editorial

  • Los violentos del fútbol no sólo cuentan con el respaldo del poder político, sindical y dirigencial. Gran parte de los hinchas también los avala.

Cómplices de los barrabravas

El 16 de marzo pasado, Lucas Carrasco, de 21 años e hincha de Independiente Rivadavia de Mendoza, falleció luego de recibir un botellazo en la cabeza durante incidentes originados tras el anuncio de la suspensión del partido con Instituto de Córdoba. Así, se convirtió en la víctima fatal número 285 a lo largo de la historia del fútbol argentino, según estadísticas elaboradas por la ONG Salvemos al Fútbol.

La trágica nómina crece año tras año de la mano del fortalecimiento de las “barras bravas”, grupos organizados sobre la base de una logística mafiosa y fuertes vínculos con sectores políticos, sindicales y dirigenciales del país. Sólo así se puede comprender cómo es posible que estos delincuentes puedan sostener su poder, sustentado a partir de los ingresos económicos que generan estos negocios ilegales.

Tal como sucediera durante el Mundial de Sudáfrica 2010, los barrabravas vienen siendo noticia en Brasil. Recientemente, la policía brasileña expulsó de aquel país a Pablo “Bebote” Álvarez, jefe de la hinchada de Independiente.

No fue el único caso. Desde que comenzó el mundial, 36 barras fueron deportados gracias a un listado de 2.100 personas con antecedentes penales que organismos de seguridad argentinos entregaron a sus pares brasileños.

Esto demuestra, con absoluta claridad, que en la Argentina se conoce, con nombre y apellido, a los responsables de la mayoría de los hechos de violencia vinculados con el fútbol. Sin embargo, la gran pregunta sigue siendo: ¿por qué en Brasil logran detectarlos e impedirles el ingreso a los estadios, mientras que en suelo argentino parecen gozar de la más absoluta impunidad?

El caso más notable de connivencia entre los barrabravas y el poder quedó al descubierto durante Sudáfrica 2010.

Antes de aquel mundial, se creó una ONG conocida como Hinchadas Unidas Argentinas, liderada por Marcelo Mallo, hombre ligado al kirchnerismo. En medio del torneo, los barras recibieron la visita de Pablo Moyano, hijo de Hugo -por entonces un aliado acérrimo del gobierno- y secretario adjunto del gremio de Camioneros. Pocos días antes, los barras habían compartido un safari con Facundo, el otro hijo del dirigente sindical.

Cuatro años después, esta familia vuelve a ser noticia gracias a su vínculo con el fútbol: Hugo Moyano acaba de arrasar con las elecciones presidenciales de Independiente, donde obtuvo casi el 70 por ciento de los votos. La diferencia con los otros candidatos fue abrumadora: Moyano obtuvo 5.719 votos, mientras que su más cercano competidor apenas logró ser votado por 1.378 personas.

A Hugo Moyano, el padre de Pablo y Facundo, los mismos que compartieron tribuna y safari con barrabravas en Sudáfrica, no lo votaron sólo los integrantes del núcleo violento de la hinchada. Los números demuestran, claramente, que también recibió el respaldo de gran parte del resto de los socios del club.

A quienes lo eligieron, poco parece haberles importado estos claros antecedentes de relaciones entre la familia Moyano y las mafias enquistadas en el club. Desde ahora, no podrán hacerse los desentendidos pues, con su voto, avalaron conductas mafiosas de los hinchas y se convirtieron en partícipes necesarios de la violencia y la criminalidad.

¿Por qué en Brasil logran detectarlos e impedirles el ingreso a los estadios, mientras que en suelo argentino parecen gozar de la más absoluta impunidad?