La vuelta al mundo

Franja de Gaza, ¿cuáles son las proporciones de la guerra?

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Rogelio Alaniz

En 2005 Ariel Sharon, “el halcón entre los halcones”, decidió entregar la Franja de Gaza a los palestinos. La decisión no fue fácil. Por primera vez en la historia el ejército de Israel tomó medidas de fuerza contra su propia población. Ocho mil colonos judíos que vivían allí desde hacía casi treinta años fueron desalojados. Políticos, periodistas e intelectuales calificaron a Sharon de traidor. El viejo Ariel soportó los insultos, pero no modificó su decisión. Dirigentes del Likud le advirtieron que en el futuro se arrepentiría de lo que había hecho. Sharon no les llevó el apunte. Estaba convencido de que al paso había que darlo con tanta convicción como lo hizo veinte años antes en la Península de Sinaí, cuando en nombre de la paz devolvieron a Egipto ese enorme territorio que los judíos habían ganado en legítimo combate en una guerra que no habían declarado.

No está de más recordar que desde 1947 hasta 1967, es decir, durante treinta largos años, la Franja de Gaza estuvo controlada por Egipto, como Cisjordania perteneció a Jordania. El detalle es importante porque a lo largo de todos estos años, a nadie se le ocurrió organizar allí un Estado palestino. Ni a los jordanos, ni a los egipcios, ni a los sirios, ni a nadie. Los reclamos comenzaron a partir de 1967, es decir después de la Guerra de los Seis Días, con lo que se demuestra que en el mundo árabe la existencia de un Estado palestino fue siempre más un reclamo para hacerle la vida imposible a Israel que una sincera demanda de autodeterminación. Al respecto, no deja de ser sintomático y hasta siniestro que las masacres más masivas contra palestinos fueron cometidas por jordanos, libaneses y sirios.

Volvamos a la Franja de Gaza. Sharon no pudo ver las consecuencias de su decisión. La enfermedad y luego la muerte se lo impidieron. Tampoco fue testigo de las tres guerras que se produjeron allí desde 2005. Mucho menos soportó el bombardeo sistemático sobre las poblaciones y kibutz de Israel. No deja de ser una paradoja que el exponente más típico del realismo y la intransigencia, haya sido víctima de su propia ingenuidad, o de su creencia de que cediendo iba a lograr la paz en ese infierno.

¿Qué pasó? Pasaron muchas cosas, pero en principio lo sucedido vuelve a demostrar que las mejores intenciones no siempre provocan felices consecuencias. La Franja de Gaza fue entregada a la Autoridad Palestina pero el poder real lo tomó Hamas. Algunos hablan de un golpe de Estado, otros de un plebiscito popular, en cualquier caso lo cierto es que la facción más extremista del mundo palestino se hizo cargo del poder.

Lo demás es historia conocida. En lugar de dedicarse a mejorar la calidad de su economía o la calidad de vida de su población, los muchachos se dedicaron a cumplir con su programa político, es decir, destruir a Israel. ¿Exageraciones? Basta leer la declaración fundacional de Hamas para corroborar cuál es su objetivo.

La otra alternativa es creer que Israel devolvió la Franja de Gaza, expulsó a ocho mil colonos judíos, repartió palos entre ellos, para después dedicarse a matar palestinos. Tampoco el tema de la tierra justifica la guerra. Israel devolvió la Franja de Gaza hace diez años y su objetivo es defenderse contra los misiles de Hamas. La tierra puede ser un argumento explicativo en Cisjordania, pero no en Gaza.

El último argumento en discusión es el supuesto bloqueo que ejercería Israel sobre esta región. Al respecto, hay que decir que al bloqueo más duro, en estos momentos, lo está aplicando Egipto. ¿E Israel? El abastecimiento de alimentos, luz, agua y servicios de salud está garantizado por el Estado judío; lo que se bloquean son los ingresos de insumos que puedan ser usados para la construcción de armas. Según los entendidos, la Franja de Gaza podría haber sido la Singapur de Medio Oriente. Sus playas, sus recursos, sus tierras, la infraestructura que dejaron los colonos judíos, abonan esta hipótesis. Ninguna de estas consideraciones inspiró a los dirigentes de Hamas. Para los muchachos es más importante arrojar los judíos al mar que mejorar la calidad de vida de su gente. No nos engañemos. Hamas es una organización política, militar y religiosa cuyos militantes se capacitan para dar la vida por Alá. En ese programa de acción no hay lugar para otra cosa que no sea la guerra.

Queda claro que en este cometido nunca estuvieron solos. Al apoyo del extremismo musulmán, empezando por los Hermanos Musulmanes y Hezbolá, le suman la adhesión de amplios sectores de la población para quienes el odio a los judíos es siempre una moneda de buena circulación.

Los dirigentes de Hamas han desarrollado una intensa labor política en una sociedad empobrecida. A diferencia de sus socios de la Autoridad Palestina, no pueden ser acusados de corruptos. Son esforzados, ascéticos y militantes. También autoritarios y fanáticos. La gente los apoya por razones materiales e ideológicas. También por miedo. En la Franja de Gaza no hay margen para disentir. El régimen merece ser calificado como una dictadura, mitigada en este caso porque, como al mismo tiempo son considerados víctimas del colonialismo sionista, la izquierda y los progresistas del mundo no prestan atención al oscurantismo religioso, al autoritarismo político, al fanatismo militante o a los crímenes bestiales contra los disidentes. También para la izquierda y los progresistas distraídos, el odio a los judíos siempre es más importante que la crítica al fascismo islámico.

Ocurre que siempre parece ser más cómodo, más fácil y hasta más correcto manifestar en contra del sionismo que criticar las brutales dictaduras islámicas, siempre justificadas por omisión o en nombre de esa suerte de nuevo racismo que significa “comprender” los crímenes cometidos en nombre de los países atrasados contra los regímenes democráticos modernos. La ironía de la historia es que en realidad no liberan de culpas a los pobres, sino a los despotismos, dinastías o camarillas religiosas o laicas, verdugos reales de sus propios pueblos.

“La respuesta de Israel es desproporcionada”, es el argumento de las almas bellas. ¿Cómo medir las proporciones en la guerra? ¿Cómo hacerse cargo de la contradicción existente entre una nación débil gobernada por fanáticos fascistas y una nación poderosa pero democrática que no posee ningún interés en guerrear contra los vecinos de Hamas? En esta suma de contradicciones se explica la tragedia de una región, donde Hamas no puede cumplir con sus objetivos de arrojar a los judíos al mar, mientras que a Israel le resulta imposible poner punto final a una resistencia que pone en la primera línea de fuego a mujeres, niños y viejos.

El recurso de valerse de los indefensos para librar el combate no es imaginario. Los propios dirigentes de Hamas lo invocan como una prueba del carácter popular de su lucha. El argumento puede ser perverso, pero quienes lo ejercen se justifican en nombre de la justicia de la causa. Lo cierto es que Israel es atacado, pero es presentado como el verdugo, mientras Hamas declara la guerra, pero para la opinión pública internacional es la víctima.

Hamas no está en condiciones de derrotar a Israel. Sus guerras son, por definición, guerras perdidas que se sostienen en nombre del odio político y el fanatismo religioso. Hamas nació a la vida política predicando la muerte. El fanatismo y el espíritu de sacrificio no inhiben la astucia de presentarse como víctimas manipulando la curiosa conciencia culposa de Occidente. Los números de la guerra parecen darle la razón: los muertos civiles mayoritariamente los ponen los palestinos. En efecto, la proporción entre muertos judíos y palestinos es enormemente favorable a Israel. Esto no quiere decir que a Israel le resulten indiferentes sus muertos. Protege a su gente y la protege bien, pero esa decisión lógica, comprensible, humana, es presentada como una culpa. Esta “novedad” es insólita: Israel debe dar explicaciones, porque en una guerra que no declaró sus muertos suman menos que los de sus enemigos. Según este punto de vista en Israel deben morir más judíos. Y después dicen que no son antisemitas

Hamas nació a la vida política predicando la muerte. El fanatismo y el espíritu de sacrificio no inhiben la astucia de presentarse como víctimas manipulando la curiosa conciencia culposa de Occidente.