Una heroína del siglo XII

Con un poco de verdad, otro poco de leyenda, la historia de Leonor de Aquitania se destacó en tiempos en que el recato y la prudencia regían la vida y obra de las mujeres. De carácter firme y tenaz, la bella representante de la nobleza decidió romper, a lo largo de su larga vida, reglas y tradiciones.

TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA. ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS.

Una heroína del siglo XII

Muchas fueron las mujeres que a lo largo de la historia se destacaron por su valentía, arrojo, osadía e inteligencia. Muchas dejaron de lado ambiciones personales en aras de una idea o de un propósito. En otras, la ambición fue el motor que las movió para acceder al poder siempre en manos de los hombres. Debieron luchar contra las injusticias o soportar a maridos déspotas que sólo usaban sus cuerpos para perpetuar una dinastía. Pero en una larga senda de intrigas y postergaciones, siempre hubo “historias detrás del trono”.

 

La que hoy nos ocupa es extraordinaria por la forma en que se desarrolló y en el tiempo en que ocurrió.

Se llamaba Eleonora, Leonor o Alienor. Se cree que nació hacia 1122. Era nieta de Guillermo VIII, duque de Aquitania e hija de Guillermo IX. La existencia de su madre prácticamente no es mencionada, como correspondía al lugar de la mujer por aquellos años.

Educada en la corte de Poitiers, a los 15 años quedó huérfana y su destino fue contraer matrimonio con el joven Luis, heredero de la corona de Francia, un joven insípido capaz de desalentar el entusiasmo de cualquier mujer.

Para nada atractivo, poco amante de los placeres del lecho conyugal, al poco tiempo y producida la muerte de su padre se transformó por herencia en Luis VII de Francia. El cambio no benefició para nada a Leonor. Al contrario, se aburría -eso sí, soberanamente- en la corte ya que las obligaciones domésticas no eran precisamente su fuerte.

Así que cuando el piadoso Luis VII partió a la Segunda Cruzada, Leonor, ni corta ni perezosa, lió sus petates y en compañía de sus doncellas partió con él a pesar del asombro y negativa del marido que se desesperaba ante la rebeldía de su joven esposa. Aquí comienza la leyenda a condimentar la historia de Leonor, ya que algunos textos hablan de un escuadrón exclusivamente femenino a cuyo frente iba la reina cabalgando con su torso descubierto.

NUEVOS TERRITORIOS

Lo cierto es que Leonor ahora sí se sentía a gusto. En Antioquía se encontraron con el tío de la joven, Raymundo de Goyena y su corte de las mil y una noches. Este tío era exactamente lo opuesto al apocado Luis. Las habladurías corrían por el campamento y lo cierto fue que en el momento de partir Leonor dijo “no” y Luis prácticamente tuvo que arrastrarla para emprender el regreso. El matrimonio ya no existía cuando se obtuvo su anulación. El tiempo había transcurrido y Leonor había parido ya dos niñas. Luego del divorcio, autorizado por el Papa, Leonor se convirtió en una codiciada soltera, heredera de vastos dominios. De esposa aburrida y díscola pasó a ser la candidata disputada por los reyes y príncipes codiciosos.

De entre todos, Leonor se dio el gusto de elegir, otra cosa desusada para la época, al joven Enrique Plantagenet, duque de Normandía, conde de Anjou, famoso por su natural desaliño, su mal humor permanente y su grosería. ¿Por qué Leonor aceptó este matrimonio? Tal vez por ambición o porque siendo una mujer casada se sentía más segura. Lo cierto es que la coronación tuvo lugar en la abadía de Westminster en diciembre de 1154. Ahora sí compartía como reina consorte un vasto imperio que se extendía desde Escocia hasta los Pirineos, desde Irlanda hasta el Mediterráneo llegando hasta las puertas del mismo París. Y Leonor comenzó a parir hijos varones: Ricardo, Guillermo, Enrique, Godofredo y Juan.

Mientras tanto las disputas domésticas ponían condimento a la vida conyugal. Leonor nunca se tragó la humillación de tener que aceptar a las amantes de su real esposo, así que ni bien sus hijos tuvieron la edad suficiente comenzó a complotar sobre todo con su preferido Ricardo, al que luego la leyenda le adjudicó el mote de “Corazón de León”.

Aprovechando las distracciones de su marido, partió hacia sus dominios franceses donde también tuvo devaneos con los jóvenes que, como abejorros, zumbaban alrededor de esta mujer que rompía todos las reglas y tradiciones, pariendo hijos, promoviendo a trovadores y cabalgando sus extensos dominios para supervisar personalmente todas las actividades.

LARGA VIDA A LEONOR

Enrique, por su parte, despótico y egoísta, no demoró en tomar las medidas propias de un macho con poderes y la mandó encerrar en la torre más lúgubre y apartada. Pasaron doce largos años durante los cuales la dura Leonor tramaba venganza. Sin embargo, el tiempo cumplió su cometido y finalmente Enrique murió, asumiendo la corona Ricardo, el predilecto de la reina. Leonor, libre al fin, se dedicó a ordenar su vasto reino y buscar esposas para sus díscolos hijos. Tenía ya 67 años.

A Ricardo lo casó con la pobre Berenguela que inútilmente lo esperó noche a noche en el lecho. Ricardo prefería la compañía de los jóvenes soldados con los cuales no solamente compartía el campo de batalla. Además, las Cruzadas eran la excusa perfecta para que los hombres dieran rienda suelta a sus deseos de acción. Pero en uno de esos intentos, Ricardo fue hecho prisionero y se exigió un cuantioso rescate. Leonor, con gran esfuerzo, logró reunir la cantidad exigida y consiguió su libertad. Finalmente podía abrazar a su hijo amado.

Pero Ricardo siguió su vida aventurera hasta que fue gravemente herido. Por supuesto, desesperado llamó a su madre, la que salvando distancias alcanzó a abrazar a su amado hijo moribundo.

Ahora debía ocuparse de ubicar a su hijo menor, al que apodaban “Juan sin tierra”. Esta increíble mujer no dudó en recorrer de arriba abajo su territorio para conseguir el apoyo de los nobles. Finalmente vio como Juan ceñía la real corona. Corría ya el año 1199.

Creía ya haber concluido con sus obligaciones cuando fue solicitada su intervención para buscar a su nieta Blanca, hija de Alfonso VII de Castilla para ofrecerla como esposa del rey francés Luis VIII, nieto a su vez de su primer marido.

Allá fue Leonor, envuelta en pieles, cruzando los Pirineos en pleno invierno. Sus 80 años, demasiados para una mujer de su época, desfilaban por su mente, cuando la caravana transitaba por las nevadas cumbres.

No terminó allí su protagonismo, ya que su hijo Juan requirió de su presencia e influencia para lograr la victoria en la disputa con Arturo de Bretaña. Nuevamente afrontó la vida en campamento y por supuesto allí estuvo para asistir a los heridos en batalla.

Leonor, llamada por muchos, la abuela de Europa, con sus 82 años a cuestas se retiró finalmente a la abadía de Fontevrault, donde murió el 31 de marzo de 1204, algunos autores dan el día 6 o el 2 de abril, hace 810 años.

Bajo la cúpula central de la iglesia contigua a la abadía, una imponente construcción del S XII, yacen cuatro sepulcros que marcan uno de los períodos más tormentosos de la historia de la familia Plantagenet: Enrique II, sus hijos Juan y Ricardo y la bella y rebelde Leonor, con su rostro rodeado de un griñón y sosteniendo un libro entre sus manos.

Finalmente Leonor descansaba en paz. Pero su fama trascendió los límites del olvido. Sin duda fue una mujer extraordinaria, una adelantada que sin quererlo, marcó el derrotero de muchas más que luego vinieron. Son numerosos los autores que destacan la gravitación que tuvo convirtiéndose en una mecenas sensible, inteligente y distinguida. En su corte floreció el amor cortés y la lírica trovadoresca. Dotada de una fortaleza física extraordinaria recorrió siempre sus extensos dominios, soportando las inclemencias de veranos e inviernos, sin mencionar sus ocho embarazos, también desusados para una mujer de su época.

Su residencia favorita estaba en Poitiers, donde estableció -mayormente- su corte. Allí se reunían los foros donde no sólo se dirimían los asuntos de política, sino las nuevas formas de literatura, a la vez que iba naciendo un nuevo rol de la mujer en el amor cortesano. Asombroso para la época fueron los debates de “los tribunales del amor” donde se llegó a discutir si existía o no el amor en el matrimonio. Además en su corte floreció la lírica trovadoresca y de juglares, por supuesto con su personal incentivo. Ese ambiente fue el fermento donde luego nacería la novela de caballería, que provocó una verdadera revolución cultural. Supo romper los límites de una sociedad que ahogaba sus ímpetus. A fuerza de tenacidad y firmeza de carácter, inusual para una fémina de su época, obtuvo amplia libertad de movimiento demostrando que la mujer podía también, igual que el hombre. Se rebeló contra la tiranía masculina y a fuerza de astucia e inteligencia vivió una vida intensa y diferente. Pero tendrían que pasar todavía muchos años más para que los logros obtenidos se generalizaran y fueran aceptados. Sin embargo es indudable la gravitación que su conducta logró, sobre todo en el plano de la literatura de trovadores que luego sirvió de inspiración a escritores como Chretien de Troyers, considerado el primer novelista de Francia y padre de las novelas de caballería.-

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FUENTES

- “Historia y vida” (noviembre 2002).

- “Las pasiones de Eleonora”, Marcelo Moreno (La Opinión, 1978).

- Abadía de Fontevrault (Wikipedia, 2010).

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La mujer que hoy nos ocupa es extraordinaria por la forma en que se desarrolló y en el tiempo en que ocurrió. Se llamaba Eleonora, Leonor o Alienor. Se cree que nació hacia 1122.