiona.

- ¿En qué lenguaje te sentís más cómodo?

- Tengo más experiencia en el teatro y son dos cosas totalmente distintas. El tiempo del cine es extenso, distendido, largo y agotador; pero a la vez es muy interesante lo que sucede en el set de grabación. El teatro es mucho más dinámico, más divertido, el actor pasa una hora en la que transcurre toda la historia y sabe lo que le está pasando al público. Es el convivio que tienen el actor y el espectador que son los únicos necesarios para que el teatro se conforme. Es algo que no se siente fácilmente en otro lenguaje y es patrimonio de los intérpretes, de la gente que hace arte en vivo: músicos, bailarines, o de quien está en contacto directo con el público.

- ¿Qué cambió en el teatro desde que empezaste?

- Empecé en una época en que el proceso militar estaba cerrando e ingresábamos a la democracia, o sea que había un florecimiento de todo. En la década del ‘90 se produjo un “bajón” y hace unos cuantos años, quizás una década, el teatro santafesino ha remontado. El nuestro es un teatro prestigioso a nivel nacional, siempre estuvo muy bien visto: cuando hay una selección provincial siempre hay una obra de Santa Fe, y eso que tenemos una ciudad tres veces más grande como Rosario. Tenemos un teatro de muy buena calidad, buena formación, muchos talleres, muchos docentes que se dedican a preparar y brindar lo que saben a sus alumnos. Está la Escuela Provincial de Teatro y mucha perspectiva laboral porque desde Educación y Formación Artística se está trabajando para que se inserte el teatro dentro de la currícula escolar.

- ¿Cómo es el público santafesino?

- En este último tiempo es un público que busca entretenerse, y en ese punto el actor y el teatrista no deben perder su mirada. Uno se da cuenta, mientras está actuando, cómo el público festeja y se entretiene. Si bien el teatro es un arte, también es un entretenimiento y se puede encuadrar dentro de lo que es ocio. El público necesita ese ocio. En Santa Fe, el 80 % del público va al teatro porque quiere ver algo que lo entretenga, y hay un 20 % de un espectador muy culto, muy avezado en la actividad y que está interesado en otra cosa. Pero no podemos trabajar solamente para ellos. El teatro tiene ese borde y el espectador exige también pasar un buen momento: no hay peor cosa que un espectador se aburra. Esto no significa que todo tiene que ser gracioso o a risa. Uno se puede entretener con una tragedia, como sucede con “Ricardo, una farsa”, o como esperamos que suceda con “Finlandia”, de Ricardo Monti.

- Tanto “El jardín de los Cerezos” como “Ricardo, una farsa” son clásicos “dados vuelta”.

- Eso es como una marca en algunos directores, como el caso de Edgardo Dib (“El jardín...”) y Sergio Abbate (Ricardo,...”, junto a Verónica Bucci y Lautaro Ruatta) quienes han tomado dos clásicos y han hecho otra cosa, respetando el espíritu de las obras originales pero con una lectura actual. También lo habíamos hecho con “Edipo y yo”, obra con la que estuvimos por lo menos tres años, y seguimos estando con alguna temporada corta o si nos convocan para un festival. Es un espectáculo que nos dio muchas satisfacciones y llevó al público un texto que a veces se da en la escuela secundaria y no se termina de comprender. Es muy difícil trasladar ese texto al público; hay que tener en cuenta que las obras en Grecia duraban horas. Entonces, que se haya podido trasladar a esta versión tiene que ver con la maestría de Edgardo Dib, que es un gran adaptador de textos y tiene la ventaja de ser el director de lo mismo que adapta.

- ¿Cómo preparás a tus personajes?

- No hay un método para eso; cada uno va encontrando su manera. A mis alumnos les aconsejo una manera que es la mía pero les digo que prueben otras. Lo primero que hago es leer la obra varias veces para comprender ese universo, leer el original cuando se trata de una adaptación, no ver otras obras hechas y después aprenderme muy bien el texto. Cuando un director me dice: “Para la semana que viene hay que saberse tales escenas”, me las aprendo a rajatablas. Porque es la única manera que tengo de nadar en ese texto, de poder improvisar con él y crear. No hay que olvidar que el teatro es un espacio de creación, es un arte que se sustenta en un trabajo artesanal, donde uno aprende a construir: una de las herramientas es el texto. No hago pruebas en mi casa, no pruebo cómo el texto sonaría. Me arrojo a la escena con mi material muy aprendido y con el bagaje de técnicas que tengo.

- ¿Cuál es tu formación?

- Mientras terminaba la escuela empecé a hacer talleres con la gente de “Nuestro teatro” que fue un grupo emblemático de esta ciudad del que se abrieron muchas ramas. Hice mi primera obra: “Ivone, princesa de Borgoña” y así fui empezando a tomar cursos con gente que venía de afuera, con gente de acá, talleres barriales. En Sargento Cabral, Marina Vázquez había desarrollado un trabajo de promoción socio cultural muy interesante con La balada del Ángel Gris. Era el proceso de construcción de la obra con un trabajo previo de aprendizaje. Después me empecé a interesar por la dirección y para ello tomé talleres. Además, aprendo mucho de mis directores, se aprende mucho haciendo y enseñando. Enseñar es uno de los mayores aprendizajes.

- Actualmente, ¿hay más gente que se vuelca al aprendizaje del teatro?

- Primero creo que hay un florecimiento de las artes en general, también creo que hay un Estado tanto nacional como provincial que promueven mucho las artes y que le están dando mucha importancia. También hay mucho interés de que la formación artística esté insertada en las instituciones educativas: ya no es solo música y dibujo sino todas las disciplinas. Sería bueno que los docentes se den cuenta de que tanto el teatro como la danza son actividades sociales y un punto de inicio para entablar relaciones. No hay forma de que no suceda porque es un trabajo en equipo que hace que se construya una red dentro del grupo humano que lo practica. Es muy necesario en este momento en que las cosas son tan difíciles, con muchos chicos en situación de riesgo. Cuando terminé la escuela, estuve por dos años al frente de un taller en el Industrial. En ese momento era una situación ideal: era muy joven, mis dirigidos eran prácticamente de mi edad pero todos estudiaban en una carrera secundaria y en una institución donde cada uno se podía ver reflejado en el otro. Hace unos tres años di clases en la escuela Itatí, detrás del Centenario, y ahí había diversos niveles culturales, sociales y situaciones muy tensas. Lo que veía era que el contacto pasaba por la agresión o por una sexualidad pasada de vuelta. Había que construir una red para que pudiera existir el contacto real, para poder mirarse y decirle una verdad al otro sin ofenderlo, y creo que el teatro ayudó muchísimo.

- ¿Hay algún autor al que siempre decidís volver?

- El hombre de teatro desciende de Stanislavsky y lo que se hizo después se basa en él. Si bien algunas de sus premisas pueden llegar a parece naif al día de hoy, si uno las interpreta y ahonda, se da cuenta de que es lo mismo que dijeron otros. A su vez este gran hombre de teatro fue un renovador de si mismo porque, al final de su vida, revisó todo lo que escribió y dijo que la cosa era de otra manera. ¿Por qué? Porque no hay “una” manera, hay técnicas artesanales que nos sirven para construir, pero no hay una sola forma de crear. Siempre vuelvo a Stanislavsky y a todos sus “derivados”, a Meyerhold que fue su discípulo pero decidió mirar el hecho teatral desde otra perspectiva, a Strasberg... Actualmente, si bien no me interesan mucho sus resultados estéticos, si me interesa la ideología y teoría de Eugenio Barba, un discípulo de Grotowsky.

- ¿Cuál de los personajes que interpretaste fue el más querido?

- Me ha encantado hacer todos los personajes, a algunos los he sufrido un poco más y han sido más complejos. No se si por la cercanía o qué pero el que adoro es Kostia, de “El jardín de los cerezos”. Es un personaje que tiene algo de mi, algo del teatro universal: es un escritor, un artista frustrado, un lisiado emocional y corporal. Es un personaje que me trajo mucha satisfacción humanamente y que agradezco haber hecho. Hay otro muy chiquitito que hice hace mucho y se llamaba Quedate Quiero para la obra “Moco de pavo, juguete teatral para adultos”, una versión de Alicia en el País de las Maravillas. Fue un personaje precioso.

- ¿Qué hacés cuando no estás trabajando o preparando una obra?

- Pienso en el teatro, aunque trato de irme de vacaciones para no pensar. Tengo amigos que no son de teatro y cuando estoy con ellos me tengo que obligar a hablar de otra cosa. A veces mis amigos me dicen: “Pensá en otra cosa”. Y trato, me intereso por el mundo (risas), trato de ver noticias. No soy una persona embotada, creo que mi ideología y mi forma de pensar se trasuntan de alguna manera en lo que hago. Creo que el teatro no tiene que ser panfletario, no tiene que escupirle a la gente lo que sus creadores piensan sino que tiene que dejarle el material para que decida. No obstante tiene una dirección, siempre la va a tener, porque uno tiene una ideología y la defiende sin querer.

- ¿Qué es el teatro para vos? ¿Todo, o no tanto?

- El teatro es lo que me salva. Creo que si no hiciera teatro, a esta altura estaría en un zanjón por mis propios medios o porque alguien me habría tirado. Creo que es lo que me centra, lo que me tiene arraigado a este mudo. Hace que lo demás se tiña de felicidad. Porque si no fuera felíz en mi actividad, ¿cómo podría serlo en otras cosas?. No podría cambiar el teatro por otra cosa. Porque no hay nada en mi más fuerte que la necesidad de crear. Más allá de que disfruto de todos los ámbitos de mi vida, me relaciono con felicidad con todos ellos, el teatro es mi columna vertebral porque sin él creo que todo se caería. El teatro es un arte que se sustenta fundamentalmente en una gran destreza artesanal; por eso todos los que hacemos teatro somos grandes artesanos que a veces alcanzamos la categoría de arte y a veces no.

DE ESTRENO

El 9 de mayo se estrena “Finlandia”, la obra basada en el texto de Ricardo Monti que lo tendrá a Rubén von der Thüsen entre sus intérpretes, bajo la dirección y puesta en escena de Marina Vázquez. Será a las 22 en la Sala Marechal del Teatro Municipal y continuará el 16 y 23 a la misma hora, y el 11 y 18 a las 20. En la obra, el militar Beltrami -que interpreta von der Thüsen- tiene que decidir la suerte de una pareja de enamorados que ha escandalizado al país. “La pareja, concebida en cierto modo como pareja fundacional de la patria, remite claramente a la joven Camila y al sacerdote Ladislao, aquellos personajes históricos, amantes decimonónicos que eternizara María Luisa Bemberg en su inolvidable película Camila. Dilema fundacional de una patria, tal vez Finlandia, tal vez otra más cercana...”, adelanta la síntesis de la obra en la que Hernán Rosa, Flavia Del Rosso y Cristian Buffa completan el elenco.

• OPINIÓN

EL HECHIZO

por Roberto Schneider

Hay una nota distintiva en Rubén von der Thüsen: es una buena persona. En el ámbito teatral y cultural de la ciudad, cuando se lo menciona el respeto se hace presente. Ha logrado construir un mundo de afecto poco frecuente en ámbitos en los que los egos dominan.

Si conocer los padecimientos del alma hasta la raíz misma es estar loco, o en todo caso serlo, él lo es. Si saber de la soledad como de un anillo de hierro que se cierra más y más a cada infernal vuelta de tuerca caracteriza a la locura, él la conoció. Si estar en el mundo sin poder dar testimonio de él, o si ese testimonio es el de las llagas abiertas por la incomprensión, la maldad de los demás o su dureza es síntoma de locura, con sus interpretaciones Rubén las experimenta, marcada a fuego sobre su carne y sobre su sangre, sobre su desesperanza, su tortura, su desvelo.

Siempre remonta vuelo como jinete de un fogoso caballo dotado de las alas del águila más intrépida otorgando a sus criaturas todo su esplendor, toda su miseria, la que se inscribe entre ráfagas de luz y de tormenta. Es ese actor brillante que se permite discurrir por cauces atroces, en los que fluye la infamia, a veces entremezclándolos pero guiados siempre, desde el fondo de sus magníficas tinieblas, por un indeclinable amor a sus criaturas. El mismo amor y la misma pasión que definen a un actor santafesino que siempre hechiza a los espectadores.

PABLO FERRARO (14).JPG

En la piel de Kostia, en “El jardín de los cerezos. Suite para cuatro personajes”. Foto: Pablo Ferraro.

IMG_0128.JPG

En “Ricardo, una farsa”, basada en Ricardo III de Shakespeare, con dirección de Sergio Abbate. Foto: Remigio Bouquet.

IMG_9532.JPG

“Edipo y yo”, otra exitosa producción de la Comedia Universitaria. Foto: Mauricio Garín.