editorial

Santa Fe: dos ciudades en una

  • Un contraste cada vez más marcado se observa entre el centro, el sur y el este de la ciudad, y el amplio sector que ocupan el oeste y el norte.

En la capital santafesina conviven dos ciudades: una, la que se extiende por el centro, el sur y el este, está dotada de todos los servicios; cuenta con instituciones educativas, sanitarias y culturales de todos los niveles, concentra un desarrollo urbanístico organizado y previsible, y es -salvo excepciones ocasionadas por baches y anegamientos- perfectamente transitable. La otra es la que discurre por el amplio y extendido cordón oeste y la zona norte, más grande en superficie y con una densidad poblacional mayor pero con una infraestructura deficitaria o inexistente. Tanto es así que en algunos casos llega a condicionar las prestaciones más elementales como el ingreso de unidades de emergencia o la circulación del transporte público, y una condición laboral, educativa y social plagada de carencias.

Este tramo de la ciudad, amplio e irregular, es prácticamente invisible a los ojos de buena parte de los habitantes de la capital, a excepción de quienes abordan la cobertura de un hecho periodístico, desarrollan una campaña política, desempeñan un empleo público o participan de alguna de las organizaciones no gubernamentales que trabajan en el territorio. Por lo demás, los debates y los análisis sobre problemas relacionados con el urbanismo y la vida cultural transcurren en la primera ciudad, la céntrica y visible en la que, como la punta de un iceberg, asoma la otra en el rostro de niños y adultos que mendigan y en la presencia de carros manejados por cirujas.

Sobre esa suerte de límite no trazado pero real dan cuenta las crónicas que desde hace dos años publica este diario a partir de las recorridas realizadas por los distintos barrios y que desde hace unas semanas se analizan con la modalidad de informes especiales en los que se plantea la necesidad de abordar esta fractura social desde diferentes perspectivas, pero con la convicción de que es indispensable e ineludible un trabajo integral y verdaderamente inclusivo.

La ciudad se ha convertido en un escenario en el que conviven el desarrollo con el hambre, la excelencia académica y tecnológica con el analfabetismo y la especialización laboral con la total precariedad. Hay familias enteras que apenas subsisten con changas o, en el mejor de los casos, con la magra previsibilidad que otorgan los subsidios, muchas veces cuestionados desde la mitad “incluida” pero vitales cuando se carece de todo.

La única preocupación común entre una y otra fracción es la inseguridad y en este tema todos son víctimas: los que encuentran su vivienda desvalijada y los que son despojados de su mínimo confort, muchas veces materializado por una garrafa; los que pierden sus pertenencias, reunidas a lo largo de una vida de trabajo, y los que dejan de recibir el único plato de comida diaria porque destrozaron o saquearon el comedor comunitario al que asisten con sus hijos. Y por encima de cualquier análisis, el dolor por la muerte violenta de un ser querido que no distingue geografías.

Es necesario comprender que en un escenario dividido, sin proyectos que aborden a la ciudad como un todo y a la población como un conjunto en el que se garantice la convivencia pero se respeten los derechos de cada uno, la fragmentación que hoy se advierte y hasta puede medirse por indicadores y porcentajes, se va a profundizar. Revertir este presente debería ser prioridad de todos, y un verdadero desafío para quienes están a cargo de las decisiones y de aquellos que aspiran a tomarlas en el futuro.

La ciudad se ha convertido en un escenario en el que convive el desarrollo con el hambre, la excelencia académica con el analfabetismo y la especialización laboral con la total precariedad.