Creadores Santafesinos

Ana María Paris, una testigo del tiempo

  • Se presentó recientemente un nuevo fascículo de la colección realizada por el crítico e investigador Domingo Sahda.
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“Máscara”, 1976.

 

De la redacción de El Litoral

Días pasados se presentó ante una nutrida concurrencia un nuevo fascículo de la colección Creadores Santafesinos perteneciente al crítico e investigador santafesino Domingo Sahda. Aquí se consignan algunos aspectos contenidos en la cuidada publicación, que reproduce asimismo obras de Ana María Paris, la consagrada artista plástica santafesina.

Paris es una dibujante santafesina de activa participación y consecuente trayectoria.

Con motivo de una de sus exposiciones, el Dr. J.M. Taverna Irigoyen reflexionó que “la construcción de paisajes subjetivos supone la organización de planos plásticos en pantalla de proyección en los cuales el artista hace visible sus estados anteriores, filtrando, mediante formas, tintas y líneas, sus tensiones más ocultas.

“Los datos de la realidad, que golpean con su inmediatez, son transustanciados por la lente sensitiva del autor, quien otorga una identidad particular, única, a cada cosa que se establece en elemento formal del cuadro. Desde esta óptica, las obras plásticas se constituyen en sucedáneas del mundo en permanentes migraciones formales que se van independizando hasta asumirse como objeto estético autorreferenciado. Su sentido último es sustraer al espectador del tráfago cotidiano para sumergirlo en una experiencia estética de relación directa entre autor y receptor.

“Así las cosas, el objeto de arte, el cuadro, adquiere intemporalidad en un sentido primero. En una segunda y más detenida lectura, no “hablar de algo” es referirse a ese algo por su negación explícita. Ser testigo del tiempo, del horizonte cultural al cual se pertenece puede darse de distintas maneras, sesgando lo implícito para condensarse en lo intuido sin por ello perder su vigencia y valor expresivo”.

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“Familia”, 2013.

Una luz melancólica

“Ana María Paris -continuaba Taverna Irigoyen- proyecta su contención personal en la realización de las obras que exhibe de tal modo que éstas nunca atraviesan la barrera del límite autoimpuesto, interpretando como sujeción a saberes propios de la sintaxis visual. La retícula del conocimiento internalizado obstruye la intención de romper aquello ya estatuido. En sus abstracciones, de orientación lírica por el vuelo evanescente de los planos que se diluyen en filamentos y pasajes cuasi monocromáticos, una asordinada luz melancólica perfila espacios y formas que se organizan armónicamente conteniéndose a sí mismas.

El sonido equivalente es el tono velado, el susurro, el gesto leve que desplaza arquitecturas plásticas sin agredir ni violentar el plano. Una difuminada paleta de grises, ocres y azules, con algún resplandor de mortecina luz entona estas piezas encabalgadas entre el dibujo y la pintura. El concepto de lo estéticamente bello predomina como mirada femenina en el hacer de esta autora cuya constante es lo medido, lo delicado”.

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“Retrato”, 1988.

Figuras de poético enlace

J.M. Taverna Irigoyen

Hoy creo más que nunca en la validez de los grupos. La de aquellos que, como Orión o Martín Fierro, canalizaron en su momento actitudes creadoras o enunciados estéticos de definida exteriorización. O también la de aquellos otros que, como el Grupo Litoral, supieron vitalizar a través de la unión, expresiones que -aisladamente- no revelaban una línea coherente en totalidad.

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“Geometría en el jardín III”, 2013.

En momentos en que la sociedad contemporánea tiende (al menos teóricamente) a integrarse en todas las vertientes, los grupos artísticos, por sobre los de otras preceptivas, adquieren en forma paralela interés y esencialidad. Lo primero, en virtud de la bien llamada “visión de conjunto”: ya sea generacional, regional o de corriente determinada. Lo segundo, por cuanto en forma casi indefectible -tal vez en razón del diálogo, de la comunicación- todo grupo termina ofreciendo la obra “esencial” de cada integrante; la más precisa y ajustada, como si de alguna manera se quisiera hacer llegar la síntesis de una etapa, dentro del quehacer total.

Una atmósfera muy particular, como velada por la fantasía, se respira en algunos grabados de Ana María Paris y sobre todo en los últimos dibujos coloreados, en los que la artista logra comunicar a través de figuras de poético enlace su vibración intimista.

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“El pintor”, 2005.

Fotos: Gentileza Creadores Santafesinos

Un espacio de libertad

—¿Por qué te has dedicado a las artes visuales?

—Me he dedicado a las artes visuales porque desde siempre me gustó dibujar, desde chica. Fui a la escuela de arte en una época en que había maestros que nos enseñaban mucho, formé parte de un grupo de alumnos con los que trabajábamos muy bien y me sentí más a gusto en la escuela de arte que en la escuela secundaria.

—Es decir que vos definís tu acción como el privilegio de hacer lo que te importó, lo que te gustó.

—Sí.

—Tu currículum habla de que egresaste con la especialidad de dibujo en grabado. Hoy por hoy el grabado parece ser historia de otro tiempo, por la reproducción mecánica y demás. ¿Qué sentías vos cuando trabajabas desde el esquema tradicional, el de pasar el taco entintado al papel, sacar copia, y ver la primera copia?

—Era una sensación muy interesante porque había un factor sorpresa. Siempre había algo que no sabíamos cómo iba a salir, en madera o en chapa. Más todavía en la chapa porque estaba el tema de la prensa. Como en la madera uno trabaja la imagen sacando los blancos, hay que ubicarse en ese aspecto, pensar la imagen como el negativo. Es el grabado bastante artesanal.

—Si tuvieras que optar, ¿elegirías el dibujo, la xilografía o ambas son facetas de lo mismo?

—Tienen que ver porque para hacer un grabado, y una pintura también, necesitás una base de dibujo, que es el esqueleto de la obra, la forma básica. Lo que pasa es que para grabar es necesario tener un taller con un espacio que te permita moverte, colgar las copias para que se vayan secando, un lugar para el entintado, y no podés hacer un trabajo en poco tiempo sino que necesitás mayor cantidad de tiempo. Y no podés dejar las cosas por la mitad, como sería el caso de un dibujo que tenés diez minutos, vas y dibujás. En el grabado, tenés que limpiar todo, guardar porque se arruina el rodillo y la tinta no sirve más. En fin, hay una serie...

—El conflicto entre reproducción de pieza y pieza única. Para vos, ¿cuál es más importante?

—Desde lo comercial lo que más se cotiza siempre, porque es así y a través del tiempo uno lo ve, es la pintura. Es lo más apreciado por la gente, por las galerías, por todo. Después, el dibujo. El grabado ha ido perdiendo un poco el mercado pero ha quedado más para coleccionistas.

—¿Por qué creés que la gente opta más por la pintura? ¿Es por la seducción del color?

—Y por la rapidez. A veces la gente se enamora del color y entonces empieza a usarlo.

—¿Cómo terapia?

—Como terapia, en algunos casos. Los resultados dependen de cómo se utilice el color porque uno puede poner diez colores y el conjunto no funciona. A lo mejor trabaja con una monocromía y hace una obra interesante. Mayor cantidad de color no quiere decir que sea mejor el resultado.

—Entonces, la construcción del lenguaje artístico o del lenguaje de las artes visuales vincula una cuestión matérica con una cuestión conceptual y de la buena arquitectura nace la obra maestra, la obra de calidad.

—Con certeza, sí. Evidentemente, no es sólo la habilidad para desarrollar un tema sino también tener una base, haberlo pensado no como algo rígido pero a las cosas hay que pensarlas, llevan su tiempo. No es sólo el impulso, también llevan un período en donde uno trabaja... Por lo menos hablo de mi caso personal, porque hay muchas formas de desarrollar una obra. Yo trabajo y la dejo un poco en suspenso, no la miro. Después vuelvo y lo que estoy haciendo me hace pensar, o sea, trabaja también mi cabeza y empiezo a descubrir algunas cosas que hay que ajustar. Entonces, no es solo la parte técnica sino la cabeza.

—¿Éste es un espacio de libertad?

—Sí, es un espacio de libertad. Es uno de los pocos espacios que tiene una persona para hacer lo que tienes ganas de hacer, dentro de lo que se puede y de las capacidades que tiene.

—Para vos, las artes, el lenguaje visual ¿es un lujo de la condición humana, es una necesidad o es un adorno social circunstancial?

—Para mí es una necesidad, lo que pasa es que a veces en la educación o en la cultura no está incorporado como parte importante de la vida de las personas, no llega a conocimiento de la gente sino se podría apreciar mejor lo importante que es poder expresarse. Un lujo no, es una suerte poder hacerlo cuando uno tiene los materiales, el tiempo y la capacidad para hacerlo. No es un entretenimiento, al contrario: como decía antes, uno se lo va planeando continuamente, lo va analizando, entonces tiene un poco también de dureza el tema. No es fácil hacer un dibujo porque vos te encontrás con el papel desnudo y te estás jugando en cada trabajo, por lo menos yo lo siento así.

—¿Qué sucede cuando el desafío que vos planteás en el plano llega a un tercero que se siente conmovido? ¿Cómo te sentís?

—Es lindo, es raro también porque es bueno que alguien comprenda o se acerque a lo que yo quise decir. Generalmente, la gente se pregunta cosas frente a la obra, lo cual es muy válido también.

—Esta manifestación de tu persona la entendés como una aventura.

—Sí, y me ayuda porque en los momentos difíciles si yo no hubiese tenido esto... A lo mejor durante mucho tiempo no pude dibujar o pintar por razones personales o familiares pero yo pensaba que a lo que yo quería o a lo que yo amaba no iba a renunciar nunca, entonces me aferré a ese punto y cuando pude volver, volví.