Capítulo 9

El mundo da para todo

Enrique Cruz (h) (Enviado Especial a Belo Horizonte)

  • Está brava la cosa a la hora de hablar de alcohol. Se consume mucho y ahí está el problema. No existen restricciones. El día del partido con Bosnia, en el Maracaná, los puestitos ubicados detrás de la tribuna estaban bien marcados en cuanto a “popularidad”. En los que se vendía cerveza, la cola duplicaba o triplicaba al resto.

Lo de Río de Janeiro superó totalmente las expectativas. Hizo calor y muchos, no sólo los argentinos, tomaron la decisión de dormir en la playa. Los puestos ubicados a lo largo de la avenida Atlántica no cierran hasta bien entrada la madrugada. Y al no contar con baño ni con techo, las necesidades se hacen en la misma playa o en el agua. Ahora, la marea humana se vendrá para Belo Horizonte. Es otra cosa, no hay mar, es una ciudad diferente, pero no cambiará la intensidad de la respuesta de la gente. Ni tampoco lo costoso de adquirir una entrada por la que se paga cualquier disparate.

Bueno, sin ir más lejos, el martes pasó algo digno de ser contado. Había reventa en el partido Bélgica-Argelia. Algunos pensaban que iba a jugarse con 20.000 personas en la cancha, pero se vendió todo y por eso algunos a los cuales les tocó, en “desgracia”, salir sorteado en un partido como el de Bélgica-Argelia, puede hacerse de unos manguitos revendiendo a precios descomunales.

A diferencia de Sudáfrica, es muy bueno el tema de internet. El problema, al menos en nuestro campamento, pasa por el teléfono. Pero tengo la computadora que funciona a las mil maravillas. Y todavía no le metí ningún llamado a Marcelo Alvarez a las 3 ó 4 de la mañana para que me saque del agua. Estoy sorprendido y seguramente él también lo estará. Más todavía, extraño hacerlo. Todavía tengo grabada una conversación por Skype, cuando me dijo: “Vamos Quique, tú puedes”, al más fiel estilo Tu Sam. Y también recuerdo aquel atardecer de sábado en Barranquilla, cuando lo llamé 15 veces para explicarle el problema que tenía, hasta que me dijo: “Quique, acá son las 9 y media de la noche y tengo a los chicos en el auto esperando que vos dejes de llamarme, para ir a cenar”. Tenía razón, obvio.