Infinita mente pequeña (VI)

El lugar del otro

por Carlos E. Morel

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“Lo demás es literatura, sintaxis. En la conclusión [Swift] dice: ‘No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un ratero, de un coronel, de un tonto, de un lord, de un tahúr, de un político, de un rufián.” Ciertas palabras, en esa buena enumeración, están contaminadas por las vecinas” (Jorge Luis Borges, de “El arte de injuriar” en “Historia de la eternidad”, 1936).

Los grandes simios somos gregarios: dependemos de nuestros congéneres, de la comprensión de sus acciones, de sus emociones, de sus intenciones, de la articulación dentro de tramas sociales a las que nos sujetamos, para sobrevivir.

Las neuronas espejo (1) constituyen un tipo particular de células del giro frontal inferior y del lóbulo parietal del cerebro que se activan al consumar una acción significativa, pero también como reflejo cuando se advierte que otro realiza una maniobra parecida.

Ya si se perciben de manera directa (por la mera presencia, como reacción) o indirecta (a través de imágenes mentales inducidas, como representación), ciertos hechos básicos para la especie parecen movilizarlas de manera especial.

Los estudios sobre animales, las ahora extensas imágenes de cerebros humanos vivos, revelan que estas neuronas motoras especializadas todavía hipotéticas, ya que no lucen singularidades para definirlas con certeza permiten además conjeturar los propósitos y predecir los movimientos futuros de los integrantes del género sin esfuerzo ni demanda de recursos agregados.

Al ver a una persona que toma un tenedor con la intención de comer, el sistema de células del córtex premotor manifiesta una actividad eléctrica mucho mayor que cuando lo hace sólo para despejar la mesa, algo que se repite en todas aquellas acciones con las que quien contempla siente más atracción esencial.

La transformación del sistema especular ante estos estímulos es vigorosa; lejos de imitar las evoluciones y conductas, hace propias las impresiones, las sensaciones, las emociones de los otros, como si le sucedieran a uno en el presente, sin la necesidad de pensarlas desde la conciencia.

Aparentemente, la ejecución de movimientos complejos no es tanto el resultado reactivo del procesamiento de los datos sensoriales, las respuestas ponderadas a los estímulos; es más bien una consecuencia de la organización dinámica del sustrato neuronal cognitivo capaz de asimilar y prefigurar progresiones extraordinarias.

Una de las habilidades más cautivadoras relacionada con esta red hebbiana (2) de “neuronas de la empatía” es la que nos deja reconocer, percibir, decodificar e interpretar las expresiones faciales.

Las regiones cerebrales que se activan cuando tenemos una sensación de disgusto o de agrado son las mismas que lo hacen en tanto se repara en la cara de otra persona mientras experimenta una impresión similar.

Cuanto mayor es la afinidad emotiva en la expresión del rostro del otro, mayor es la labor de las neuronas espejo involucradas.

Pero hay gestos quizás tan motivadores como la dinámica facial (incluidas las complejas evoluciones musculares ejecutadas por los labios y la lengua para la articulación del habla, algo que exploraremos en notas posteriores) (3) que activan los mismos circuitos en el cerebro. Por ejemplo, las expresiones de las manos.

Acaso estos testimonios sugieran que el lenguaje hablado fue primero un repertorio de muecas, señas, gestos, que se trocó de pronto en voces, en cantos, luego en palabras, más tarde en frases.

Las claves de la capacidad para empatizar y desarrollar habilidades sociales con los demás pueden figurarse en una relación profunda con el trabajo de las neuronas espejo.

Sin embargo, no existen certezas suficientes como para decir que la codificación y fijación de los significados de los actos primero como imágenes visuales, luego como habilidades motrices sean una obra concreta de este entramado celular.

Es del todo admisible juzgar que las neuronas espejo se excitan mientras el cerebro elabora y accede a conceptos extraordinariamente complejos, aunque no es claro que regulen ni representen por sí la semántica de tales nociones: antes bien, existen numerosos estudios que muestran disociaciones entre el control motor y la comprensión conceptual.

El mismo nombre “espejo” termina por ser inapropiado porque no se trata en verdad de funciones reflejas, de reacciones directas frutos de una comprensión de la mecánica de los impulsos; en todo caso, subyace un arduo arreglo adiestrado por la experiencia del conocimiento para la simulación activa que hace posible la predicción de las acciones convenientes.

Más allá de la aprehensión de los fenómenos visibles externos, cada individuo se representa de manera vívida los estados interiores de los demás; prueba en sí las sensaciones descarnadas de los sistemas psíquicos emocionales, motores, cognitivos; se labra, sin voluntad o con ella, del curso pleno de los otros, hasta el punto de hacerse de sus objetivos próximos.

El progreso de la inteligencia en particular la inteligencia humana se nutre de esta intersubjetividad, de esta multiplicidad compartida, de la imbricación evolutiva de los comportamientos, de la ocupación tácita de los lugares ajenos. Somos más nosotros en cuanto conseguimos ser más los otros.

1) El equipo de Giacomo Rizzolatti observó un dinamismo inusual en ciertas áreas del cerebro del mono que parecían reflejar los actos de otros. Nombró al grupo de células implicadas “neuronas espejo”.

2) Donald Hebb descubrió que, si las neuronas a cada lado de una conexión sináptica se activan a la vez reiteradamente, se inducen cambios celulares perdurables (plásticos) que tienden a “asociarlas” en una red sinérgica estable.

3) Infinita mente pequeña VIII: “El significado de los signos”.

continúa en la pág. sig.