A un siglo del inicio de la Gran Guerra (1914-1918)

La conflagración europea que dejó un nuevo mundo nacido de la sangre y el lodo

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Cinco años de horror. En la batalla de Verdum murieron 163.000 soldados franceses y 143.000 alemanes. Foto: AFP

 

La Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, es considerada de muchas formas: como la primera gran catástrofe del siglo XX y el final del mundo tal como se lo conocía hasta entonces. Los millones de muertos entre 1914 y 1918 marcaron de hecho el fin de una época, y el detonante se produjo el 28 de junio de hace 100 años, con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del Imperio Austrohúngaro.

El archiduque murió junto con su mujer en Sarajevo a manos de un extremista serbio. Las grandes potencias del continente se precipitaron entonces en apenas cinco semanas a una guerra marcada por los errores de cálculo, los temores, la incompetencia y la excesiva confianza en sí mismos de sus dirigentes.

Al final, los cuatro años de batallas y masacres cambiaron por completo el orden mundial. Se derrumbaron las monarquías de Alemania, Austria, Rusia y el Imperio Otomano; cambiaron las fronteras en todo el mundo y surgieron nuevos países.

La Gran Guerra fue el caldo de cultivo para el surgimiento de la Unión Soviética y el nacionalsocialismo. Sin ella no habrían existido la Segunda Guerra, el Holocausto, el estalinismo o la Guerra Fría. Para el historiador Volker Berghahn fue el comienzo de una época más larga “que cubrió a Europa y a todo el mundo al final con otra orgía de violencia”.

En 1914 Austria-Hungría y Alemania se enfrentaron con Francia, Rusia y el Reino Unido de Gran Bretaña. Tras el asesinato de Francisco Fernando, Berlín le dio a sus socios austríacos prácticamente un cheque en blanco para atacar a los serbios, sabiendo que eso podía arrastrar a la guerra a sus aliados Rusia y Francia.

“Visto así, los protagonistas de 1914 eran sonámbulos, se movían, pero ciegos; llenos de pesadillas, pero incapaces de reconocer la realidad del horror que desatarían en breve en el mundo”, señala el historiador Christopher Clark sobre el período que va desde el 28 de junio hasta que se declaró la guerra en agosto.

El experto Gerd Krumeich coincide en que “es seguro que ninguno de los responsables políticos y militares esperaba que hubiese una guerra tan gigantesca. De lo contrario se habrían comportado de otra forma durante la crisis de julio”.

Con la invasión alemana sobre la neutral Bélgica fue arrastrado a la guerra también el Reino Unido. En 1915 se sumaron a la Entente Italia -ex aliada de Berlín y Viena- y los Estados Unidos de Norteamérica. A las potencias centrales se sumaron, por su parte, el Imperio Otomano y Bulgaria.

En los frentes de Francia, Bélgica, Rusia, en los Balcanes y los Alpes murieron casi nueve millones de soldados, y otros millones sufrieron mutilaciones, daños por el gas venenoso o gravísimos traumas mentales. Murieron también millones de civiles. El bloqueo marítimo de las potencias de la Entente contra Alemania causó más muertes que los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial, señala el historiador Olaf Jessen.

Los militares, que eran en su mayoría partidarios de la guerra, fueron a ella con la mentalidad y las tácticas de un siglo atrás. Pensaban que iba a durar poco, los soldados y oficiales estaban mal equipados y muy poco preparados para las nuevas tecnologías bélicas. Las ametralladoras acababan con miles de enemigos en minutos. Por primera vez se usó gas venenoso, las piezas de artillería destrozaban a los seres humanos a gran distancia y hacían volar la tierra y a los muertos por los aires. Y fue la primera contienda con aviones.

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Los italianos también estuvieron en el frente. Fotos, cartas originales, carteles propagandísticos y documentos se exhiben en estos momentos en Roma. Foto: EFE

En la guerra de trincheras el ser humano es un mero material, y la batalla de Verdún, en 1916, fue el mayor símbolo de ello. Los británicos perdieron en un solo día a casi 60.000 hombres al inicio de la ofensiva de verano de 1916. Los campesinos de Bélgica y el norte de Francia siguen encontrando hoy huesos de soldados de la Primera Guerra.

La población alemana no estaba entusiasmada con la guerra, pero tampoco hubo gran oposición. Sin embargo, los años de grandes pérdidas de vidas, el hambre y el sinsentido de las muertes acabaron hartando a los ciudadanos. Surgió el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha que después sería clave para la crisis de la República de Weimar.

Tras la última ofensiva fallida los comandantes Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff se vieron obligados a reconocer la derrota. En el imperio alemán se produce la revolución, el kaiser debe abdicar y el 11 de noviembre de 1918 los alemanes firman el armisticio. Medio año más tarde se rubrica el Tratado de Versalles, en el que Alemania reconoce -en el artículo 231- ser la única responsable de la guerra y se compromete a entregar territorios y pagar reparaciones. El acuerdo es vivido como una humillación y una imposición.

La propaganda que hacía supuestamente invencible al Ejército alemán hizo que surgiera una corriente de pensamiento -apoyada por personajes como el entonces cabo Adolf Hitler en “Mi Lucha”- que aseguraba que la guerra sólo se había perdido por la revolución contra el kaiser y no en el frente. Las consecuencias de las reparaciones y de los cambios sociales en una sociedad que había perdido sus referentes abonaron el terreno para el nacionalsocialismo.

También como consecuencia de la Gran Guerra surge el otro gran polo del siglo XX: tras dos revoluciones toman el poder los bolcheviques en Rusia, donde se impone el sistema comunista. El tercer gran polo, el Occidente democrático, se transforma por completo: el Reino Unido y Francia pierden peso y surge una nueva potencia mundial: los Estados Unidos de Norteamérica.

Así, queda asentada la constelación de los futuros conflictos, que durarán hasta la caída del bloque del Este en 1989/90... e incluso más allá.

por Oliver Pietschmann (DPA)

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Un soldado canadiense comparte un cigarrillo con un prisionero alemán en el frente de Paschendale. Foto: Archivo El Litoral