editorial

China, nuestro país y los desafíos del desarrollo

  • Las relaciones con China representan para la Argentina una formidable oportunidad, hasta ahora aprovechada a medias.

A Napoleón Bonaparte se le atribuye haber dicho que cuando el dragón chino se mueva el mundo entero va a temblar. Lo dijo hace más de doscientos años y efectivamente el gigante asiático hace rato que se ha puesto en movimiento, pero tal como se presentan los hechos el temblor más que provocar miedo pareciera despertar esperanzas.

En el caso de América Latina y, muy en particular en nuestro país, así parece ser. Las reformas económicas y sociales y la consecuente modernización han instalado a China en el mundo como un importantísimo consumidor de alimentos que, precisamente, es lo que puede proveer la Argentina. Por otra parte, las nuevas modalidades económicas internas y las consecuentes innovaciones científicas y tecnológicas le otorgan al mítico dragón una gravitación económica y financiera que la reciente visita del ministro Xi Jiping acaba de confirmar.

Queda claro que las relaciones con China representan para la Argentina una formidable oportunidad, hasta ahora aprovechada a medias. Por lo pronto, es importante destacar que este tipo de relaciones tienen para nosotros un valor estratégico que trasciende a los gobiernos. China es una oportunidad y una esperanza en sintonía con las nuevas transformaciones mundiales y el novedoso giro de la economía capitalista desde el Atlántico hacia el Pacífico o desde Occidente a Oriente.

La diplomacia argentina deberá, por lo tanto, evaluar con cautela y una mirada prospectiva estos cambios. India y China pueden ser el futuro, pero los EE.UU. y Europa están muy lejos de ser el pasado. Al respecto importa saber que el crecimiento de estos gigantes asiáticos ha sido evidente, pero no está de más recordar que los Estados Unidos de Norteamérica titularizan más del ochenta por ciento de las patentes de invención y que su poderío militar, financiero y científico sigue siendo enormemente superior al de India y China. Asimismo hay que saber que gran parte del poder industrial chino se debe a la instalación en su territorio de las principales multinacionales estadounidenses y europeas, industrias que representan una significativa porción de las exportaciones chinas.

Por lo tanto, hay que equilibrar las nuevas relaciones, cambiar lo que haya que cambiar y conservar lo que merezca conservarse. Esas deberían ser las premisas básicas de una diplomacia inteligente, que pretenda adecuar a nuestra nación a los juegos de un mundo multipolar. Pero para eso hay que tener buena información, geopolíticos capaces y correctas políticas de Estado construidas en diálogo con la oposición a fin de evitar barquinazos y contramarchas.. Esta inserción en un mundo cambiante que necesita de nuestros alimentos, es una necesidad, un principio y un proyecto a la que no podemos ni debemos renunciar si queremos protagonizar los desafíos del siglo XXI.

A nadie escapa que, por más correcta que sea en su concepción, una estrategia diplomática carece de alcance si el orden interno no se capacita para estar a la altura de las circunstancias. Si el mundo reclama alimentos, la Argentina debe capacitarse en serio para atender estas demandas y sumar todo el valor posible mediante la conversión de las materias primas en productos elaborados y diversificados. Para ello hacen falta políticas de mediano y largo plazo que proyecten nuestras ventajas comparativas en los mercados globalizados. Es lo que no se ha hecho hasta la fecha o se ha hecho mal, asignatura pendiente que seguramente deberá rendir la nueva gestión que se inicie a fines de 2015.

Si el mundo reclama alimentos, la Argentina debe capacitarse en serio para atender estas demandas y sumar todo el valor posible.