Exposición de Ricardo Catena en Actores

Lo lírico, el color y la sensualidad

E4-01-0729-MIS AMORES.JPG

“Mis amores” es el título de esta obra de Ricardo Catena. Foto: Gentileza producción

 

Ricardo Matienzo

Recientemente se inauguró la exposición “Lo lírico y el color” del profesor Ricardo Catena en la Sala Olga Berg de la Asociación Argentina de Actores, ubicada en Alsina 1762 de Buenos Aires, integrada por una treintena de obras, de larga y aquilatada trayectoria como cantante lírico en el Teatro Colón, como actor y como artista plástico.

Cómo no pensar que la actuación y los colores mantienen una antigua y entrañable relación, no siempre demasiado explicitada. Antonin Artaud, que además de un autor y ensayista de ideas vigorosas era un actor apasionado, valoraba mucho el teatro oriental por la importancia que le concedía a la plasticidad corporal y al color. En su concepto, el teatro era como un cuarzo mágico donde la percepción humana se encendía en una luz trascendente. No es extraño tampoco que admirara tanto a Vincent Van Gogh, sobre quien había escrito el libro “Van Gogh, el suicidado de la sociedad”. Lo amaba por la desgarradora y luminosa rebeldía con que su color denunciaba la mediocridad de un mundo injusto y opaco.

De un modo distinto, pero igualmente eficaz, el actor, cuando utiliza bien el color de su voz y los matices que de ella arranca, provoca emociones y experiencias sensoriales muy sutiles en el espíritu del espectador. La diferencia con el artista plástico es que éste para conmover apela a los pigmentos de su paleta y el pincel, que de algún modo son como su voz, y se dirige a los sentidos visuales del público. El actor, en cambio, habla al oído, pero produce en el estímulo de la imaginación del que oye un estallido de imágenes o ideas que nunca dejan de tener color. Eso además de lo que puede significar o provocar con el lenguaje del cuerpo.

Son caminos diversos y específicos, pero unidos por secretos y dorados hilos tributarios de una sensibilidad similar, que es la artística y que, en cada persona, toma la ruta que la naturaleza le provee como más lábil a sus propósitos de expresión. De ahí que no es raro que haya actores, que aptos también para manifestar su mundo sensible a través de una tela, se vuelquen al arte pictórico. Hay infinidad de casos, pero entre los actores argentinos y por nombrar sólo los que más rápido acuden a nuestra cabeza, pensemos sino en el siempre recordado Hugo Soto o en la fila de intérpretes de la actualidad a Silvia Kutika, Julio Chávez o Viggo Mortensen.

Ricardo Catena, uno de los grandes barítonos argentinos del siglo pasado, fue en su carrera de cantante tanto el dueño de una voz de extraordinaria calidad como un actor que siempre lucía por sus composiciones en escena, una virtud poco común entre los artistas líricos de otro tiempo. Es difícil no recordar sus intervenciones como el comisario de “El cónsul”, de Giancarlo Menotti; el Conde de Luna de “El trovador” o el trágico bufón de “Rigoletto”, ambas óperas de Giuseppe Verdi; el Massetto del “Don Juan” de Wolfgang Amadeus Mozart o el Marcelo de “La Boheme”, de Giácomo Puccini, un papel del que tiene el récord de representaciones en la Argentina del siglo XX. Se podrían abundar en otros ejemplos en su largo periplo de profesional (de los cuales 35 años fueron sólo en el Teatro Colón), pero con sólo esos bastaría para certificar su buena pasta de actor. Pero Catena, concluida su carrera lírica, también incursionó en algunos trabajos teatrales sin conexión con el espectáculo operístico. Tal vez el más feliz haya sido en “La reina del Plata”, de Ricardo Halac.

Universo imaginativo

El maestro Catena, como lo llaman hoy sus alumnos de canto, no creyó, sin embargo, que toda su capacidad de comunicación estética se había agotado en la ópera o el teatro. Y ya, desde mediados de su carrera como cantante, y a favor de una clara facilidad natural para el dibujo, empezó a trabajar en el terreno de la plástica. Y a lo largo de los años fue elaborando una obra copiosa, parte de la cual ya expuso en otras ocasiones con buena repercusión en la crítica, que transmite su particular universo imaginativo, su pasión por el color y, en especial, su devoción por los personajes del mundo que han conmovido más su espíritu, su sensibilidad.

En una larga serie de cuadros, el observador podrá descubrir los rostros o cuerpos de aquellos seres que dialogan con su corazón en el mar tumultuoso de la fantasía, vengan ellos de la propia vida o de la literatura; los homenajes de amor por sus hijos o su mujer retratados en distintas imágenes, pero también la presencia de los símbolos de una utopía humana hasta ahora encallada: la que representan los distintos Che Guevara sacrificados como Cristo en la cruz del martirio urdido por los poderosos o la indiferencia de los semejantes; o los recorridos fantasmales de innúmeros y maravillosos Quijotes que reclaman más bondad a la gente y que, de tanto en tanto, asumen el semblante del propio artista. Y siempre, una y otra vez la cabeza de cabello ígneo y ojos afiebrados de sus Van Gogh que, como diría Artaud, acusan a sus suicidadores de los estigmas de la existencia. No faltan tampoco los paisajes de nostalgia, testimonio también de las carencias o soledades de esta tierra.

Cada artista verdadero propone en su obra una galaxia propia, inconfundible, amasada con sus obsesiones, que son específicas y a la vez universales. Nadie puede detenerse frente a un cuadro de Catena sin percibir eso. Allí hay una voz, un color y un mensaje.