editorial

  • La opinión pública de Colombia está dividida por mitades, lo que es preocupante porque... las diferencias parecen ser profundas.

Colombia, el triunfo de Santos y un país dividido

Juan Manuel Santos será por un nuevo período el presidente de Colombia. Si bien las encuestas aseguraban que perdería en esta segunda vuelta por un estrecho margen de votos, los resultados finales le otorgaron la victoria también por una mínima diferencia. Según las últimas cifras electorales disponibles, el candidato oficialista se impuso por una diferencia de seis puntos al dirigente uribista Oscar Iván Zuluaga. Esto quiere decir que la opinión pública de Colombia está dividida por mitades, lo que es preocupante, porque a juzgar por lo tonos empleados en la campaña y las imputaciones que se hicieron los candidatos, las diferencias parecen ser profundas.

A este panorama crítico se le suma el testimonio de quienes decidieron no votar, expresado en uno de los porcentajes más elevados en la historia política de ese país, al punto que -con cierto tono de humor- un diario de Bogotá aseguró que el candidato ganador fue el señor Abstención. Es que más allá de la legitimidad de los temas polémicos, el sistema político colombiano sufre desde hace muchos años un progresivo desgaste, al punto de que en la actualidad son muy pocos -por no decir ninguno- los que sostienen que estos comicios podrían modificar o revertir esta tendencia.

Si se pudiera prescindir por un momento del eje central de la campaña electoral, es decir de los acuerdos de paz con la guerrilla, podríamos observar que en realidad en muchos de los temas centrales de la política colombiana los candidatos tienen más acuerdos que diferencias. Después de todo, tanto Santos como Zuluaga, y el propio Uribe, provienen de sectores sociales, económicos e ideológicos afines y todos están comprometidos, más allá de la retórica de la coyuntura, con las escasas virtudes y los abundantes vicios de un sistema gobernado tradicionalmente por una selecta oligarquía política.

De todos modos, este resultado electoral, además de permitirle a Santos gobernar por cinco años más, le otorga el espaldarazo necesario para avanzar con las tratativas de paz iniciadas con las Farc y el ELN con el curioso aval de los Estados Unidos de Norteamérica y Cuba. La objeción de los uribistas de que se le estaba dando luz verde a los terroristas parece no haber asustado demasiado al electorado. Incluso, el propio Zuluaga debió suavizar un tanto las consignas ya que, como la experiencia histórica lo demuestra, en cualquier circunstancia y más allá del oportunismo de los candidatos, siempre se hace muy difícil, por no decir imposible, oponerse a la paz en los actuales escenarios del siglo XXI.

El futuro inmediato dirá más sobre las consecuencias de estos comicios. Santos ahora dispone de espacio político para avanzar en los acuerdos previstos, pero habrá que ver si la guerrilla cumple con lo acordado o -una vez más- acepta la propuesta del gobierno para aliviar su situación militar y ganar tiempo para preparar nuevas ofensivas.

Por fin, habría que señalar que los problemas actuales de Colombia son mucho más serios que el de definir una paz con una guerrilla corrompida y anacrónica, paz que, dicho sea de paso, el ex presidente Uribe logró afianzar en su momento sin prever entonces que su principal colaborador, Santos, habría -una vez a cargo de la presidencia- de desautorizar los pasos dados por quien entonces era su padrino político.

Santos ahora dispone de espacio político para avanzar en los acuerdos previstos, pero habrá que ver si la guerrilla cumple con lo acordado.