La escuela, motor de la inclusión

La escuela, motor de la inclusión

En las nocturnas, miles de pibes buscan una última oportunidad de subirse al carro que los integrará a una sociedad de la que se sienten expulsados.

TEXTO. NATALIA PANDOLFO ([email protected]). FOTOS. PABLO AGUIRRE.

 

Es casi una caja mágica. Por allí pasan hombres y mujeres que van en busca de un papel que, dice la tradición, les permitirá ascender en la escala social. Mientras suben la escalera, algunos van tomando de aquí y de allá una idea, un concepto, un registro, una imagen, una emoción. Otros simplemente suben a los saltos, toman su papel y se van. Como sea, siempre la que sale es una versión mejorada de la que entró.

Ley Federal de Educación mediante, la escuela se convirtió en un aparato expulsor: ni siquiera la ilusión del certificado funciona en algunos casos. Hoy las Escuelas de Educación Media para Adultos -que en otros tiempos abrían sus puertas a hombres y mujeres grandes que, por algún motivo, no habían podido terminar sus estudios- reciben a chicos sólo unos años mayores que los que van a la secundaria común. El motivo: es más breve y permite sostener paralelamente un trabajo o una changa.

LA CENICIENTA

El sol ya cayó y la chica que limpia hace chirriar sillas y mesas con frenesí. El mástil, solitario, está huérfano de bandera. Al final de la escalera eterna, San Martín espera con su magnánimo “Libres o muertos, jamás esclavos”: alguien se divirtió haciéndole un juego de letras al Padre de la Patria y lo convirtió en el Padre de la Tía.

Damián tiene 18 años y está en tercero de la Eempa Nº 1028 que funciona en la escuela Bustos, frente a la Plaza España. Adrián tiene 20 y está en quinto. Llegan primeros y se sientan, como es ley, al fondo de la clase. Los dos son de barrio El Pozo.

Damián vende flores con su familia desde los diez años. “Mi viejo vendía rosas en los comedores y fue él quien me enseñó cómo hacerlo, para traer el pan a casa”, cuenta. Dice que pasó por la Juana del Pino, por la Bustos y por la Julio Migno y que siempre se quedaba en cuarto: abandonaba. “Dejaba por cuestiones de trabajo, como mucha de la gente que viene acá, aunque también tenemos algunos atorrantes”, se ríe.

Adrián sólo se dedica a estudiar. Repitió dos veces tercer año por faltas, en la Julio Migno: en ese tiempo había problemas económicos y de salud en la familia, y él se dedicaba a ayudar a la madre o a hacer algún laburo de peón, niñero o florista. Ahora quiere recibirse para poder conseguir un buen trabajo. “Estuve buscando, pero no me toman porque en todos lados te piden el secundario”, explica.

“Mi hermano terminó el secundario normalmente y estuvo dos años hasta que pudo conseguir trabajo”, agrega Damián, como quien dice: tampoco es tan sencillo.

Son dos de los miles de casos que hoy pueblan las escuelas nocturnas, y que el director Daniel Silber define claramente: “En los últimos años ha habido una modificación en las características de la matrícula. Los alumnos que hoy cursan son muchísimo más jóvenes que los que venían hace 20 años: son muchachos y chicas que, por algún motivo, han sido expulsados del sistema educativo formal, y que al paso de dos o tres años encuentran que necesitan el título secundario. Hoy en cualquier trabajo te piden el título, hasta para ser repositor en un supermercado”.

- ¿En qué aspectos expulsa la escuela media?

- Hay cuestiones sociales y culturales que obligan al pibe a dejar la escuela. Yo soy docente de media también, en la escuela Zapata Gollán, que está en la costanera. Soy el profesor más viejo de la escuela. Siempre digo que la escuela media es la Cenicienta del sistema educativo: todavía tenemos planes de estudio del siglo XIX; somos profesores del siglo XX y los chicos son del siglo XXI. Necesariamente eso no va a encajar. La escuela no da respuestas a los pibes, por eso los expulsa, hasta que en un momento se dan cuenta de que necesitan sí o sí de ese papel. Una de las salidas que eligen es la policía: no pueden entrar si no tienen el secundario completo.

Lo que tratamos es que entiendan que la escuela les da herramientas, les enseña a tener un pensamiento crítico.

- ¿Se puede?

- Es difícil. Esta semana tenemos prevista una actividad en la que van a participar ocho egresados de distintas Eempas, a quienes la escuela les sirvió para ser hoy quienes son. Un maestro, un chico que trabajaba en un frigorífico y hoy es profesor de Lengua, un profesor de Historia y dueño de una librería, un periodista, dos dirigentes gremiales, un perito topocartógrafo y una chica que está estudiando Magisterio. ¿Cuál es la idea? Mostrarles que vale la pena. Que esta gente -todos laburantes que se han esforzado mucho- ha podido procurarse nuevos horizontes.

EN PIE

Daniel trabaja en Eempas desde que se recibió, en 1984. Es, además de director, profesor de Sociales: allí conviven la Historia, la Geografía y la Formación Ética.

“El otro día vino un pibe a rendir examen. 19 años.

- ‘Profe, pude estudiar esto nada más, porque estuve trabajando.

- ¿Dónde trabajás?

- En la construcción.

- ¿Hasta qué hora?

- Hasta las seis.

- ¿Dónde vivís?

- En la Vuelta del Paraguayo’.

Estaba inundado. Algo había estudiado sobre la República Argentina, los límites, más o menos se acordaba las capitales de las provincias, los tres poderes, la Revolución de Mayo. Ya está. Hay de todo: acá hay muchos pibes también que vienen a la escuela porque no tienen otra cosa que hacer, entonces es una manera de tener el tiempo ocupado; y están los que vienen de trabajar: vos los ves que llegan molidos”.

“Yo tengo un amigo que es albañil y viene destrozado - agrega Damián- Hay épocas en las que le tienen que dar con todo al laburo, porque se les vencen los plazos. Un día se quedó dormido en el banco”.

La Prof. Alicia Brito da clases de Sociales en las Eempas que funcionan en la Bustos y en la Nº 1305, cuya sede es la escuela J. J. Paso, de San Martín casi Bulevar. Hace 20 años que da clases en Eempas y comparte la visión con Silber: los Eempas están recibiendo hoy a la población que es expulsada de las escuelas comunes.

- ¿En qué cosas piensa que el sistema falla, como para que esos chicos sean expulsados?

- Creo que la escuela media tiene que replantearse muchas cuestiones. Es una escuela positivista, academicista, donde estos chicos con tantas problemáticas no tienen cabida. Hay problemas familiares, de trabajo, de falta de interés. Aún habiendo llegado las netbooks, por ejemplo, a veces tenemos problemas de conexión y no las podemos utilizar. Entonces, hay un desfasaje enorme entre lo que podemos darles y lo que ellos necesitan.

Alicia se inició como docente en la escuela Julio Migno, de El Pozo, hace 23 años. Allí comenzó a ver, por ejemplo, los primeros casos de consumo de marihuana. “Eran casos aislados, no estaba tan naturalizado como ahora. El chico fumaba, vos te dabas cuenta, pero tenía ese cuidado de que no lo vean. Ahora, como hay una cierta mirada de aceptación social, se ve mucho más frecuentemente”, afirma.

También por esa época aparecían algunos casos de embarazo adolescente. “Lo que pasa es que las chicas en aquel momento quedaban embarazadas cuando estaban en tercer año; ahora te encontrás con casos en chiquitas de primero”.

El otro tema que enfrentan hoy las escuelas nocturnas -las escuelas en general, la sociedad en general- es el de la inseguridad y la violencia. “Hablábamos el otro día en plenaria en la Nº 1305, que tenemos que tener siempre en cuenta que estos chicos son sobrevivientes de los barrios periféricos, con niveles de violencia que en los diarios ni aparecen, y te enterás porque ellos te lo cuentan. En el primer cuatrimestre, una señora que está en tercer año me dice: ‘Profe, anoche me salvé de morirme’. Y entonces cuenta que iba en colectivo rumbo al norte, y que había un chico en la vereda con una pistola y que le empezó a disparar a la persona que iba delante de ella. El tiro le rozó el brazo. Eso fue a la salida de la escuela, a las once de la noche. “En general tienen tan naturalizada la violencia, que les cuesta darse cuenta que hay otras maneras de relacionarse”, analiza la profesora.

“Creo que en el marco de una sociedad tan convulsionada, tan sometida a cambios, la escuela es la única institución que ha quedado en pie. Y creo que por eso la han cargado de tantas responsabilidades”.

TABLA DE SALVACIÓN

Silvia Van Mullen es vicedirectora del turno noche de la escuela Nº440 Simón de Iriondo: una secundaria común, sólo que funciona en horario nocturno.

“Los alumnos provienen, en su mayoría, de barrios alejados del centro. El 95 por ciento llega desde Pompeya, Roma, Altos del Valle, San Lorenzo, Centenario, Barranquitas, Colastiné Norte, Sauce Viejo. Muchos de ellos hacen grandes sacrificios para poder estudiar. A veces no tienen dinero ni para el colectivo en el que concurren a la escuela. Vienen con escasos saberes previos y, a veces, después de haber intentado en otras escuelas finalizar sus estudios. Muchas veces reinciden en la repitencia”, describe.

Para todos esos pibes, la escuela ocupa -a pesar del esfuerzo que implica sostener esa práctica- un lugar prioritario. “Muchos de ellos insisten en conseguir un banco aún hoy, cuando estamos finalizando ya el segundo trimestre. Quieren conseguir trabajo o bien, los que ya lo tienen, quieren acceder a mejores condiciones laborales y les es indispensable terminar el secundario”, cuenta la vice.

Y hace un análisis crudo de la realidad que rodea las aulas, las atraviesa, las transforma: “Una gran mayoría no puede contra tantas adversidades y abandona. Se les hace difícil luchar contra la pobreza, pero aún más contra la inseguridad. Les cuesta salir o entrar a sus barrios cuando arriban a las paradas de los colectivos. Muchos son sujetos de robos: cuando no son los enfrentamientos con balas de por medio, son los que los detienen en el barrio”.

“Hay situaciones que nos sobrepasan a diario -continúa la docente-. Contamos con el auxilio de facilitadores de la convivencia, asesores pedagógicos y tutorías académicas; no obstante, es fundamental el trabajo en equipo y en redes, de otra forma no podríamos afrontar solos los desafíos que implica educar en estos contextos de exclusión. Incluir en medio de una posmodernidad que elude el humanismo pero abraza el individualismo es una tarea difícil pero no imposible, si tenés en claro que la educación salva y transforma realidades”.

- ¿Se bajan los parámetros y pretensiones en función de que los estudiantes puedan permanecer en las aulas y culminar el proceso?

- Te respondería que sí, pero en realidad creo que construimos el conocimiento de otra forma. Quizás estamos asistiendo a la construcción de una nueva escuela secundaria, en donde priorizamos los vínculos que te permitan una educación para la paz y la no violencia, y desde ese lugar acceder a los conocimientos y saberes necesarios para esta época.

Silvia cuenta el ejemplo de una chica que trajo a la escuela su situación de violencia de género: “Implementamos estrategias de acción para con las salidas y llegadas de la escuela, con el fin de evitar que su agresor la encontrara allí. Se estableció una buena comunicación con la familia y se la auxilió contactando a la Comisaría de la Mujer. Pero al tiempo, empezó a repetir las historias de violencia y abandonó la escuela. No quiso continuar”, dice. Asegura que muchas veces los docentes quedan perplejos, aunque nunca niegan su compromiso con el otro. Y pone, en el otro platillo de la balanza, la satisfacción que provoca recibir a alumnos que regresan a la escuela, después de tiempo de no estar escolarizados, a partir por ejemplo del plan Volver a Estudiar. “Muchos de ellos sostienen la idea de seguir estudiando ni bien se reciban. Es ese momento de gloria personal el que nos anima a pensar ‘Misión cumplida’, una vez que termina el acto de finalización del ciclo lectivo.

Ley Federal de Educación mediante, la escuela se convirtió en un aparato expulsor: ni siquiera la ilusión del certificado funciona en algunos casos.

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“Hay muchos pibes que vienen a la escuela porque no tienen otra cosa que hacer, entonces es una manera de tener el tiempo ocupado; y están los que vienen de trabajar: vos los ves que llegan molidos”.

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“Creo que la escuela media tiene que replantearse muchas cuestiones. Es una escuela positivista, academicista, donde estos chicos no tienen cabida”.

“Una gran mayoría no puede contra tantas adversidades y abandona. Se les hace difícil luchar contra la pobreza, pero aún más contra la inseguridad”.

La escuela, motor de la inclusión

“Muchos de ellos sostienen la idea de seguir estudiando ni bien se reciban. Es ese momento de gloria personal el que nos anima a pensar ‘Misión cumplida’, una vez que termina el acto de finalización del ciclo lectivo”.

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