editorial

  • Por parte de Turquía y de la comunidad internacional no hay una respuesta contundente para condenar el exterminio de un millón de personas.

Un nuevo aniversario del genocidio armenio

Se cumplen noventa y nueve años del genocidio armenio y Turquía hasta el momento no ha dicho una palabra relevante sobre el tema y, no conforme con ello, amenaza con sanciones o ruptura de relaciones a los países que se animen a condenar a una de las masacres colectivas del siglo XX, siglo que a decir verdad, fue muy generoso en masacres y exterminios de inocentes.

En estos días el primer ministro Recep Tayyip Erdogan calificó como inhumanas las muertes masivas y expresó públicamente sus condolencias a los descendientes de las víctimas y habló de un dolor compartido. Aunque negó la responsabilidad de los llamados “jóvenes turcos”, y se refirió a ellos como la camada de oficiales e intelectuales que se propusieron modernizar al país. ¿Un primer paso? Es probable, pero muy pequeño el reconocimiento, casi insignificante atendiendo la magnitud de la tragedia.

Al respecto, los estudios históricos, los testimonios personales, las denuncias de la propia comunidad armenia en el mundo, han permitido conocer en detalle cómo más de un millón y medio de personas fue asesinado sin piedad por el exclusivo hecho de pertenecer a una nación. En efecto, a la hora de aniquilar, el régimen turco no se preocupó en diferenciar niños de ancianos, hombres de mujeres. Bastaba ser armenio para morir.

Sobre esta masacre sistemática, acerca de estas decisiones políticas de exterminio, no hay autocrítica hasta la fecha, ni asignación de responsabilidades históricas y, por supuesto, tampoco hay reparación moral y material a los descendientes de aquellas víctimas. El tema debe resultarle complicado o conflictivo al gobierno turco -al actual y a los anteriores- porque por no asumir un crimen de hace un siglo no puede ingresar a la Unión Europea con todos los beneficios económicos y financieros que ello le ocasionaría.

¿Alguien se imagina qué sería de Alemania en la actualidad si el canciller Adenauer no hubiera tomado la decisión de condenar el Holocausto perpetrado por los nazis? Sin esa autocrítica, pedido de disculpas e indemnización a las víctimas, ¿podría hoy Alemania ser la potencia más influyente de Europa? ¿Por qué entonces Turquía no se hace cargo de una realidad que los historiadores ya han probado hasta en los detalles? Imposible saberlo.

Queda pendiente, de todos modos, una reflexión acerca de los crímenes que se pueden cometer en nombre del nacionalismo, la pureza étnica y el fanatismo religioso. No deja de ser una cruel paradoja que el movimiento político que en su momento se propuso refundar a Turquía en términos modernos, laicos e incluso democráticos, haya sido al mismo tiempo el responsable de una masacre que se prolongó por lo menos durante diez años.

Después de ello, el silencio. O las excusas increíbles. El argumento más difundido para justificar lo injustificable es que los armenios conspiraban contra la integridad territorial del país, además de colaborar con sus enemigos históricos. Ninguna de esas imputaciones pudieron probarse, pero lo que queda fuera de duda es que el genocidio se cometió.

En la actualidad, sólo un puñado de países critica públicamente lo sucedido. Entre esos países se encuentra la Argentina, lo cual nos honra. Sería deseable que ese ejemplo sea asumido por otras naciones, sin ceder a las presiones de la diplomacia turca. Se trata de reparar una masacre del pasado, pero también de atestiguar hacia el futuro que el genocidio es un crimen contra la humanidad y como tal debe ser sancionado.

El genocidio es un crimen contra la humanidad y como tal debe ser sancionado.