¿Quién tira los dados?

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Elvio E. Gandolfo.

Foto: Archivo El Litoral

 

Por Raúl Fedele

“Cada vez más cerca”, de Elvio E. Gandolfo. Caballo Negro Editora. Córdoba, 2014.

Perseguir o ser perseguido podría ser una opción clave para considerar estos cuentos que espacian por las preferencias que a lo largo de su considerable obra han configurado el mundo literario de Elvio Gandolfo: lo fantástico y lo cotidiano, la gravedad y lo humorístico, la alta poesía y lo canyengue, en una extraña y exitosa dicotomía que a menudo se hace simbiosis.

Dos de los cuentos más notables de Cada vez más cerca (un título elocuente, ya que no hay cuento homónimo que lo acredite y por lo tanto se erige como concerniente al conjunto) hacen explícitas esas opciones. En uno, el narrador nos cuenta de su vida dedicada desde hace diecinueve años a seguir a un hombre, Temponi, cuya inocencia y mediocridad no justifica esa tarea (de manera que en algún momento trató de rebelarse, lo que le mereció por parte de la Side una furiosa reprimenda). Lo absurdo, lo inútil, lo delirante de esta ocupación sin embargo tiene un vuelco final; en el penúltimo párrafo el espía computa haber aprendido unos cuantos vocablos que emplea su “víctima”, entre ellos la palabra “epifanía”, que usó encantadoramente durante una conversación por teléfono con un amigo, en referencia a una mujer. Y el párrafo final: “Cuando pienso en qué podría denominarse epifanía en esta vida compartida que llevamos los dos (él sin saberlo) lo tengo muy claro. Temponi se distrae y empieza a cruzar la calle antes de que esté la luz verde. Distraído yo también, lo sigo muy de cerca. Un coche trata de frenar pero nos lleva puestos a los dos. Y ahí termina todo”.

El otro cuento que quisiéramos recordar atañe a una pareja, con una vida de rutina tan exacta como amorosa, rutina que se interrumpe el día en que ella le confiesa estar interesada en otra persona. Ella se va. Un día, al agacharse en la calle, al hombre se le caen y rompen los anteojos. Sigue caminando y la visión turbia le revela nuevas sensaciones, los olores, la brisa, la fuerza del sol. Se detiene en medio de la multitud con una gran sonrisa de bienestar. Pasa el tiempo; ella comienza a llamarlo por teléfono y finalmente regresa junto a él. Un día ella le pregunta: “Vos sabés por qué volví, ¿no?”. Y se lo confiesa: por aquel día en que estaba pasando por tal lugar y te vi en la parada, y me miraste con esa “sonrisa ancha, que nunca te había visto, de bienestar, de perdón total...”.

Personajes que están cada vez más cercanos entre sí, aunque en un sentido nada habitual ni común de la expresión (donde la fatalidad, el horror o la broma se encargan de tirar los dados). Como la mujer de otro cuento, obsesionada por la mirada fija del hombre a quien ha engañado y que la sigue por la calle con los ojos clavados en ella, tan distraído que al cruzar la calle un vehículo lo atropella y le revienta la cabeza. El espíritu del hombre comienza a aparecerse a la mujer, tantas veces que cinco años después, dos amigos, hablando de ella, la describen como un fantasma.

Hay un encanto ulterior en este conjunto de cuentos. Contrariando una imposición actual (moda o “prestigiosidad” académica, podríamos definirla) acerca de una férrea uniformidad de temas y estilo en un libro y en un autor, Cada vez más cerca nos otorga el clásico hechizo que desde Chaucer y Las 1001 noches hasta Poe y Borges, nos ofrece un buen libro de relatos: saltar en un mismo volumen de un mundo a otro al pasar de un cuento a otro. Desde luego que se reconoce a Gandolfo tanto en los cuentos fantásticos como en los evocativos, en los de finales abiertos o en los que se cierran con precisión, pero, y he aquí otra prueba de su mérito, porque como en todos los buenos escritores, su firma comparece simplemente porque el estilo es una fatalidad, y como todo buen escritor, Gandolfo sabe que buscarlo a sabiendas resulta una depravación de la que es necesario escapar como del demonio.

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