El fútbol y la vida son parientes

La mujer y su belleza en un ámbito que dejó de ser machista; los estadios, la organización y puesta en escena de un espectáculo que mueve multitudes y millones.

TEXTO Y FOTO. ENRIQUE CRUZ (H).

El fútbol y la vida son parientes

El enviado especial de El Litoral a Brasil en el Arena Corinthians de San Pablo, belleza arquitectónica inaugurada el 14 de mayo pasado, pero todavía con muchos detalles para terminar.

 

Hace un tiempo que el fútbol ha dejado de ser lo que era: un lugar estrictamente machista y reservado para hombres. Imagínese a una mujer caminando por el sector de la barra de las bombas en la cancha de Unión o por la vieja y recordada Santa Rosa de Lima en la cancha de Colón, allá por los ‘60 o ‘70. Era imposible. Tengo mis recuerdos de niño, de escuchar los silbidos -al estilo de piropo- cuando una mujer, de las pocas que en ese momento iban a la cancha, pasaban por esos lugares. Es cierto que Unión tuvo su tribuna de mujeres (antes estaba al lado de la techada y debajo de las viejas cabinas de transmisión) y Colón también (en el codo noroeste). Pero no es como ahora, donde la mujer ha ganado su lugar dentro del fútbol, no sólo en su carácter de espectadora, sino también acercando su belleza, ya sea en el estado natural o adaptada a la ocasión.

Este Mundial, como los últimos, tiene también a la mujer como protagonista. Largos viajes para ver a la selección. Y costosos. Está el ejemplo de Paula, una cordobesa de Achiras, una localidad cercana a Río Cuarto, a la que me encontré en el Aeropuerto de Guarulhos, el día del choque contra Suiza. Había armado el viaje el día anterior, cuando golpearon la puerta de la casa en Buenos Aires, su lugar de residencia, para dejarle una entrada que había adquirido a 1.800 dólares. A eso había que sumarle el viaje, a sabiendas de que comprar un pasaje a San Pablo en avión para partir a las pocas horas, justamente ese día, iba a tener un precio totalmente fuera de razonamiento lógico. La cuestión es que se tomó el vuelo, vio a Argentina y regresó. Todo eso, por la módica suma de unos 30.000 pesos, según su propio cálculo y haciendo la salvedad de que no debió pagar hotel.

Está también el lamentable caso de María Soledad, la hija de Tití Fernández, que falleció en un accidente automovilístico luego de ese mismo partido. Tití había dicho, unas semanas antes, que estaba feliz porque su hija iba a ver un Mundial en vivo y en directo. El fútbol le encantaba y en ese ámbito, el de un Mundial añorado y soñado por ella, le puso un tempranero fin a su vida. Doloroso y lamentable.

Esa belleza que hoy le pone la mujer al fútbol, que lamentablemente no se puede disfrutar en nuestro país con la presencia de las dos hinchadas, cosa que en un Mundial se logra y con los simpatizantes mezclados y no divididos por esos amplios pulmones, fue como una frutilla para un postre que se consume cada cuatro años y que deja tantas historias como colorido y una armonía que luego se pierde cuando el paso de los 33 días que dura el torneo nos devuelve a la realidad de todos los días en cada país.

No es sólo la mujer. Las camisetas, las caras y el pelo pintados del color de su nacionalidad, las pequeñas banderitas dibujadas en los rostros y el cotillón, hacen también su aporte a la pasión. Para todos esos que llenan las canchas, cada partido es una historia que debe escribirse en letras mayúsculas.

Los días del Mundial van pasando y hoy quedará una semana de competencia. Algunas de las cosas que se dijeron jamás se cumplieron. En otras, Brasil hizo un gran esfuerzo para llegar y dejó, en el caso de los estadios, muchas vidas en el camino en el afán de terminar. El martes pasado se vio el Arena Corinthians, un estadio maravilloso, imponente, con una capacidad para 64.000 espectadores y que llegó para cubrir la necesidad de uno de los tres grandes de la ciudad más grande de Brasil. Con casi 25 millones de habitantes, San Pablo necesitaba tres estadios (el Morumbí que es del San Pablo, este flamante de Corinthians y el que Palmeiras inaugurará el año que viene). El Arena Corinthians no es un estadio terminado. Y así ocurre en otros. Pero la organización ha sido impecable hasta ahora. Afuera de los estadios se ubican voluntarios en una silla de altura similares a las que utilizan los umpire en tenis, y desde allí ordenan a la gente por los altoparlantes. Esto es fundamental, porque los estadios son muy grandes y los accesos, más todavía.

Queda también para el análisis el tema de las entradas. Los negocios que se tejen alrededor de ellas son descomunales. Si se pagaron 3.500 dólares por una entrada para ver octavos, no me quiero imaginar lo que será el de hoy y la final, si es que llegamos. En Porto Alegre, alguien me comentó que tuvo en sus manos la entrada de la final. Pero en ese momento, había que pagar la módica suma de 5.000 dólares (el partido con Nigeria fue el 25 de junio, o sea 18 días antes del partido definitorio de este torneo). No quiero imaginarme lo que será llegar en los dos o tres días previos, cuando ya se sepa quiénes jugarán el 13 de julio a las 16 en el Maracaná, a pretender una entrada en la reventa. Y que no sea falsa, porque ese es otro de los riesgos que se corren.

Esto es algo más de lo mucho que deja un Mundial de fútbol. Negocios tremendos, colorido, belleza por doquier, pasión, grandes movilizaciones, goles, fútbol, alegría y dolor, del futbolero y del otro, el que cala hondo hasta las entrañas... Como la vida.

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El estadio fue sede de la inauguración del mundial.