editorial

  • El gobierno no está dispuesto a torcer el rumbo. Sigue empeñado en aplicar recetas que históricamente desembocaron en el fracaso.

Después del paro, nada habrá cambiado

Después del paro general decretado por la CGT opositora que conduce Hugo Moyano, nada habrá cambiado en la Argentina. El gobierno y el sindicalismo continuarán haciendo su juego, mientras el ciudadano común seguirá padeciendo las consecuencias de las desastrosas políticas económicas que se vienen aplicando en el país estos últimos años.

En primer lugar habrá que decir que el gremialismo ni siquiera logró unificar su discurso a la hora de convocar a esta huelga. Lo que sí se sabe, en definitiva, es que las organizaciones que adhirieron a la medida no están conformes con el gobierno.

En parte, porque los problemas de la economía resultan evidentes y sus bases reclaman algún tipo de protesta frente a la progresiva pérdida del poder adquisitivo y a la asfixiante presión impositiva.

Sin embargo, no son éstas las únicas razones: detrás del paro, también asoman intereses de dirigentes sindicales abiertamente embarcados en la puja por el poder político que estará en juego en las elecciones generales del año próximo.

La situación de los gremios que no adhirieron a la medida de fuerza tampoco aparece clara. En general, se trata de organizaciones que vienen siendo beneficiadas por prebendas y recursos económicos que el gobierno central distribuye a su antojo.

Los argumentos de los dirigentes de la Unión Tranviaria Argentina (UTA), en el momento de explicar por qué no se plegaban a este paro, fueron tan poco convincentes que despertaron un cúmulo de inevitables sospechas.

La huelga de hoy aparece tan endeble que incluso los dirigentes de los partidos opositores evitaron pronunciarse sobre el tema. Por lo general, mantuvieron absoluto silencio. Saben que existen razones suficientes como para protestar en la Argentina, pero también son conscientes de que poco los favorecería el hecho de apoyar la decisión de dirigentes sindicales de dudoso presente y pasado.

Mientras el gobierno y el gremialismo opositor miden sus fuerzas, la inflación continúa carcomiendo el poder adquisitivo de los argentinos, el gasto público se multiplica, la emisión monetaria no se detiene y parte de la sociedad parece haberse acostumbrado a convivir con un asfixiante sistema de corrupción estructural.

El gobierno ha dado muestras suficientes de que no está dispuesto a torcer el rumbo. De hecho, continúa empeñado en aplicar recetas insensatas, que en distintos lugares del mundo y en diferentes momentos históricos desembocaron inexorablemente en el fracaso.

La presidente y sus funcionarios están convencidos de poder controlarlo todo. Sin embargo, lo que están generando es un verdadero descontrol en las variables económicas de un país en el que cada día se abren nuevos frentes de tormenta que jaquean sus posibilidades de desarrollo.

Lamentablemente, el paro sólo habrá servido para perder un día de trabajo y de producción para la Argentina, donde nada hace presumir que la situación mejore en el corto y mediano plazo. El gobierno seguirá empeñado en aplicar sus recetas de probada ineficacia. Y la mayor parte de la dirigencia sindical continuará bregando por garantizar su propia supervivencia.

El ciudadano común, inexorablemente, sufre las consecuencia

La mayor parte de la dirigencia sindical continuará bregando por garantizar su propia supervivencia.