ACCIONES Y OMISIONES. UN RELATO

La culpa derramada

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“Entre el reloj y la cama”, de Edvard Munch. Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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María regresa. Arrastra detrás de sí una nubecita a modo de viñeta. En ella leemos: “La culpa es tuya. La culpa es de las cosas. No: la culpa está en las cosas. La culpa es de los otros. Pero mucho más tuya. Y tuya, y tuya, y tuya. Y tuya también. La culpa es del sistema y de la falta de sistema y de las fallas del sistema. La culpa es de lo que comí, de la bebida; la culpa es del hambre, de la sed. La culpa es de las cosas que no me dijiste, y de las cosas que me dijiste, y de lo que no me dijiste pero insinuaste. Y de lo que dijiste tan brutalmente. Y de tu silencio. La culpa está allá, allá, allí y acá. Lo que me pasa, todo lo que pasa, es culpa de la culpa por tu culpa. ¿Por qué es así? ¿Por qué sos así? Vos. Sí, a vos te digo. Y a vos, y a vos, y a vos”.

Juan va. Camina por la vereda estrecha y roza en su avance el brazo de una chica que apura el paso en dirección opuesta, con gesto reconcentrado. Carga una mochila con papeles. En ellos leemos: “La culpa es mía. Siempre hago lo mismo ¿por qué? ¿por qué me boicoteo, me jodo, conspiro en mi contra? La culpa es mía. ¿Es miedo, inseguridad, idiotez? Es miedo. La culpa es mía. Siempre lo fue. La culpa es mía, mía, mía”.

Marcelo se detiene en un semáforo de la avenida que lo lleva de sur a norte. Ve a su derecha dos jóvenes que apenas se cruzan. Por el interior de su casco circula un murmullo que funde el ruido de la moto con pensamientos que apenas mueven su boca y que vienen desde su morral universitario. De ellos oímos: “La culpa es de las religiones, de la cultura, de la tradición judeo-cristiana, de la guillotina, del Estado, del Imperialismo, de los psico-bolches, del capitalismo, del pacto Roca-Runciman, de Sarmiento, de Perón, de los milicos, del Mundial ‘78, de Menem, de los K, de Clarín, de Brasil. Sí, sí, toda la culpa es de ellos”.

Belén sube las escaleras y maldice el ruido de la moto de la esquina. Acaba de ver a un chico con una mochila que le pareció atractivo. Al eco de los pasos de sus botas lo completa un ruidito como un rumor que le sale por los poros. De éste percibimos: “¿Qué es la culpa? ¿Dónde queda la culpa? ¿Cómo se manifiesta la culpa? Queda donde nos conviene. Se hace carne, se deposita, en un cuerpo, en un rostro, en una idea, en una palabra, en una parte de la historia, en una tragedia. Siempre queda convenientemente afuera, lejos, en la distancia. Funciona como paliativo, tranquilizante, justificación, excusa. Como imaginaria causa o explicación de las cosas. Como impedimento, argumento, construcción, objeto, materialidad. La culpa es una respuesta siempre a mano. No hay culpa. No debería haber culpa. Ésta es, apenas, la búsqueda un poco infantil de motivos para darle aire a la queja repetida; fantasmitas, ogros lejanos para decirles fuiste vos. Modos de no responder a esto: ¿por qué lo hicimos, por qué no lo hicimos, por qué no lo podemos hacer, por qué salió mal?”.

Pablo entra en su minúsculo departamento de Rivadavia e Irigoyen Freyre. Deja su bolso al lado de la cama y se para frente al espejo. Recita a media voz: “La culpa es de mi cuerpo, la culpa es que no estuve en el momento indicado. La culpa es de los patrones hijosdemil. De la tecnología. Del interior. Del centralismo. De la crisis global. De la caída de los commodities. De la globalización. Sí, sí. Señalo con este dedo a los responsables. Allá están, uno a uno, en fila. Vos. Vos. Vos. Y vos...”.

Pablo fija en cada movimiento, el recuerdo agrio de esos personajes ausentes. El dedo acusatorio, que va de izquierda a derecha, rápidamente queda sin señalados. El semicírculo que dibuja el brazo se detiene en el vidrio de una ventana. La luz de la tarde le impone devenir, por pocos minutos, en pobre espejo. Difusamente refleja su cara: el dedo de Pablo apunta a su garganta y la enumeración se apaga en un silencio lento. La última “s” pronunciada rebota como si hubiera sido dicha en una enorme catedral vacía y, con alguna fuerza todavía, vuelve a él y cae sobre su hombro.