Desde un presente solitario

Una mujer y sus emotivas confesiones

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“Mi querida”, de Griselda Gambaro, está basada en el cuento ‘‘Almita’’, de Antón Chéjov.

Foto: Gentileza producción

 

Roberto Schneider

Ya nadie discute que la dramaturga argentina Griselda Gambaro ocupa un destacado lugar dentro del contexto teatral contemporáneo de nuestro país y del mundo. Tradicionalmente se la ha vinculado con el teatro del absurdo y de la crueldad, pero su original dramaturgia rehúsa, sin embargo, ser encasillada en clasificaciones de este tipo.

Recientes perspectivas críticas destacan este hecho al señalar que su producción se ancla con firmeza en la tradición dramática teatral argentina. Ella misma ha negado la corriente absurdista de su teatro y ha destacado, como elemento fundamental de sus obras, el grotesco criollo. Gambaro ha escrito piezas que hoy son parte de la mejor dramaturgia argentina, como “Los siameses”, “El campo”, “La malasangre”, “Real envido”, “Del sol naciente”, “Puesta en claro” y “Morgan”, por citar sólo algunos ejemplos.

Ahora en Santa Fe se estrenó una nueva versión que tiene uno de sus textos como eje. Se trata de “Mi querida”, que exige sostener permanentemente la mirada sobre un solo participante en la escena, con sus búsquedas, encuentros y desencuentros con el personaje. Cabe recordar que la autora ha manifestado que la protagonista confiesa en clave involuntariamente humorística o patética, según se mire, que sólo cuando ella ama a alguien se siente plena, útil, pensante.

Olga es en verdad un personaje a la vez entrañable o detestable, de acuerdo a cómo la perciba el espectador. Cuenta su historia en el devenir del tiempo desde un presente de soledad. Y es a través de la voz, el cuerpo y los humores de la actriz protagónica que se van multiplicando las voces de sus seres amados. La autora conserva casi sin modificar los mismos valores del texto que le sirve de base: las cualidades de Olga, la protagonista, son las mismas y, salvo algunas variantes (el primer marido tenía un teatro al aire libre y ahora un circo, por ejemplo), el mundo por el que ella transita tiene la impronta chejoviana.

La puesta en escena de Alberto Clementín acierta al revalorizar la poesía del texto gambariano. La labor del director es precisa. Los rubros técnicos son correctos, como la ambientación de Juan Carlos Gianuzzi, la iluminación de Diego López y el vestuario de Osvaldo Pettinari.

En escena está Marta Defeis y el espectáculo se hace enorme, a partir de un minucioso trabajo actoral que estalla de pasión. La actriz jerarquiza los espacios gestuales de su personaje, estableciendo un diálogo certero entre el texto dramático y el texto espectacular. Aprovecha los pocos elementos instalados sobre la escena y envuelve con su entrega los sueños que transcurren en un lugar entre mágico y siniestro al mismo tiempo.

En ese universo poético la labor de Defeis resulta contundente, cargada de matices e indiscutible entrega emotiva. Construye un personaje en el que se destaca la clara intención de que su querida cobre cuerpo y se instale sobre la escena. Cuando dice “yo no podía estar sin querer a alguien. Sin querer a alguien el mundo me parecía desierto. Siempre estaba ocupada queriendo...”, la escena se carga de potencia teatral con intensidad lírica, poco frecuente. Así, el mundo gambariano se enriquece con un trabajo actoral de marcada excelencia. Y que conmueve mucho.