Crónicas de la historia

Elena Holmberg, ¿sabía demasiado?

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Emilio Massera. Fotos: Archivo El Litoral

 

por Rogelio Alaniz

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Los antecedentes que culminan con la muerte de Elena Holmberg y Héctor Hidalgo Solá integran el capítulo de lo tenebroso y delirante. Tanta perversidad no tiene antecedentes en la historia política criolla. Jefes guerrilleros, cuyos seguidores eran secuestrados, torturados y muertos, se reúnen con sus verdugos en la Isla Margarita, en la finca de L. Gelli, en Arezzo, y en el Hotel Intercontinental de París para acordar “estrategias geniales”. La participación de la Marina y Montoneros se refuerza en este caso con el protagonismo de la Logia P2 del célebre Licio Gelli. La compra y venta de armas incluye negocios con Kahdafi, mientras Montoneros no vacila en financiar los operativos políticos de Massera. Firmenich y el Almirante Cero compiten amablemente entre ellos para ver quién se parece más a Perón, el modelo de estadista a imitar hasta en los detalles.

De estas roscas entre pares toman conocimiento en diferentes circunstancias Holmberg e Hidalgo Solá. Una en París, el otro en Venezuela. Se trata de dos diplomáticos que adhirieron al golpe de Estado y que mantenían excelentes relaciones con Videla y Martínez de Hoz. Sus contactos, su conocimiento del terreno en el que pisaban, su propio perfil de clase, le otorgaban a ambos un sentimiento de impunidad que resultará trágico para ellos.

De Holmberg, la ensayista Andrea Basconi, dijo que era la mujer que sabía demasiado y que ese saber fue la causa de su muerte. Es una interpretación válida, pero incompleta, porque muy bien podría postularse la hipótesis contraria. Elena no sabía demasiado o, para ser más precisos, no sabía lo que era necesario saber. Esa ignorancia le costó la vida. La certeza de que ella, la hija del coronel Holmberg y la prima del general Lanusse, la primera mujer graduada en el muy selecto Instituto de Servicios Exteriores de la Nación, era intocable, se reveló como un fatal error de cálculo. Dicho con otras palabras, Elena Holmberg jamás pensó que la Marina se atrevería a secuestrarla y matarla. Sabía que trataba con asesinos, pero la mujer que sabía demasiado ignoró que ella también podía morir.

Elena Angélica Dolores Holmberg nació en Buenos Aires el 24 de mayo de 1931. Por decisión ideológica y perfil de clase era una genuina exponente de la tradicional derecha conservadora argentina. Su familia pertenecía al linaje más encumbrado de la Revolución Libertadora. Lucía en su mano un anillo que reproducía el escudo de la familia, un toque de distinción propio de alguien que se consideraba una integrante natural de la clase dirigente.

Elena siempre consideró que los militares eran la reserva moral de la nación, la trinchera contra las acechanzas del comunismo, el límite a la demagogia populista y la barrera a los excesos de la democracia. Su rechazo al peronismo no era diferente a su rechazo al comunismo y su recelo a la democracia republicana. Liberal en clave conservadora, a decir verdad creía más en los beneficios del orden que en las incertidumbres de las libertades.

Inició su carrera diplomática desde muy joven. Fue amiga de empresarios, políticos conservadores, estancieros y militares. Vivía a pocas cuadras del Ministerio de Relaciones Exteriores y sus amistades pertenecían a ese barrio donde sus vecinos son socios de clubes exclusivos, frecuentan restaurantes exclusivos, asisten a exposiciones y conciertos exclusivos, se divierten en pisos y residencias exclusivas y veranean en paraísos exclusivos.

Sus relaciones políticas y familiares le permitieron en 1972 ser designada en la embajada argentina en París. Todo transcurrió sin sobresaltos hasta el momento en que Massera decidió crear el Centro Piloto de Información para contrarrestar la campaña antiargentina organizada en Europa contra la dictadura militar. Como Videla, Elena estaba decidida a luchar contra la conspiración de los subversivos en el mundo. Sus adhesiones no dejaban lugar a dudas. Sin embargo, el destino le deparará otra suerte. O su estómago, preparado en los rigores de los regímenes militares criollos, no estuvo dispuesto a digerir el menú que ofrecía el almirante Massera.

Se dice que las diferencias con la Marina, Elena Holmberg las tuvo desde el primer día que llegaron los colaboradores de Massera. Ni para ella ni para el embajador Tomás Anchorena, resultaba agradable compartir oficinas con marinos vulgares, ignorantes y -falta imperdonable- negados a cualquier idioma que no fuera el español. A las diferencias burocráticas y de educación, se sumaron las diferencias políticas. Holmberg seguramente no ignoraba los métodos que practicaban los militares para derrotar a la subversión, pero para su educación, una cosa era aceptar las inclemencias desagradables de una “guerra” y otra muy diferente ser cómplice de los acuerdos en la trastienda celebrados entre Massera y los jefes Montoneros.

No le debe haber costado mucho informarse sobre los pormenores de las tratativas. Era una mujer inteligente y avezada en las intrigas de la diplomacia. Así fue como se enteró, por ejemplo, del financiamiento de la Marina sobre operativos guerrilleros en la Argentina destinados a golpear a los colaboradores de Videla y Martínez de Hoz. También tomó conocimiento de las trapisondas con Licio Gelli y Khadafi.

La situación con los oficiales de la Marina destinados al Centro Piloto se tornó insostenible. En algún momento es probable que haya sido dominada por la certeza de que estaba rodeada de pistoleros. Demás está decir que los muchachos de Massera no se privaban de nada. Espionaje y contraespionaje, secuestros, redes de espías formadas con elementos del hampa. Para la niña bien de Barrio Norte, esta convivencia era insostenible.

Confiada en su prestigio, sus relaciones y su conocimiento del terreno, Elena se preocupó por obtener información detallada de las andanzas de personajes como Alfredo Astiz, Jorge Eduardo Acosta, Miguel Ángel Donda, Carlos Enrique Yon, Eugenio Vilardo, Roberto Pérez Froio, entre otros. Los apodos de los personajes estaban a la altura de su catadura. A uno, por ejemplo, le decían el Tigre; a otro el Rata; a un tercero, el Bagre.

A la información menuda, Elena sumó algunas fotos en las que Massera y Firmenich se divierten como si fueran amigos de toda la vida. No conforme con ello, convocó a periodistas de París. Los colegas estaban de parabienes. La jefa de prensa de la embajada argentina les ofrecía información actualizada y palpitante.

Para esos días Massera llega a la capital francesa. Está molesto porque nadie parece prestar atención a su presencia, justamente a él, que sueña con ser el ídolo de las masas populares de la Argentina. Sus colaboradores pronto le informan de la labor de la señora Holmberg. Massera no puede creer que una diplomática de segunda línea le esté creando problemas. Fiel a su estilo, decide cortar por lo sano. Mueve los hilos y el propio Anchorena le informa a la señora Holmberg que su estadía en París ha llegado a su fin. Nada personal, pero debe regresar a Buenos Aires.

Unos días antes del retorno hay una pequeña fiesta en la embajada. Allí están presentes diplomáticos, militares, funcionarios, empresarios y periodistas. Massera no está solo. Lo acompaña su esposa Lily Vieyra. La señora luce un collar tan caro como ostentoso. Elena saluda a amigos y conocidos. En un momento se acerca a la esposa del almirante y la saluda con una discreta sonrisa. Massera, imperturbable, contempla la escena. Elena parece que está a punto de retirarse, pero como si de pronto cambiara de idea, regresa al grupo donde está Massera con su mujer y le dice a ella en voz alta, como para que todos escuchen: “¡Qué hermoso collar que tenés Lily!”. La esposa del almirante agradece con un gesto. “Sí, claro -agrega Elena- es un collar hermoso y caro, todos los regalos de Firmenich son caros”. Silencio absoluto. Elena sonríe y repite: “Sí, oyeron bien, ese collar se lo regaló Firmenich”. Acto seguido se retira. Todos quedan de una sola pieza. Los ojos de Massera miran fijos a un punto del salón, después le hace señas a unos de sus colaboradores y le dice unas palabras en voz baja. Elena Holmberg se retira de la embajada. Tras cartón está la muerte.

(continuará)

 
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Mario Firmenich

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Elena Holmberg