LO COTIDIANO COMO CRISIS. UN RELATO

Inicio de las hostilidades

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“Pareja Sobre Verde”, de Raúl González. Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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Acto Uno

Un día tal trabajosamente todo parece estar en orden. El día avanza en el curso establecido: terco, hacia adelante. Los parámetros de lo cotidiano nos señalan el norte que asumimos: a salir, a avanzar nos exhortan (hacia dónde). La atmósfera cansina y cómoda contribuye a ralentizar cualquier inesperado acontecimiento en ciernes. Las palabras acostumbradas han sido dichas. El desayuno ha sido ingerido. El coche tiene nafta. Los niños están peinados. El dentífrico ha sido tapado. Los impuestos han sido pagados. La heladera contiene la cantidad esperada de lácteos. La estufa despide acorde a la temperatura. Todo está en equilibrio. En nerviosa suspensión. Pero antes de salir alguien tira un vaso. Alguien llega a destiempo. Alguna palabra se sale de la viñeta y corre, rebelde, después del punto final. Algún gesto rompe la monotonía del aire que va lento de norte a sur y forma un minúsculo remolino. Una mano se apoya equivocadamente. Entonces el peso del aire se multiplica y cae como un manto asfixiante sobre el día. De pronto las paredes despiden un vaho helado. El apuro deviene en histeria. Las llaves se extravían. La billetera no tiene dinero. El equilibrio experimenta una falla iniciada en un ínfimo disloque del cálculo que se torna masivo, en un paso mal dado. Una piedrita de cal ha impactado en el parabrisas: abre un hoyuelo, abre una línea, abre una suerte de brazo en el vidrio (que tiene la forma de un río), raya toda su rectangular forma, estalla. Como en el efecto mariposa, la pequeña falla lleva al comentario sobre la falla; y éste al recuerdo de otras fallas; y éstas a lo que -alguien dice- es una gran falla, un enorme desajuste debajo del suelo, que ahora se mueve o se desliza, tembloroso. La deriva retrospectiva confluye en la elevación del tono. Las personas dejan venir la ira desde algún subsuelo. Para cuando se acallan las voces, los mismos, ahora tan diferentes, salen de la casa.

Entretiempo

Toda relación humana atravesada por lo cotidiano (trabajo, pareja) necesariamente genera cierto agotamiento en las partes intervinientes, cuando no el desmadre y la colisión frontal de intereses. El desgaste es el producto lógico de dos fuerzas en exposición o confrontación permanente. Los agentes involucrados, aún con las mejores intenciones iniciales, se ven por momentos atrapados en una suerte de lógica bipolar que recuerda, en sus “partículas elementales”, los modos en que nos referíamos a la guerra fría (“equilibrio del terror”, es una de esas expresiones). Es importante entender que debe haber, ya en el trabajo, ya intramuros de una relación, cierta simetría en las fuerzas en conflicto. Si las fuerzas son asimétricas se tratará más bien de la elaboración de modos indirectos de enfrentamiento. Las fuerzas tienen estrategias, modos y particularidades que las hacen diferentes. Las equipara la “masa” obtenida de sumar estos tres elementos, no otra cosa.

Acto Dos

La noche tal arduamente las personas retornan, cansadas. La casa se ha oxigenado en la ausencia; gélida, los recibe como al alimento. Entonces alguien dice una palabra inesperada, bella. Alguien abraza a alguien, alguien se acerca, bellamente. De pronto voces pequeñas, puro instinto, libertad pura, toda pureza, templan las paredes y desmontan la línea dura del día, su modo de montaje en serie, que se repliega. Se diluyen los resabios de la mañana; se abren tímidamente las formas redondeadas e inestables de la noche. En marcha común al entresueño, las fuerzas del conflicto han cedido definitivamente; se postran; deponen las armas. Una diplomacia sin orden, unas manos que rodean el cuello rígido del adulto, han decretado la capitulación. Sí, piensan: el sentido último de cualquier orden es la aparición maravillosa de alguien que pueda sortearlo, saltarlo, modificarlo, rehacerlo. De alguien que cándidamente olvide la mera existencia de esos parámetros y se salga de ellos, en tanto espíritu diverso, libre en su feliz ignorancia.