SEÑAL DE AJUSTE

La imaginación en 22 minutos

La imaginación  en 22 minutos

“Siempre quise un marido y una familia, simplemente que no esperaba conseguirlos de la noche a la mañana”, reconoce Kate (Malin Akerman) en “Thropy wife”. Foto: Gentileza ABC

 

Roberto Maurer

Avariciosamente, Telefé esconde sus nuevas producciones para cuando termine el Mundial y, en tanto, continúa descansando en “Avenida Brasil”, que permanece en pantalla como un fenómeno supranormal: debería haber finalizado a mediados de abril. No se trata de que los capítulos de la tira brasileña se sigan grabando, ya que compraron la serie terminada. La han venido estirando con el procedimiento de recortar los episodios. Al parecer, sus leales seguidores ya manifiestan síntomas de fatiga, y el rating baja para alegría de Tinelli.

No solamente especulan los canales argentinos con el Mundial, a sabiendas de que no durará siempre, sino la misma Sony reserva títulos de peso, y mientras tanto estrenó dos series modestas y una de ellas ya cancelada en Estados Unidos, para seguir tirando durante los octavos de final y lo que queda.

Se trata de dos sitcoms de capítulos de 22 minutos netos tituladas “Trophy wife” (jueves a las 22) y “The neighbors” (jueves a las 23). Si el televidente cierra los ojos y se mete la cuchara en la boca dirá: “Es la papilla de siempre”. La ficción televisiva tuvo a la familia como fuente temática, hasta que los vínculos convencionales se agotaron, tanto como fuente de inspiración como en la realidad. La aparición de la familia disfuncional resultó ideal, porque las combinaciones son infinitas, y el resultado da series como “Trophy wife”. Y los extraterrestres simpáticos que se relacionan afectivamente con humanos también tienen su tradición en la tele, desde “Mi marciano favorito” a “Alf”. Ahora reaparecen en un barrio como vecinos raros, en “The neighbors”.

La falta de pretensiones de ambas series no las convierte en despreciables. Son inteligentes y divertidas, y resulta asombroso cómo en esos 22 minutos netos de duración se pueda condensar una historia, con gags, diálogos agudos, personajes de perfil claro, una trama con alguna complejidad y un ritmo ágil que no altera la respiración narrativa.

LA MUJER COMO TROFEO

La “esposa trofeo” de “Trophy wife” se llama Kate (Malin Akerman), es una rubia hot, bonita, fiestera y sin compromisos. “Hasta hace un año mi única familia era mi amiga Meg, todo lo hacíamos juntas, comíamos fideos chinos y salíamos con cualquiera, íbamos de fiesta en fiesta y nos divertíamos”, recuerda Kate. Pero en un karaoke conoce a un abogado maduro (Bradley Whitford), la atracción es fulminante, y se convierte en su tercera esposa. Pero deberá convivir con los tres hijos de su esposo, manipuladores y ocasionalmente insufribles, y alternar con las entrometidas y desagradables ex esposas. “Siempre quise un marido y una familia, simplemente que no esperaba conseguirlos de la noche a la mañana”, reconoce Kate.

Para ofrecer una idea del trato que obtiene de su hijastra adolescente, basta una cita: “No te esfuerces, puedes dejar de intentarlo, nadie espera que seas una madre. Piensa en ti misma más como la tercera mujer de mi padre”. Luego de incontables malentendidos y situaciones caóticas sintetizados en los mencionados 22 minutos netos, en el primer capítulo Kate ha concretado algunos triunfos afectivos.

Bajo esa superficie de comedia liviana y alguna retórica positiva, se percibe el latido de la vida real de la clase media urbana de Estados Unidos y sus dilemas, como el citado prototipo de “esposa trofeo” (la protagonista en la mirada de los otros y de ella sobre sí misma en sus momentos vulnerables), el contraste entre la dependencia tecnológica y una vuelta a la vida natural, la incomodidad ante las manifestaciones tempranas de la sexualidad de los preadolescentes y el esfuerzo en sostener los gestos políticamente correctos en medio del caos.

Finaliza el día: “Todavía estoy descubriendo cosas, pero mañana voy a levantarme y zambullirme en ellas otra vez”, dice para sí misma la voluntariosa Kate.

BUENOS VECINOS

“The neighbors” plantea con cierta potencia cómica, a veces ingenua, la llegada de una comunidad de extraterrestres que se instala en una urbanización cerrada de Nueva Jersey. Su propósito, como suele suceder, consiste en investigar las condiciones de vida en la Tierra, pero no pueden volver a su planeta de origen porque se olvidaron de traer el cargador del aparato que les permite el retorno.

Estancados, han adoptado forma humana y viven pacíficamente y sin sobresaltos durante diez años, hasta que una familia del grupo extraterrestre se va y queda un chalet desocupado. Allí se mudan los Weaver, Max y Abby, con sus tres hijos: sin saberlo, han elegido una colonia alienígena.

Max ha forzado la mudanza para escapar de la vida en un departamento de la ciudad, contra la voluntad de su esposa, y durante el traslado dice mirando al cielo: “Sólo pido a Dios que nos vaya bien, no haya agujeros en el techo, ni termitas, y que encontremos vecinos normales”.

Son recibidos amistosamente por los extraterrestres, se presentan todos juntos, como una tribu ordenada y con pasteles, de acuerdo con hospitalaria costumbre, pero su asimilación al estilo de vida humano es muy imperfecta y ha resultado en permanentes actos extravagantes que no pueden disimular. Hablan con acento de Nueva Inglaterra, han elegido nombres de deportistas famosos y comen con sólo mirar al plato, entre otras irregularidades que sorprenden a los Weaver.

¿Vienen de Europa?, se preguntan con el típico provincianismo norteamericano. ¿Será una secta amish? ¿Llamamos a la policía? ¿No debería Obama saberlo? Pero basta con batir las palmas por encima de sus cabezas para que los vecinos aliens recuperen su apariencia original de reptiles verdes. “Sorpresa”, dicen, inocentes, cuando revelan su identidad a los Weaver.

Han comenzado a conocerse, y se produce intercambio de culturas. Por ejemplo, las esposas extraterrestres son sumisas y la señora Weaver les descubre la independencia femenina. Se trata de una lección de convivencia entre distintos y de una moraleja: todos somos un poco horribles si se nos mira del otro lado del tapial.