Un tenebroso parque de diversiones

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Stephen King. Foto: Archivo El Litoral

 

Por Marcelo Adleri

“Joyland”, de Stephen King. Trad. de José Hernández Sendín. Debolsillo. Buenos Aires, 2014.

El primer amor y el primer desengaño le han pegado tan fuerte a Devin Jones que le impiden seguir con sus estudios universitarios. Abandona todo, pues, y se emplea en un parque de diversiones lo suficientemente grande como para tener una altísima vuelta al mundo (“noria”, en la traducción española) y un extenso tren fantasma (“casa embrujada”, en esta traducción).

El muchacho entra en conocimiento de un fantasma que ronda al parque de diversiones en cuestión, Joyland. Cuatro años atrás una muchacha llegó a Joyland acompañada de un hombre, y juntos entraron al tren fantasma. Pero de allí salió él solo. En el recorrido, que dura unos nueve minutos, el hombre degolló a la chica y la arrojó a un lado de las vías por las que circulan los vagoncitos (“vagonetas” en la traducción). “La lanzó como si fuera una bolsa de basura”, le informa la patrona que alquila un cuarto a Devin. La prueba de que el asesino había planeado todo muy bien antes fue que previó que terminaría manchado (“que se pondría perdido”) y se había puesto dos camisas y guantes. Encontraron la camisa y los guantes manchados de sangre un poco más adelante del túnel terrorífico.

Una historia, pues, de iniciación a la vida, conjugada con la de un fantasma, un asesinato y un asesino misteriosos. Con su pericia habitual, King logra con Joyland un relato de tenso interés, tanto en lo que a la historia fantasmal y terrorífica se refiere como, sobre todo, en lo que atañe al rescate existencial del desahuciado jovencito narrador.