ARTE Y NOTORIEDAD. UN RELATO

El animal bifronte

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Joseph Kosuth, “Sillas”.

Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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I

Se suele decir que el trabajo de alguien que escribe es el trabajo de ir hacia la soledad; el síndrome de alguien que hace un poco de todo, desganada, distraídamente, porque sólo le interesa robar (su) tiempo, acuñarlo como cosa frágil y escasa, egoísta al fin, para explotarlo, para encenderlo, como frotándose las manos, en una maravillosa, deseada soledad. Pero hay una diferencia radical que se pasa de largo alegremente: la naturaleza de esa soledad. En algunos casos es buscada, premeditada, pretendida: una soledad elaborada como un modus operandi por una causa determinada. En otros es la terrible e inconfesable soledad que, encarnizada, se abate sobre una persona cualquiera y le toma las extremidades para sujetarlo, para inmovilizarlo.

II

Dos escritores coinciden en un balneario. Uno es un autor de relativa fama que elige el sitio con el gesto desinteresado de quien alterna las incomodidades citadinas y se concentra part-time en sus trabajos. El otro es un autor en combustión permanente, en espera permanente. Un poco marginal -ahora a pesar suyo, antes como pretendida rebelión- ha editado algunos trabajos que le han dado un minúsculo prestigio en un minúsculo grupo. Inconfesablemente, recelosamente, cada uno desea lo que el otro tiene. Se conocen, apenas, por referencias de terceros, por fotos; desde los extremos de la fosa a los que cada uno está aferrado se observan con desconfianza. Uno, el primero, pretende ir a la soledad como quien va de vacaciones a hacer turismo aventura: quiere degustar un poco profilácticamente esa cosa viscosa y relatada, que supone el sino de un escritor. Ve la soledad como vemos una película: queremos involucrarnos emocionalmente en ella, pero sabemos que en pocos minutos todo termina, que la tensión del relato nos atrapará levemente y que de acá a poco podremos comer algo e ir a dormir. El otro ha sido arrojado a la soledad como un perro y todos los días se espanta ante su agria facción inconmovible. Uno la quiere contar como episodio de una vida que permite una resolución posible. El otro la ve como una condena que tiene que cargar y que, claro, no le deja opción más que describirla en todo su peso. En ese balneario, desde dos distancias inmensurables, los dos están escribiendo sobre lo mismo.

III

Se encuentran a la tardecita. El convite del primero, algo afectado, seduce al segundo por el riesgo ínfimo de practicar un poco de esgrima verbal en medio del tedio:

Escritor 1: —Vos te quedaste atrapado en la lógica del autor romántico, que entiende que sólo el sufrimiento es el motor de una literatura, eso es viejo e innecesario.

Escritor 2: —Vos creés que un escritor es una persona que va como en un bazar eligiendo sus temas: hoy el amor, mañana la pobreza, pasado la política, y los elegís como productos. Los usás, los tratás como a la distancia, con guantes, y luego los dejás. Los tomás como una cosa, los manipulás un poco, los observás y luego los devolvés al estante.

E1: —En algún costado de tu yo, disfrutás de ese physiche du rôl. Casi diría que te autoboicoteaste en todas tus posibilidades sólo para confirmar que el mundo es una porquería; o, mejor aún para los que son como vos, que nadie los comprende. La victimización, el argumento preferido...

E2: —Yo no busqué esto, sólo me sucedió. Pero creo que nada puede escribirse si uno no se interna en ello, si no, todo es falso, una pantomima, humo. Tenés que entrar en la materia sobre la que escribís, no podés mirar todo a la distancia, como quien ve un animal salvaje en una expedición. Hay que escribir sobre lo que está cerca, o dentro de uno.

E1: —Te estás olvidando de la profesionalización del autor. Sucedió hace unos dos siglos. No te enteraste, qué lástima. Yo soy un profesional y actúo como tal. Y, aunque no lo creas, vengo a darte una oportunidad.... quiero que me seas mi escritor fantasma: quiero que escribas sobre la soledad y que me vendas tu texto.

El escritor 2 piensa repentinamente en un animal bifronte. Imagina una cabeza (que le genera náusea) que trata a las personas como a objetos, a sus creaciones como a mercancías. La otra (en nombre de una permanente sensibilidad moral) rechaza todas las cosas, se encierra, se aparta. El E2 acepta. Piensa que así va a entrar en la lógica del E1 y, conociéndola desde dentro, desde cerca, va a escribirla, va a denunciarla; a narrarla en toda su usura, a decirla en toda su prostibularia mecánica. Siente en las entrañas que la bestia literaria que lleva adentro despierta de a poco. Que sube como un calor. Que bocado a bocado devora, acá, su reticencia moral; que a mordiscos, allá, deglute el utilitarismo del E1. Desde abajo y con rabia, desatada de súbito, ésta acaba con el movimiento pendular de las dos cabezas, con la discusión en círculos, con las poses, con las teorizaciones y lo arroja a inmolarse en la empresa, como para que toda la soledad anterior encuentre ahora un sentido.