TEXTOS E INTERPRETACIONES. UN RELATO

Una sugestión abierta

Una sugestión abierta
 

Estanislao Giménez Corte

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I. Un relato

Algo se mueve en la oscuridad. No es el viento que pasa. No es un gato en la vereda. No es un auto en la esquina. Algo se mueve, se aproxima. Difusamente se percibe, aún en la cómoda ignorancia del sueño de los pobladores. Viene sigiloso por las calles de las afueras de la ciudad: es el calor que avanza, amenazante como tantas veces, pero hoy con una suerte de forma maciza, como si dejara sus modos invisibles e inasibles de cosa percibida y sentida para ser pura materialidad: un manto o una lámina que tapa los muebles; una caspa que cae sobre el pelo de las personas; una nevisca amarilla que desciende sobre las cosas. El calor atraviesa la galería y entra como un intruso por las hendijas y por las persianas de la casa. A medio camino hacia la ruina, ésta parece entrar en un vaho extraño y ajeno que no se condice con las estaciones ni con la lógica. Sube las escaleras. Hace sudar las paredes. Toma los rincones y acaricia maléficamente los poros y la piel de las personas que duermen. Pareciese anunciar algo. Pero, ¿qué dice el calor?, ¿dice la tormenta que viene?, ¿dice el oscurecimiento del día y de las cosas que viene después de la tormenta? El calor empaña los vidrios. Sube por las frentes de las personas. Los despierta. Insólito hervor en el mes de julio, sólo puede ser un mal presagio. Una gota de sudor, inesperada, baja por la mejilla barbuda del hombre. El hombre se despierta, alertado. Las frazadas, inútiles, lo asfixian. El calor viene desde la costa, viene sobre el hombre, sigue a la ciudad. Lo envuelve, lo incorpora. Ya despierto, el hombre sale a la puerta y otea el horizonte, con nerviosa expectativa, como si un animal olfatease a la distancia. Concluye, con atemorizante claridad: el calor precede a la tormenta que precede al agua que precede a la inundación. Misteriosos modos del acontecimiento en ciernes pero que nadie dice en la zona. Una percepción extraordinaria, aguzada en él, lo lleva a entender e interpretar las fuerzas que le hablan, desde siempre. No sabe por qué, sólo lo sabe. No puede explicarlo: sólo es eso. Se viene, dice. Alerta a sus vecinos. A sus amigos. Poca importancia le dan. Después es tarde.

II. Una confesión

Aquí yo, cronista, me detengo. No puedo avanzar. Envío este texto a amigos y amigas, en busca de auxilio, de miradas de afuera. Uno me dice: interpreté X. Le digo: quise decir Y, pero tu interpretación X es muy interesante, quizás más que la intención manifiesta. Su opinión, para mi felicidad, parte de una suerte de gusto primigenio o de disfrute anterior del texto. Lo ha leído. Le ha gustado. Eso debería bastar. Lo ha interpretado de una manera maravillosamente diversa y distinta. Eso basta, claro. Luego, cualquier análisis es bienvenido. Una amiga me dice: estos fragmentos funcionan al modo de sugestiones, de ambigüedades premeditadas, con temas y personas no definidos del todo, descriptos apenas, sugeridos, cuyo final o desenlace tampoco lo está. Creo que dice, en un momento, ver una suerte de “estructura abierta”. Pero a ello antepone, me dice, cierta empatía, cierto gozo, algo como una conexión emocional que, una vez más, no requiere o no pretende un análisis. Ella refiere Z; le comento Q. Le interesan ambas posibilidades. Otro amigo me dice: no hay un cierre ni una explicación concreta en lo argumental, no hay explicaciones, pero porque vos no querés dar explicaciones, te parece inútil, innecesario, agotador. Podés plantear M o X, podés agregar T o U, dice, pero su generosidad destaca lo que él llama la creación de atmósfera o clima, de expectación o de tensión. Otro me dice: trabajás básicamente sobre las formas. Otro: buscás intencionadamente las múltiples interpretaciones.

III. Una posibilidad

Leo y proceso las observaciones de mis amigos. Luego duermo largamente. La mañana siguiente, en mi casa -el mate a la izquierda, una música calma alrededor- siento de pronto que algo se mueve en el patio, mientras trato de finalizar este texto. Es un viento que viene de afuera. Abro -a medias- una ventana. El viento entra, violento y helado. Pareciera... ¿qué cosa? ¿decir algo? ¿trae acaso, esa ráfaga incómoda, una idea susurrada, o algo así? No puedo escucharla bien, ni entenderla cabalmente, ni interpretarla, claro. Apenas me doy cuenta pasa. Viene y pasa en un segundo. Afino la vista miope y estiro la mano, lenta. Cuando lo hago, el viento, el susurro, ya ha pasado. Apenas lo rozo, apenas me ha tocado, como una leve descarga eléctrica o la caricia de un ser amado. Ha terminado. No puedo ni quiero entender lo que ha sucedido. Algo, con todo, queda impreso en mi mano, en mis sentidos. Con ese eco, con esas migajas, trato de hacer algo, de regreso a la mesa de trabajo. Eso debería bastar ¿no?