De domingo a domingo

El gobierno busca infundir un poco de ánimo apelando al nacionalismo

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Los enemigos de afuera y el traslado de Capital Federal a Santiago del Estero: instalar temas parece ser la consigna para mantener ese relato que “entra por un oído y sale por el otro”: En la foto: la presidente brinda durante la cena de las Fuerzas Armadas. Foto: DyN

 

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

La dosis de nacionalismo que el gobierno resolvió aportarle a su gestión, para ver si puede levantar la mediocridad por algún lado, tiene un lastre evidente en el malhumor y la preocupación social, mientras que el relato, por repetitivo, causa cada vez menos efecto. “Entra por un oído y sale por otro”, se suele decir ante la saturación.

Frente al declive económico, el auge del intervencionismo estatal o la grave presunción de una jueza federal sobre hechos no sólo de corrupción sino que involucran la penetración del narcotráfico en las altas esferas del poder, tres hechos de diferentes aristas que marcan de modo bien amplio lo delicado del momento, el truco de apelar a los sentimientos para “repeler la acción de los enemigos de afuera y de adentro que buscan desestabilizar al gobierno”, quizás por viejo, es evidente que suena a cortina de humo.

En estas críticas circunstancias que potencian el deshilachado fin del actual ciclo, cruzado notoriamente por una suerte de terco “más de lo mismo” que niega tozudamente la inflación, que aplica un odioso impuesto al trabajo o que se desentiende de algunas formas del capitalismo que aún la sociedad reclama, temas que el paro de los gremios opositores y la adhesión de las clases medias urbanas de esta semana han visibilizado, el kirchnerismo parece estar llevando la nave hacia aguas más bravas todavía.

Cuestión de jurisdicciones

Resulta bastante evidente que para revertir el efecto angustia que se palpa entre quienes observan que los pesos se les diluyen en el bolsillo, entre quienes tienen trabajo y temen perderlo o entre quienes viven con miedo por la inseguridad, ya no alcanzan ni los mohínes de la presidente Cristina Fernández, ni el aire profesoral de Axel Kicillof, ni tampoco las desmesuras de Jorge Capitanich.

Tampoco la ciudadanía parece sentirse segura con la eventual sucesión del kirchnerismo o aun con las vertientes opositoras, ya que es poco lo que le manifiestan a la hora de jugar una opinión. De acuerdo al gusto tradicional argentino, falta un líder que diga lo que piensa y lo ideal sería que lo hiciese sin tomar en cuenta las encuestas.

Pese a esa manía del seguidismo que cultiva toda la clase política y que impide diferenciarlos, Mauricio Macri por el “no” y por pagar el juicio para salir del problema y Daniel Scioli por un “sí” pegado al gobierno, fueron dos voces reconfortantes cuando hicieron conocer su parecer de inmediato sobre el proyecto del gobierno de pagar la deuda en Buenos Aires.

Los radicales lo debatieron, dicen que está destinado al “fracaso” y probablemente digan que “no” en el recinto -y ya se verá con qué grado de adhesión interna- mientras que el massismo armó una propuesta de cuño similar al oficialismo, que también desconoce el fallo del juez Thomas Griesa y que propicia efectuar los pagos en otras jurisdicciones, aunque con la posibilidad de volver a Nueva York si las cosas se solucionan.

En cuanto al tema de las encuestas, la propia presidente, cultora de los sondeos, acaba de negar que su modo de proceder sea ése: “Si para tomar una decisión, decir una palabra o ver si se va a tal lado o a tal otro hacen una encuesta, yo creo que si San Martín hubiera encuestado si tenía que cruzar la Cordillera de los Andes, le hubiera dado negativa. Estoy absolutamente segura”, planteó en Santiago del Estero.

Es que “están en otra cosa”

El de Cristina no fue el único caso de trasladar hacia terceros evidencias de comportamiento propio, ya que otro tanto ha hecho Kicillof en el Senado, cuando dijo que si los opositores votaban en contra del proyecto que cambia la sede de pago de los bonos reestructurados iban a ser una “escribanía” de Griesa, justo el mismo apelativo que los kirchneristas se han ganado con justa razón a la hora de levantar la mano sin discutir nada de lo que se les manda desde la Casa Rosada.

Este caso de la deuda ilustra igualmente que si hay algo que no ha perdido el kirchnerismo es su capacidad de instalar temas. No parece tirarlos al ruedo para resolver algo, más bien suele complicar la situación, pero es evidente que pese al actual deterioro político sigue marcando la agenda.

En este sentido, es lamentable observar cómo la opinión pública le ha tomado el tiempo a la oposición, pero en mayor medida a los gobernantes y cómo sus discursos se diluyen cada vez más. La sensación que parece predominar entre mucha gente hoy es que los mayores referentes del gobierno están “en otra cosa” y que se juegan a un solo libreto, el del mundo que se “nos ha caído encima”, mientras que objetivamente las condiciones globales parecen afectar a la Argentina más que a ningún otro país.

No parece que haya un solo habitante que, más que sensible por lo que ocurre fronteras adentro, kirchnerista u opositor, no desee hoy por hoy que el país esté en la misma situación de Chile, Uruguay o Perú, por no ir más lejos. Tanto empecinamiento, que algunos extremistas en sus críticas califican de autismo, atenta a diario contra el mismo gobierno.

Lo de los ministros quizás no preocuparía tanto, pero el lugar de la presidente en la historia y sobre todo su investidura están crujiendo. Cristina hizo dos discursos en la semana, el primero buscando insuflarle moral a las Fuerzas Armadas y pidiéndole a los soldados compromiso en “defensa de nuestros recursos naturales” ante una eventual agresión externa y luego, el ya mencionado de Santiago del Estero en el que, más allá del discurso antibuitre, lo más importante que tuvo para sugerir fue el traslado de la capital federal al centro del país.

Con la misma receta que nos enfermó.

Por su parte, a Capitanich se lo escuchó demasiado reiterativo todos los días en sus conferencias de prensa matinales, en las que invariablemente calificó de carroñeros “de adentro” a todos quienes están “pagados” por los buitres “de afuera” y nombró a sindicatos, medios y hasta a los políticos opositores como gestores de la desestabilización vía el tipo de cambio paralelo, cotización que, para él, no debería siquiera ser publicada.

En tanto, Kicillof hizo un largo discurso en el Senado para defender el proyecto de cambio de domicilio de pago de la deuda, exposición en la que denunció un plan de cinco puntos que empieza “con el ataque a la moneda argentina” y contempla generar mecanismos de extorsión “para que la Argentina pague lo que no tiene que pagar”.

Si se unen todos estos comentarios, bien podría pensarse que, con el mismo libreto, ambos funcionarios están abriendo el paraguas ante hechos que, más temprano que tarde, van a tener que abordar desde el costado del tipo de cambio sobre todo, ya que la brecha entre el oficial y el blue se expandió hasta 70%, en parte por estas expectativas de devaluación que ellos mismos sembraron.

Más allá de los reconocimientos oficiales, las estadísticas muestran que la economía está en medio de una parálisis concreta que se intenta disfrazar con acciones inconducentes, estancamiento que se viene complicando cada vez más. El caso más evidente se dará en la semana, cuando el Senado discuta la Ley de Abastecimiento en el recinto. Este proyecto, que los empresarios catalogan como “intervencionista”, tiene una serie de puntos de ultracontrol, algunos atenuados en los últimos días, que colisionan con la Constitución Nacional, lo que presagia una batalla posterior a la sanción en el ámbito de los Tribunales. Pero, peor aún, la experiencia indica que casi con seguridad esa norma destinada a que la Secretaría de Comercio fije márgenes de utilidad, niveles de precios y hasta volúmenes de producción en las empresas, antes que ordenadora, será una probable fuente de desabastecimiento y de aparición de mercados negros con precios superiores a los que el burócrata de turno indique.

Si se verifica este emblemático caso, quedará demostrado, aunque a costa de la tranquilidad y del futuro de todos, que cada vez que el gobierno insiste con la misma receta las cosas se tornan peores, a medida que el enfermo va recibiendo mayores dosis de la misma medicina que lo llevó a enfermarse.