De persona a persona

Frank O’Hara (1926-1966) fue un memorable poeta estadounidense, como lo manifiesta “Meditaciones en una emergencia y otros poemas”, que con la traducción y notas de Rolando Costa Picazo, acaba de publicar Huesos de Jibia. Transcribimos aquí algunas poesías y el fragmento final del prólogo.

C2_FRANK-O-HARA_FRANK151.JPG

Frank O’Hara.

 

Por Rolando Costa Picazo

No es desacertado calificar el idioma de O’Hara como “lenguaje de jazz”: su estilo es tan improvisado como el del jazz.

O’Hara celebra el arte y la literatura: lector incansable desde casi niño, conoce a ambos cabalmente. Celebra también el amor y la amistad, y teme a la muerte y al fracaso. Desconfiaba de la política. Vivió en la era de McCarthy. Era gay en un tiempo en que metían a los homosexuales en la cárcel, en que recorría las calles la patrulla policial que combatía el vicio (Vice Squad). En sus poemas, hay mucho cuyo significado debe leerse entre líneas, o que es entendido por pocos iniciados. Son ejemplos esporádicos, porque en O’Hara no hay temas que se sostengan o prolonguen entre un poema y otro. Domina cierto vértigo que hace que las ideas se sucedan sin interrupción y que a veces cambien de línea en línea: el poema no es acerca de un tema determinado, sino que el poema es el tema. No hay mensajes. Sigue en esto a William Carlos Williams, que declaraba: “Nada de ideas, salvo en las cosas” (“No ideas, but in things”).

En la década de 1950, como en algunas otras en la historia literaria, abundaban los manifiestos, escritos en que se declaraba el propósito y las características de determinada postura o ismo. Medio en broma, porque los manifiestos y las facciones lo irritaban, O’Hara escribió uno que denominó “Personismo”. Lo hizo mientras almorzaba con el poeta LeRoi Jones el 27 de agosto de 1959. Se trata del movimiento de una sola persona. Allí sostiene O’Hara que sus poemas son comunicaciones de él directamente a otras personas, comunicaciones persona a persona, como llamadas telefónicas o cartas. En efecto, están llenas de referencias personales que sólo el destinatario puede entender. Asimismo, tienen el ritmo fluido, impensado y conversacional de este tipo de misivas o mensajes. Dice allí O’Hara que no usa el poema como vehículo para desnudar el alma, revelar ansiedades secretas o proporcionar información autobiográfica, sino más bien para crear la ilusión de una charla íntima y espontánea entre dos personas, con una sensación de inmediatez, y dar al lector la idea de que está fisgoneando, de que él también participa como testigo en la charla, sin estar invitado.

O’Hara aprovecha su manifiesto para expresar ciertas preferencias y antipatías literarias. No soporta a Vachel Lindsay, un poeta de Chicago, una especie de trovador que privilegiaba el nivel oral y fonológico de la poesía, al punto de que la suya estaba llena de efectos sonoros y onomatopéyicos, y asonancias. Tampoco le gustaba Robbe-Grillet, que parecía haber decretado la muerte de la literatura. Amaba a Whitman, a Hart Crane y a Williams, a quienes consideraba, incluso, mejores que el cine, una de sus grandes pasiones.