editorial

Atravesados por el narcotráfico

  • El decomiso de drogas en la Argentina creció un 638% en los últimos cinco años. Se calcula que apenas el 10% del total de estupefacientes en circulación es detectado.

En la Argentina de estos tiempos, no hay expresión social que no termine haciendo hincapié en la necesidad de encontrar caminos que garanticen un marco de convivencia, tranquilidad y diálogo. Y en este contexto, la inseguridad se ha convertido en un eslabón más de la cadena de violencia que parece mantener atrapado al país todo.

La problemática se refleja en las columnas de los diarios y revistas y, en los programas de radio y televisión, aflora en las conversaciones de los políticos y emerge en documentos de la Iglesia y homilías del cardenal primado de la Argentina. No hace mucho, formó parte esencial del documento que la Mesa del Diálogo entregó a los tres poderes de la provincia de Santa Fe.

El estado de violencia permanente no se produce por casualidad. Entre otros factores políticos, sociales, económicos y culturales, el desarrollo del narcotráfico juega un rol esencial: la Argentina se ha convertido en el tercer exportador mundial de cocaína, y esto no sucedió de la noche a la mañana.

Ocurrió frente a la pasiva mirada de quienes tuvieron en sus manos la posibilidad de tomar decisiones, pero no lo hicieron.

Ya entre 2000 y 2006 fueron encontrados 80 laboratorios de cocaína en todo el país. Una cifra que se disparó exponencialmente durante los últimos cinco años, ya que desde 2009 a la actualidad la cantidad de droga decomisada en la Argentina creció un 638%.

Por lo general, el mito indica que la violencia se multiplica porque los consumidores de droga pierden el control sobre sus actos y delinquen con el fin de conseguir el dinero necesario para comprar estupefacientes.

Sin embargo, la verdadera violencia estructural, como la que se viene observando en el conurbano bonaerense o en las ciudades de Rosario y Santa Fe, tiene otra explicación: en realidad, los que no dudan en acabar con las vidas de quienes se interpongan en sus caminos suelen ser los señores de la droga y sus soldados. Es decir, los integrantes de los grupos mafiosos que pelean por territorios que representan mercados para su negocio.

En esa lucha territorial, no sólo están dispuestos a matar a cualquier contrincante; también están decididos a comprar protección policial, política y hasta judicial para poder resguardar sus negocios y multiplicar sus ganancias. De hecho, cuentan con el dinero necesario para hacerlo.

La corrupción alcanza, incluso, al sector de las burocracias estatal y privada. No es casual que la droga logre burlar los controles de Aduana en el norte del país, ingresar a través de aeropuertos y zonas portuarias. Nadie sabe a ciencia cierta cuánta droga se comercializa, por ejemplo, a través de los puertos del Gran Rosario.

En este sentido, en el país suelen plantearse monumentales discusiones como, por ejemplo, si la Argentina debe aprobar una ley de derribo que permita a las Fuerzas Armadas abatir vuelos sospechosos que resistan las órdenes de la autoridad aérea.

Sin embargo, existen otras medidas mucho más simples que se podrían implementar; por ejemplo, contar con registros sobre el movimiento de avionetas, compra de combustible para aviones, personas que se capacitan para volar, talleres de reparación o negocios dedicados a la venta de repuestos para aviones.

Volviendo la mirada a Santa Fe y el Gran Santa Fe, en lo que va de este año el número de homicidios por cantidad de habitantes supera, incluso, al de la convulsionada Rosario. Un fenómeno realmente llamativo, sobre todo si se tiene en cuenta el desarrollo del narcotráfico en la ciudad de sur.

Las autoridades locales y provinciales deben tomar nota de esta situación y actuar en consecuencia.

Ya entre 2000 y 2006 fueron encontrados 80 laboratorios de cocaína en todo el país.