llegan cartas

La tristeza es un arma

SEBASTIÁN THEUMER

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La melancolía es el sentimiento que mejor se adapta a los tiempos que corren. Nos recuerda que estamos vivos en un contexto donde todo parece estar agonizando. Hegel, en su dialéctica del amo y el esclavo, dijo que las relaciones humanas están dadas por el choque de dos conciencias intencionales, así “unos se constituyen en amos porque su deseo por el reconocimiento es mayor al miedo a morir; otros se constituyen en esclavos porque su miedo a morir es más fuerte que su deseo por el reconocimiento”.

Esta es la raíz para entender las crecientes desigualdades sociales, visibles en los desnutridos del Congo, o la obesidad infantil que denuncia exceso de comida chatarra en Estados Unidos, exponiendo un sistema que se pudre sosteniéndose en la indiferencia de las sociedades que no lo padecen. Los desafortunados viven para morir, los dueños del planeta para sostenerse. Y nosotros, los indiferentes -con la subjetividad colonizada por el poder- vivimos sin voltear la mirada a los que padecen hambre para que nos alimentemos, frío para que nos abriguemos y muerte para que vivamos. El consumo y el deber son dictadura en los días del envase, de la cultura de la superficialidad.

Nosotros, los sectores medios, somos un torrente de personas viviendo al servicio de las cosas, muriendo todos los días para tenerlas, contribuyendo como engranajes de un orden que concentra lo esencial siempre en las mismas manos. Indiferentes, sin mirar más allá de nuestros ombligos, la tentación de pertenecer a los exitosos nos conduce a vivir y desvivirnos en pos de no quedarnos atrás en la carrera por el reconocimiento y la aprobación social, pagando el precio de una conciencia maltratada por el remordimiento de contribuir a una sociedad injusta, que excluye y abandona a las grandes mayorías.

En este contexto, hay que aprender a amar en la tristeza permanente. Evitar caer en las mezquindades del individualismo, despojarnos de las necesidades que nos imponen los engranajes de un mundo hecho para hacernos desear lo que no necesitamos.

Si se logra, el premio es la tristeza redentora. Porque poco se puede hacer para evitar sentir la aflicción de pertenecer a un mundo de lobos que se disputan un pedazo de carne en condiciones desiguales. Por eso, la tristeza que se siente cuando nos duele en el cuerpo ver vagabundos durmiendo en una plaza, nos redime. Nos hace seres humanos.

La tarea es praxis y amor, guiar nuestro desarrollo individual en pos de causas colectivas, adueñarnos de ellas, hacerlas convicción, luchar sobre la base de la igualdad de derechos. Esa vieja utopía que nació muriendo el día que nació para vivir el sistema que nos niega.