VOLUNTAD DE VIVIR Y “TÁNATOS”. UN RELATO

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Estanislao Giménez Corte

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“Su jinete se llamaba ‘Muerte’ y el abismo de la muerte lo seguía. Y recibió poder sobre la cuarta parte de la Tierra, para matar por medio de la espada, del hambre, de la peste y de las fieras salvajes”. (Apocalipsis, 6.8)

“El pensamiento moderno ha transferido ese carácter espectral de la muerte a la noción misma de tiempo. El tiempo se ha convertido en la muerte triunfante por sobre todas las cosas”. (John Berger)

Vos, huesuda de tono grave, imposible fisonomía que quiere interponerse entre las gentes, hablás en los accidentes, hablás en las enfermedades, hablás en los tiroteos, hablás en el frío, hablás en los viejos, hablás en el caos. Pero igual no podés. Todo el tiempo tu voz sin forma retumba en páginas escandalosas, en odios manifiestos, en declaraciones desafortunadas, en súbitos arranques de ira, en los acaboses, en los adioses. Tu mano gélida mueve lenguas y bocas y las torna incendiarias; tus ojos huecos inoculan rabia en los ojos de los hermanos; tu impulso animal de Tánatos desatado arroja cuerpos sobre cuerpos hasta que yacen inertes; tu murmullo seco penetra el oído de los desesperados y de los locos y los arroja a horribles empresas. Pero igual no podés.

Vos, fantasma, temor, epílogo; vos, pesadilla, horror, caída, aparecés como interrupción en una mirada cristalina, en el silencio amenazante que precede a un estallido, en la pinchadura del neumático de un coche en la avenida, en las sirenas que oímos de lejos, en las llamadas que recibimos en la trasnoche, en los sobresaltos insomnes de un niño.

Estás allí, detrás, en espera, regodeándote en nuestra ingenua mirada, tiñendo de qué grisácea pátina la idea de futuro, desangelando el horizonte y el mañana. Pero igual no podés. Aparecés todo el tiempo, molesta certeza que alguna vez nos fue informada -“a todos nos va a llegar”, nos habrán dicho-, pero no sos más que mero aliento, un ruido que de tan presente se desoye. Gritás y gritás histéricamente, vos, huesuda, en los noticieros, en las películas, en los diarios. Al acecho, en celo, vas en círculos a nuestro alrededor -ave de rapiña al fin- y pretendés obturarnos la mirada, detenernos los brazos. Pero no podés. En grandes tragedias y en episodios domésticos parece que buscaras refregarnos a nosotros, apenas criaturas, tu noticia perfecta e inmutable: que estás allí, en los reciénvenidos, en los viejos que ceden, en personas que no esperan tu imprevista visita, en casos inverosímiles que parecieras precipitar como broma macabra. Pero igual no podés, ánima, fuerza, reverso, oscuridad. Tu voz pasa como un viento helado que golpea, pero trastabilla al alcanzar los bordes del cuerpo humano, su calor, y cae, infructuosa.

Nosotros -instintivamente- vamos hacia la luz caliente que te expulsa, al menos por ahora. Te sabemos en derredor, en personas que no merecerían, maldita injusticia, tu arrebato. Te intuimos, pero en algún punto de la línea la voluntad vital se impone, acaso por reflejo, a la percepción agotadora de tu presencia. En lo cotidiano, como defensa y como aire, te ignoramos; en esa fresca ignorancia reside nuestra pequeña victoria diaria. Alegremente, hacemos como si no existieras, telón de espera. Priorizamos ver, oír, recordar, saborear, respirar, proponer, ejecutar. Transformamos en energía tus desechos y tu amenaza perpetua en posibilidad. Tu rodeo persistente le otorga un extraordinario valor a nuestro tiempo. Necesitamos, buscamos, preferimos la observación de los coches que llegan a destino y no el siniestrado. Bebemos, saboreamos este mientras tanto, el tránsito, el movimiento. Hoy, acá, no te sentimos, traicionero abrazo, máquina de llevarse las cosas y las personas. Nosotros, animalitos en la intemperie, te alejamos con este calor en las manos; vos, bestia de reptar, no podés más que huir, al menos por hoy. Este calor que te espanta pasa de unos a otros como tacto, como memoria, como canto, como palabra, como mirada; como idea, alimento, abrigo, hogar. Este fuego se apagará algún día, claro; pero mientras tanto, espectro, vos no podés.