Literatura blanca

Sergio Chejfec.

Foto: Archivo El Litoral

Por Pablo Giordano

“Modo linterna”, de Sergio Chejfec. Entropía. Buenos Aires, 2013.

Toda reseña es una mirada particular que se esfuerza por ser objetiva sin condicionar la experiencia que se quiere transferir a quien lee. En este caso no sabría qué hacer y no hay otra manera de empezar que no sea admitiendo que junto a Mario Bellatin y César Aira, Sergio Chejfec es uno de los escritores más difíciles de abordar. Son como electrones, los cuales no pueden medirse completamente: podemos conocer su ubicación dentro del orbital, pero no a qué velocidad se mueve, u optar por conocer la velocidad pero sacrificando detectar su posición. Estos tres autores parecen experimentar en laboratorios donde lo único importante es no aburrirse, ni aburrir, y de allí surgen géneros o libros como éste, el cual obliga a una lectura de aliento laxo para la narrativa que avanza con pasos de ensayo literario. El autor, quien aseguró que podría dejar de escribir en cualquier momento sin más, nació en 1956, en Buenos Aires y se radicó en Nueva York hace 24 años. El año pasado apostó para Modo linterna por el pequeño sello argentino Entropía, editorial acorde a su obra -según él mismo- la cual crece en voz baja. Estas nueve historias, siete de las cuales habían sido publicadas en diversas antologías, y dos que se editan por primera vez, convierten la materia y la experiencia personal en representaciones abstractas y souvenires -respectivamente-, valiéndose de la crónica testimonial, el ensayo, la ficción, el diario filosófico; técnicas conocidas aunque aquí de a momentos irreconocibles.

El viaje parece lento pero es una ilusión de la ruta, el horizonte se difumina. Modo linterna es tan cercano a la fotografía que hasta en algunas páginas le hizo falta a Chejfec incrustar reproducciones. Pero... ¿qué podemos encontrar en él? ¿Son cuentos, hay historias? Sí, y además exóticas, de donde surgen conceptos en apariencia complejos por tan culturizados pero simples por definición. En el primer cuento, por ejemplo, la invisibilidad es tratada como algo natural (y lo es, a pesar de que la ficción nos haya convencido de lo contrario).

El bello relato de un paseo por la ciudad nevada y silenciosa, casi un tratado sobre el invierno en New Jersey, parece ofrecer una literatura leve y/o minimalista pero se acerca más a lo exhaustivo y detallista del significado. Amasa la alegoría, Chejfec, algo prepara y quizá no haga falta saber qué.

En uno de los relatos, un acompañante al encuentro de su enfermo puede constituir una micronovela, y en otro, un oso de peluche llamado Colita debe aparecer en las fotos de viaje de un ensayista (acompañado de un narrador, un músico y un teólogo) que terminarán buscando la tumba de Saer (uno de los varios guiños alegóricos que pueden encontrarse). Por allí aparece también Vila-Matas, que quiere conocer al árbitro Elizondo, el cual confiesa que quiere escribir unos poemas y una novela. Por un lado están los hechos, por el otro lo reflexivo, como explicó Chejfec en más de una oportunidad.

Hay tanta ficción circulando, que sólo una interrelación con otros géneros vinculados a lo real pueden nutrirla y volverla vívida. Ésa parece ser la receta que cocinó este libro. La documentación fue materia prima pero también el valor agregado y la obra en sí. ¿Una santísima trinidad para un nuevo género? El anecdotario puede ser autobiográfico para generar atributos inversos: así como el personaje o narrador puede ser el autor, la experiencia ficcionalizada y por tanto simbolizante muta al autor y al lector en personaje para proponerle atravesar ciertas experiencias, eso sí, con la levedad y el silencio de la nieve que cae. Dicen que los libros deben cambiar al lector, pero en ningún tratado se dictamina que éste deba percibirlo.