Sobre la desaparición de colitas

Sobre la desaparición de colitas

Para descartar a los capciosos que nunca faltan, en estos altos pensamientos nos referiremos exclusivamente al tema de las colitas para el pelo (por eso son altos, los pensamientos), cuyo faltante permanente es un misterio similar a la desaparición de aviones y barcos en el Triángulo de las Bermudas. Pueden opinar sobre el tema cuando quieran: el último cola de perro.

 

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Hay artículos que están condenados constitutivamente a desaparecer constantemente, a ser repuestos de modo permanente, a ser requeridos de urgencia y a recibir puteadas súbitas ante su súbita pero repetida ausencia. Las biromes son unos de esos artículos, especialmente en las oficinas. Y el otro, ¡en tu propia casa!, es la colita para el pelo. ¡No están nunca! ¡Desaparecen! No importa cuántas compraste o cuántas te regalaron: las colitas desaparecen. Y punto.

Como uno está pendiente de las colitas para el pelo, ellas tienen la virtud de desaparecer en el momento en que sí las necesitás; o sea, dos minutos antes de salir de casa.

No importa que ante sucesivas pérdidas de colitas de último momento, vos te rebeles y tu espíritu organizador trate de imponerse; no importa que designes, asignes y acuerdes con el resto de la familia un sitio para almacenamiento de colitas, no importa incluso que cansado de no encontrarlas cuando las necesitás, tengas un coqueto portacolitas (un palito tallado en el que ensartás las colitas: suena feo, lo sé, pero el idioma es el idioma y yo quiero decir exactamente eso) en el que supuestamente deberían estar todas las colitas existentes de la casa; no importa, en fin, lo que hagas o dejes de hacer: no vas a encontrar las colitas. Faltan; no están, desaparecieron.

Jodido adminículo la colita para el pelo. Vienen de distinto tipo, grosor, grado de complejidad, pero básicamente consiste en un elástico recubierto (hay versiones espantosas sobre el material con que realmente están hechos: suelo no pensar en esas versiones, porque no se puede vivir con sospechas terribles u ominosas todo el tiempo) que debe sostener tooooodo el pelo de tu criatura.

Cuando la criatura además tiene rulos, la cuestión se complica. Porque no puede ser una colita de las finas (son más baratas, pueden ser prácticas, pero también son fallutas: además de perderse como todas, se rompen o se afinan justo alrededor del engarce metálico); no pueden ser de las más gruesas, pues no son tan consistentes y se ablandan rápido; no puede tener tampoco esos adornos, dijes, bolitas, moñitos o lo que fuera que le adicionan para complejizarlas y hacerlas más caras: el pelo se enreda terriblemente en esos agregados. Ponerla parece fácil (lo siento, lo siento: el idioma es el idioma) pero sacarla es un parto, con gritos, insultos y una convulsión general que hace dudar a los vecinos bienintencionados: ¿llamamos o no a la policía?

Sucede con estas colitas que uno puede comprar cantidades importantes (no son artículos caros), te pueden regalar para los cumples, las propias interesadas suelen adquirirlas en grandes lotes industriales y de diferentes variedades en esos negocios tan adorables de accesorios, pero el resultado final es el mismo: cuando necesitás una, no vas a encontrarla.

¿Cómo pueden desaparecer? A veces tenemos noticia de alguna porque aparece en la guantera del auto; otras en un bolsillo, otras en la mesada de la cocina, pero a la hora de los bifes, no tendrás colita alguna.

Puede suceder que el requerimiento además sea específico: para la escuela deben ser de un color determinado; para danzas, de otro. Entonces parece una colita muy cretinamente roja cuando necesitás marrón o negra; pero las marrones o negras, a pesar de que compraste veinte la semana pasada, no están en ninguna parte. Uno podría pensar en un tráfico secreto de colitas; en una internacional masónica; en un negocio global: las repuestas y verdades desaparecen como las colitas. Lo siento. Así que nos vamos, despeinados, con la colita a otra parte. No se hagan los rulos entonces: no quiero enredarme más.