A PROPÓSITO DEL DÍA DEL PERIODISTA

El ansia de una voz propia

“(....) estos agentes (N. de A.: revolucionarios y periodistas) deben observar, con particularidad y atención, la conducta de los nuevos gobernantes y empleados, como la opinión del público (....) necesitan ser hombres de algún talento, ilustración e instruidos en las historias, y que juntamente atesoren el sublime y raro don de la elocuencia y persuasiva, y además adornados de cualidades y circunstancias que los caractericen, para que se forme concepto y respeto de su persona”

Mariano Moreno, “Plan de Operaciones”, Artículo 5 (1810)

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Mariano Moreno. Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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I

En el principio, habrá sido un sonido, un ruido, una expresión gutural e informe, un gesto, un ademán, una seña, un índice dirigiéndose a un norte. El principio habrá sido con lo que hoy llamaríamos una onomatopeya, o una interjección, o un rictus en un rostro; el esbozo de una expresión que retumba en una caverna, el nacimiento atolondrado de una palabra que busca una constitución, que busca una garganta, que busca un oído, que busca una mente, que busca una persona que la comunique.

Alguna vez, unos movimientos inéditos y unas ceremonias iniciáticas, accidentales y accidentadas, habrán dado lugar a algo extraordinario, iluminado por una ruptura sonora: alguien dijo algo a alguien. Eso. Una vez alguien le dijo algo a alguien. Alguien que vio, sintió, experimentó, sufrió, escuchó algo y quiso decirlo. A unos, a otros, a muchos. Así puede haber sido: un arrebato vuelto conducta, derivada costumbre, devenida manía, transformada en oficio, en tarea, en profesión, en pasión. Después vinieron otros: los profetas, los relatores de mitos, los narradores orales, los sacerdotes, los sabios, los académicos, los dramaturgos, los locos, los niños, los chismosos, los vecinos escandalizados, los artistas, los poetas: todos quisieron contar y contarse. Desde hace unos dos siglos, como “oficio de la modernidad”, los periodistas tomamos esa posta, ese fuego, esa llama que, de mano en mano, de voz en voz, de papel en papel, viene desde el fondo del tiempo y se caracteriza por una suerte de ansia o deseo originario: una necesidad de contar (de narrar, adjetivar, juzgar, denunciar; pero esencialmente de contar). Un mismo ánimo cuya ejecución aleja a grandes maestros de arribistas impresentables. Una materia fónica (una mercancía) que viaja en el aire, en cables, en ondas, es la madera con que los periodistas queremos hacer algo: ensayar una voz, rodear palabras e imágenes, opiniones, juicios, miradas.

II

Los periodistas trabajamos en la intemperie. Bajo el yugo público, somos cuestionados todo el tiempo, desde todos los ángulos posibles. Está bien que así sea. Es saludable esta hermenéutica sobre el trabajo de todos porque, como en la plaza pública, nadie tiene la verdad pero todos tienen algo que decir. Ahora, ¿qué o quién otorga la habilitación para esta práctica, esta pretensión de contar a otros los sucedidos? Unos dirán los estudios, otros las trayectorias, otros el carisma, otros el éxito. Nada como no sea la disposición de alguien a escuchar. El periodismo es una praxis que hunde las manos en aquellos orígenes, una consecuencia tardía de la milenaria elaboración de relatos -sobre la realidad, sobre la historia- que a su modo conforma toda la historia (hecha justamente de relatos). Lo informativo, lo narrativo y lo argumentativo caracterizan estas construcciones. Para algunos, entonces, su misión elemental será denunciar, para otros narrar, para otros explicar, para otros describir. Alguna vez dijimos que ser periodista es trabajar con, desde y sobre la coyuntura, tratando de trascenderla.

Un periodista suele estar en un no-lugar; desde allí trata de decir su pequeña voz entre el ruido, entre píxeles, entre señales. En el fondo y en la forma, quiere decirle algo a alguien, pero se encuentra ontológicamente distante del resto de los “relatores” que hemos citado: un profeta quiere contar una fe; un científico, un descubrimiento; un artista, una belleza. Los periodistas ¿qué queremos contar? y ¿tenemos acaso algo que contar? ¿sólo llevamos y traemos lo que otros dicen o, por el contrario, decimos los qué y los cómos como materia original y propia? Un periodista circula entre esas pretensiones: encontrar algo que decir y decirlo con una voz propia. Su ardua tarea es hablarle a alguien con unos acentos y unas formas y unos modos que ese alguien nunca escuchó.