Las vivencias de un periodista

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El enviado de El Litoral en el predio de Cidade do Galo, donde todos los días se acuna el sueño argentino.

 

Anécdotas, datos, experiencias y un aprendizaje que se va dando en el día a día, tanto en lo profesional como en lo humano. Así se vive, 24 horas alertas en la cobertura más grande y apasionante a la que se puede aspirar.

TEXTO Y FOTOS. ENRIQUE CRUZ (H), ENVIADO ESPECIAL A BELO HORIZONTE.

Uno siente que todo se acelera cuando tiene la suerte y orgullo de poder ser partícipe, desde la función de periodista, de un acontecimiento de esta naturaleza. No es la primera vez. Y afortunadamente se ha dado muy seguido en los últimos años. Es el premio al que se esfuerza, al que trabaja y también el hecho de pertenecer a un medio del prestigio indudable que tiene El Litoral.

“Señor Cruz, no necesitamos sacarle fotos, porque Fifa ya tiene desde hace tiempo la suya”, fue la primera respuesta que este enviado recibió en Brasil, cuando hubo que realizar el primero de los trámites que cualquier periodista debe hacer cuando llega a un Mundial: recibir el “tarjetón” colgante que lo identificará como si fuese un verdadero pasaporte, desde el primero hasta el último de los 37 días de permanencia en este país.

Hecho el introito, pasemos a contar algunas cosas que tienen que ver con Brasil, con el Mundial y con esas vivencias irrepetibles. Como primera medida, es cierto lo que nos contaron respecto de lo muy bueno que es el sistema de transporte público en este país. Pero también es bueno recalcar que las distancias son tan grandes, que cualquier cálculo grosero de tiempo que se haga, puede resultar escaso. Belo Horizonte es tan caótica como San Pablo, ciudad que deberé visitar dos veces -si Dios y la selección quieren-, un poquito más que Porto Alegre y bastante más que Río de Janeiro. Un boleto de micro cuesta 2,85 reales, o sea unos 14 pesos nuestros, que resultan baratos en comparación con el taxi, que para recorrer una distancia medianamente normal en esta ciudad -digamos unas 120 cuadras-, está en el orden de los 60 reales, unos 300 pesos. O si alguno tiene decidido venir a visitar a la selección en el predio de Cidade do Galo y el avión lo deja en el Aeropuerto Internacional Tancredo Neves, tiene unos 80 reales (400 pesos nuestros) para llegar al predio, que está en el trayecto hacia la ciudad, pero todavía en las afueras. Igualmente, cualquier cosa es mejor que alquilar un coche, teniendo en cuenta el caos que es el tránsito.

Comer en Brasil no es algo que genere demasiados problemas. Se estilan los restaurantes con grandes mesas para servirse y una balanza para pesar la comida. Si no está absolutamente decidido a darse un banquete, puede comer por unos 22 reales, o sea unos 110 pesos. Algo que se complica en los Centro de Prensa, donde la misma comida puede salir unos 45 reales, es decir, el doble.

No es bueno el vino brasileño, pero se encuentra en las góndolas de los supermercados una interesante variedad de vinos chilenos y argentinos por un valor de unos 110 pesos nuestros. El pan es excelente, pero los brasileños no están acostumbrados a servirlo en la mesa. Y luego está la típica “feijoada”, plato tradicional de Brasil, que tuvo su origen en los tiempos de la esclavitud, cuando éstos lo crearon a partir de las sobras de los patrones. Quiero ser absolutamente sincero: sirven 6 ó 7 platos en la mesa y, sacando el arroz, uno tiene la sensación de que no sabe bien qué es lo que está comiendo. Pero sabe rico.

La experiencia en Río fue fenomenal. Copacabana e Ipanema invadida por argentinos que llegaron a pagar 1.400 reales (o sea unos 7.000 pesos) por ver Argentina-Bosnia en la reventa y algunos ingleses que se avivaron y cotizaron sus entradas a 800 dólares. Claro, por el sistema de venta de Fifa, uno se inscribía e iba a sorteo. Por ahí tenía la suerte de entrar en el partido que anhelaba ver y por ahí le podía tocar un Corea del Sur-Argelia, por ejemplo. En esos casos, la reventa estuvo a la orden del día.

Se pueden contar miles de experiencias, como la de los muchachos de Rosario que se vinieron en un motorhome que se hizo famoso por tener una amplia imagen del Papa Francisco que les abrió muchas puertas, según confiaron a El Litoral. Lo curioso y anecdótico, es que engancharon un brasileño que les manejó el vehículo durante buena parte de la estadía, a cambio de la comida y de la “estadía”. Se liberaron de algunos obstáculos, como el de hacer Río de Janeiro-Belo Horizonte por un camino de cornisa verdaderamente peligroso.

Hay cosas que no me terminan de cerrar y despiertan cierto cosquilleo temeroso por el futuro: la gran rivalidad que se demuestra en las tribunas entre brasileños y argentinos, con algunas peleas a golpes de puño que se pudieron observar claramente. ¿Qué pasará en estas dos semanas que restan? Quién sabe. ¿Y si los dos llegamos a la final?, no quiero ni pensarlo. O en todo caso sí, sólo por lo deportivo. Sería bárbaro. Y por ahí se repite el Maracanazo. Pero no avancemos tanto, que todavía falta y hay que hacer las cosas un poco mejor para llegar a ese tan ansiado 13 de julio de 2014, en Río de Janeiro.

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El esperancino Hugo es el famoso Gaucho, pero ese día no se disfrazó y fue de civil a la concentración de Argentina, llevando un exquisito chorizo en grasa de su ciudad, que se convirtió en atracción de los periodistas.

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Ouro Preto es una localidad ubicada a 90 kilómetros de Belo Horizonte. La iglesia que se observa es la de Nuestra Señora del Pilar, donde yacen 400 kilos de oro como “recuerdo” de la historia.