Entre Split y Dubrovnick

Una antigua fortaleza romana, el llamativo recorrido por la rivera, la constante necesidad de atravesar las fronteras idiomáticas, el cielo y el mar fundidos en una misma unidad, todo en este tramo del trayecto, antes de llegar a Sarajevo.

TEXTO Y FOTOS. DOMINGO SAHDA

 

Arribé a Split luego de un largo viaje por una ruta-cornisa entre el mar y la montaña. Casi nueve horas de andar, con un inesperado -desconocido para mí- ¡stop! Descubrí allí que Bosnia-Herzegovina, literalmente contorneada por Croacia, Albania y Montenegro, tenía su conexión permitida con el mar. Un pasaje de pocos kilómetros, custodiado al ingreso y al egreso por tropas militares de Guardia croatas y bosnias, el pasaporte era el documento en constante exhibición.

Lo retiraban y al cabo de unos 30 minutos lo devolvían. En cada caso, me sentía literalmente escrutado por el militar que me lo devolvía con los registros de rigor. Debo reconocer que la ruta estaba en impecable estado. Se tenían previstas dos paradas de pocos minutos, cada una en el largo viaje. Intentaba no perder detalles de ese mundo prácticamente desconocido para mí.

Split, antigua fortaleza romana, tenía -tiene- como esencial atractivo el paseo de la rivera a lo largo del mar en el que se estacionaban, aquí y más allá, yates, buques, cruceros y botes para paseos marítimos. Pero esencialmente el punto de atracción es el Palacio de Diocleciano, fortaleza romana existente desde el siglo III en impecable estado, hoy un punto turístico excepcional. Una ciudadela reconstruida en piedra directa, de unos 300 metros de lado, con varios niveles y pasadizos, suerte de pequeña ciudad romana, puesto de avanzada del antiguo imperio que se mantiene resignificada en sus funciones. Un laberinto de callejuelas en el que varias veces me desorienté: siempre encontré cordial auxilio.

En la plazoleta central, una iglesia Basílica dependiente del Obispado de Ravena (Italia) desde la expansión del Cristianismo, cruzadas mediante. Atravesar los Propileos de la Catedral y, en su nave central, descubrir una maravilla artística me sacudió, literalmente hablando. Una “Anunciación” en madera tallada y estofada, magnífica como obra, se la sentía “vivir” en la eternidad. Tres cuerpos de casi el doble de las proporciones humanas corrientes, un ángel levitando con las alas abiertas en el momento del “anuncio”. Una vez más, el arte visual entendido como registro y documento claramente cognoscible del talento humano, lejos de tanta chapucería mercantilista.

RECORRIDO Y DESCUBRIMIENTO

El espacioso y bien mantenido Museo de Artes Visuales, de construcción moderna y fuera de las lindes del Palacio ciudadela, me puso en contacto con manifestaciones de la pintura local del último siglo, la que me permitió un recorrido-descubrimiento.

Mediante ellas y con ellas viajé desde principios de 1800 hasta la actualidad; plástica registrada con obras tridimensionales emplazadas en el patio central, al aire libre.

Felizmente, el palacio de Diocleciano había sido preservado de las violencias sociales. Caminando el largo trayecto de la Rivera, me acomodé en un largo banco de madera con vista al mar. Más allá, estaba amarrado el ferry con el que me trasladaría, unos cuantos días después, hasta el puerto de Ancora (Italia) y de ahí a Roma.

Arribé a Dubrovnick un tanto fatigado por el largo trayecto sobre la ruta costera. El ómnibus costeó el inmenso puente de diseño ultramoderno y me dejó en la terminal de ómnibus local. Desde allí, un trayecto de media hora hasta arribar al bellísimo y confortable alojamiento sobre un recodo del mar. El centro de la ciudad turística por excelencia estaba lejos. Sólo llegaría a él como viajero del transporte urbano local. Así lo hice.

CROACIA SE SIENTE GERMÁNICA

A veces me “trabucaba” con los vuelos. Todos los inconvenientes tenían feliz resolución. A la distancia la fortaleza de época de las cruzadas se enseñoreaba del paisaje, como oteando el horizonte, frente a hipotéticas invasiones. Remonté por empinadas y estrechas callejuelas, mirando, preguntando aquí y allá, fotografiando.

Domingo, en la soleada mañana me detuve a ver y oír. Un festival folclórico permitía ver y oír manifestaciones de lejanas culturas. Bello espectáculo. Muestras de distintas regiones lugareñas capturaron mi interés largo rato.

La “peatonal” mostraba, en el horizonte cercano, las primeras estribaciones montañosas salpicadas, aquí y más allá, por construcciones de otros tiempos. El sonido de algún campanario dejaba sentir su presencia. Sentado frente a la bahía, algunos intrépidos bañistas desafiaban las frías aguas del mar. Ellos salían de un largo, riguroso invierno. Solo me permití “asolearme” un rato.

Una farmacia cercana me auxilió con pastillas para la garganta, un tanto “rasposa”. Atravesar las fronteras lingüísticas era un constante ejercicio de supervivencia. Atrapó mi mirada la belleza de los niños, varones y niñas por igual. La transparencia de los ojos escrutadores frente a lo extraño. Croacia se siente germánica, con sus más y sus menos socioculturales frente a lo diferente. Uno de los tópicos del ancestral enfrentamiento con sus vecinos, sean bosnios o albanos.

Dubrovnick, lugar donde es posible otear el infinito que se abre a la mirada libre de cercos. Cielo y mar que se funden en una unidad que señala la libertad.

Con una cálida despedida en la conserjería del hotel, mixturando lenguas, agradeciendo gentilezas, alcé mi equipaje. El taxi me llevaría a la terminal de ómnibus. Desde allí, a Sarajevo. Pero esa es otra historia.

15_IMG037.JPG

Una callejuela típica en el centro de la ciudad de Dubrovnick.

15_IMG033.JPG

Patios interiores del Palacio de Diocleciano, fortaleza romana del siglo III.

15_IMG040.JPG

Participantes de un festival folclórico en el centro de Dubrovnick.